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De nuestras Jornadas

El régimen electoral, una bomba de tiempo

E

n la elección presidencial del año 2000, Vicente Fox se convirtió en el protagonista de la primera alternancia en ese cargo, por la vía electoral. Muchas personas creyeron que la transición democrática de México había concluido y que ya vivíamos en la normalidad democrática. Sin embargo, en 2006 México vivió una crisis política provocada, principalmente, por Vicente Fox. El primero de diciembre de aquel año, Felipe Calderón tuvo que colarse por la puerta de atrás, entre gritos y jaloneos, para rendir protesta en la tribuna del Congreso de la Unión y cumplir así el protocolo constitucional. No obstante la gravedad de la crisis, la élite del poder decidió no enfrentar los problemas de fondo y condujo a la clase política a dos reformas electorales cuyos resultados han dejado a todos insatisfechos: según Latinobarómetro, la satisfacción de la sociedad con la democracia ha disminuido, de 41 por ciento en 2006 a 19 por ciento en 2015.

En la década reciente se realizaron dos reformas para mejorar la democracia electoral y abaratar su costo, pero no ha mejorado la calidad del debate público ni disminuyó el costo de la democracia; en cambio, se ha incrementado el financiamiento ilegal de las campañas. Ni la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales ni los tribunales electorales actúan para revertir la impunidad, vicio que provoca mayores movilizaciones poselectorales. Pronto las veremos en los estados de México y Coahuila.

La confianza en las autoridades electorales se ha minado, y la razón más importante de ello es la falta de estado de derecho. Tenemos una democracia clientelista, no una democracia liberal.

En estas condiciones, y habiéndose agotado el tiempo para una nueva reforma electoral, lo único realmente posible es un gran acuerdo nacional para que la próxima elección presidencial se lleve a cabo con una aplicación impecable e imparcial de la ley, garantizando la equidad en la competencia, así como el debate democrático y respetuoso entre los candidatos. Sin ello, una buena perspectiva puede convertirse en una pesadilla política.