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Al construir una casa debe rendirse homenaje a la naturaleza, no profanarla, postulaba

Se cumple el sesquicentenario natal del arquitecto Frank Lloyd Wright
Foto
Frank Lloyd Wright (1867-1959), en imagen tomada de Internet
 
Periódico La Jornada
Jueves 8 de junio de 2017, p. 7

Chicago.

Cuando Anna Wright compró a su hijo un juego de piezas encajables de madera, seguramente jamás imaginó que éste acabaría convirtiéndose en el mayor arquitecto de Estados Unidos.

Pero el pequeño Frank no dejaba de jugar y construir y construir, hasta que al crecer acabó revolucionando el gremio y creando un nuevo estilo que imprimió a edificios tan famosos como el Guggenheim de Nueva York.

Frank Lloyd Wright, de cuyo nacimiento se cumplen mañana 150 años, se crió entre los campos de Wisconsin, donde los inviernos eran y siguen siendo gélidos y los veranos hacen sudar a los agricultores por cada grano que cosechan.

¿Cómo es posible que en un lugar así creciera uno de los cerebros más creativos del país, con un talento sólo comparable con su enorme ego? Quizá fuera gracias a su madre, a la que Wright alabó toda su vida. Y es que pese al éxito internacional, esos campos siguieron siendo su hogar y dieron nombre a su movimiento arquitectónico: el prairie style (estilo de la pradera), marcado por las líneas horizontales inspiradas en el horizonte del medio oeste estadunidense.

El éxito no tardó en llegar, aunque Wright fue mucho más que un arquitecto.

Aunque sólo la mitad de los alrededor de mil 100 diseños que hizo en siete décadas de carrera llegaron a construirse, al contemplar la casas Robie de Chicago o de la Cascada cerca de Pittsburg queda patente la genialidad de su autor. En esta última Wright no sólo diseñó el edificio, sino también las ventanas, las mesas, las sillas... todo salió de su mano. Simplemente me lo saqué de la manga, dijo una vez.

En realidad, Wright recibió el encargo de diseñar una vivienda para Edgar Kaufmann, dueño de unos almacenes de Pittsburg, pero durante meses no hizo nada. Cuando Kaufmann lo llamó y le dijo que se presentaría en dos horas, Wright se sentó ante su mesa con toda la calma del mundo y diseñó esta casa que incluso hoy se sigue estudiando en todas las carreras de arquitectura.

Kaufmann quería que la casa estuviera cerca de un río y Wright la diseñó directamente sobre él: el agua fluye bajo el salón. La piedra está integrada en la vivienda, de modo que uno almuerza sobre las rocas.

Y es que según el arquitecto, una casa debe rendir homenaje a la naturaleza, no profanarla. Al construirla, tras evaluarlo con los técnicos, se duplicó la cantidad de acero utilizada. Y cuando Wright se enteró, montó en cólera. Hoy se sabe que no hacía falta el doble, sino 10 veces más. Pero Wright era tan genial como vanidoso y narcisista.

Arrogancia honesta

Tuve que decidirme entre una arrogancia honesta y una modestia falsa. Opté por la arrogancia honesta y hasta ahora, no tengo motivos para cambiarla, dijo en una ocasión. Pese a que también sufrió crisis creativas, Wright hizo historia como ningún otro arquitecto estadunidense. El imponente Guggenheim, que no pudo ver terminado en vida, acabaría convirtiéndose en uno de los museos más famosos del mundo y desde hace dos años es patrimonio de la humanidad. La gran obra maestra de Wright, afirmó el arquitecto Philip Johnson. Según un artista, la espectacularidad del edificio deja los cuadros que se exponen en su interior como algo absolutamente secundario.

Pero Wright no sólo saltó a los titulares por sus diseños. En 1903 se enamoró de la mujer de un cliente y ambos abandonaron sus respectivas familias para irse a vivir juntos, todo un escándalo.

Once años después, estando de viaje, un empleado prendió fuego a la vivienda del arquitecto y asesinó a siete personas con un hacha, entre ellas Mamah Cheney, la amante de Wright. Su vida, sus amores y su estilo hicieron correr ríos de tinta tanto en la prensa como en novelas, entre ellas Las mujeres, de T.C. Boyle. Al fin y al cabo, él mismo era un personaje novelesco: alto, de pelo blanco, siempre elegante y genial hasta el detalle. Y tan arrogante y seguro de sí mismo que a veces no se sabía si hablaba en serio.

Poco antes de morir, en 1959, le preguntaron en una entrevista si estaba de acuerdo con la etiqueta del mejor arquitecto estadunidense de nuestra época. Wright asintió lentamente con la cabeza y añadió: “Pero lo de ‘Estados Unidos’ y ‘nuestra época’ podríamos eliminarlo”.