Opinión
Ver día anteriorMiércoles 31 de mayo de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alianzas de izquierda
L

as luchas de Pedro Sánchez, hoy repuesto secretario del PSOE español, discurren por dos senderos diferentes. Uno apunta al desarreglo interior, pues se navega entre distintas visiones del ser de izquierda. Su armonización es imperativo básico para conquistar el poder y evitar el deterioro anterior. El otro reto le viene de fuera en forma de intensas presiones que tratan de desvirtuar o nulificar las necesarias intensiones de cambio estructural. Inmersa en una estructura abarcante, férrea y consolidada de riqueza y poder, la izquierda tiene que cimentarse en la sociedad y unir fuerzas dispersas para resistir y superar el modelo vigente de producción y gobierno. Cuando quiso formar gobierno, hace unos cuantos meses, la fuerza coaligada que lo venció fue abrumadora. El entorno de poder español completo, es decir, empresarios de gran tamaño dispuestos a defender sus intereses, medios de comunicación amafiados con financieros, instituciones confesionales con la Iglesia católica por delante, los Borbones coronados con sus nada discretos allegados, actuales o históricos dirigentes de su mismo partido bien cebados y hasta convencidos de apoyar la continuidad del modelo, el oficialismo político restante al parejo de los aparatos de justicia y represión. Como se ve, en efecto, fue una vasta galaxia de intereses clasistas bien coordinados.

El punto neurálgico era evitar la alianza PSOE con Podemos, pues junto con otros pequeños podían alcanzar los votos indispensables para tener mayoría y afectar la normalidad prevaleciente.

El núcleo del conflicto pasado fue la postura de Sánchez de no ceder ante el Partido Popular de Rajoy (No es no). Tampoco aceptó, por tanto, con­ceder la abstención en la segunda votación parlamentaria, para que el PP formara gobierno. Esto desató la rebelión de la casta dentro del PSOE. Los llamados barones, líderes de autonomías, forzaron la salida de Sánchez que, renunciando a su escaño partidario, se fue al desempleo. Desde ahí empezó su labor reconstructiva, apelando a la base militante de su partido con un renovado programa de claro corte socializante. Mientras, la buscada abstención del PSOE, dirigido por la camarilla golpista, posibilitó al señor Rajoy formar gobierno. Una serie, casi inacabable de escándalos: conjuras, abusos de poder, tensiones continuas por la desigualdad y pobreza en mucho relacionada con la galopante corrupción, siguieron deslegitimando la administración del PP y asociados.

El enfrentamiento dentro del PSOE fue, así, inevitable. El entorno de poder, con sus medios informativos por delante (El País), impuso una narrativa de esquemática manera. Por un lado estaba la apreciada dirigente andaluza, con sólida oferta, bien cimentada en los rangos consagrados del partido. En la otra esquina el muchacho tonto, sin carisma, contradictorio y sin discurso. A Susana Díaz, la política moderna, decidida a dirigir al partido histórico se le sumaron, con rimbombantes halagos, los antiguos presidentes de gobierno, con Felipe González a la cabeza. Sánchez quedó solo, uno que otro barón de autonomías en conflicto (Cataluña) con Madrid resistieron el embate oficialista, al menos por un tiempo. De pronto, aferrado a un amplio y solitario recorrido por España, Sánchez reaparece con buena parte de firmas de dirigentes regionales. Susana y sus apoyadores se alarmaron, pero siguieron confiando en la fuerza del aparato a su disposición, sobre todo en la poblada Andalucía que le dio 40 por ciento de las firmas totales con las que ganó esta ronda electoral. Sánchez quedó relegado al segundo lugar. Pero vendría la pendiente votación directa de todos los militantes, la definitoria. Llegó entonces la inesperada sorpresa. El joven y vacío Sánchez salido del fondo, apaleó (50 por ciento de los votos) a la brillante Susana (40 por ciento) con toda su corte de seguimiento.

Ahora resta el trabajo para dar acomodo a esta cambiante realidad. Vendrá, por lo pronto, un congreso ya programado para el mes venidero. En él, Sánchez ya aseguró la mayoría absoluta (53 por ciento). Ahí se tendrán que despejar varias incógnitas que aún vagan en el escenario partidista. Lo básico será definir el contenido programático, la sustancia del ser de izquierda del PSOE. Otro asunto quemante será la estrategia a seguir frente a Rajoy y el PP. Lo inquietante, empero, será posibilitar la factible alianza con Podemos, agrupación de claro corte socialdemócrata. El renovado discurso del PSOE permite imaginar, de frente a nuevas elecciones generales, la formación de una coalición poderosa que pueda llegar al gobierno con legitimidad suficiente.

Hay, en todo este tinglado español, paralelismos aprovechables con lo que sucede por estos días en México. El liderazgo partidario de Morena, fincado en la base ciudadana, se presenta ahora como una fuerza capaz de llegar al poder, local y nacional. Lo podrá hacer mejor si triunfa en el estado de México. Ha buscado aliados en su campaña con lo que resta del PRD y demás partidos minoritarios de izquierda (o casi). Anteriores rejuegos de intereses compartidos con el oficialismo priísta han desvencijado al PRD. Rehúsa integrarse a Morena como fuerza principal y tantea aliarse con el PAN para 2018, una decisión que le dejará sin la ya poca legitimidad que aún retiene. El final de esta semana traerá las nuevas que orientarán, con seriedad, las realidades futuras.