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El director presentó en Cannes Carne y arena, corto de realidad virtual

Alejandro González Iñárritu traspasa el muro de la ficción

En poco más de seis minutos sumerge al espectador en un atisbo del drama de los migrantes

Se mostrará en la Fundación Prada de Milán

Foto
Aquí no hay actores. Estas historias son reales, recreadas por los inmigrantes que las experimentaron. Incluso algunas de las ropas que visten son piezas que usaron cuando cruzaron la frontera, se lee en un texto en la entrada de la instalación. En la imagen, un fotograma del cortometraje
 
Periódico La Jornada
Sábado 20 de mayo de 2017, p. 8

Cannes.

El foco del helicóptero deslumbra. Algunos migrantes se tumban al suelo, otros corren. Entre ellos, el espectador vacila. La policía llega y apunta con sus armas. Es la frontera de México con Estados Unidos, recreada por Alejandro González Iñárritu.

Carne y arena, corto de realidad virtual que presentó el cineasta mexicano en Cannes, poco tiene que ver con las experiencias a las que nos está empezando a acostumbrar esta pujante tecnología. Normalmente, la realidad virtual es entretenimiento. Aquí lo que importa es crear empatía con los migrantes que se juegan la vida por alcanzar Estados Unidos, afirma a la salida de la instalación Elisha Karmitz, responsable del gigante de distribución MK2.

La arena bajo los pies descalzos, el viento, las sirenas de los dos coches de policía... los sentidos engañan y uno se convierte a la fuerza en un ser humano que soñaba con cruzar la frontera y ahora siente en su piel la inminencia de un final trágico.

Los compañeros de viaje son hombres, niños, mujeres, una de ellas gime de dolor. Pero no hay tiempo de acercarse para atenderla, los agentes apuntan con sus armas, hay gritos, confusión. El cerebro se predispone a oír los primeros inevitables disparos.

Pero estos no llegan. González Iñárritu ofrece sólo un atisbo de la tragedia. Ir hasta el final hubiese sido seguramente insoportable.

Historias reales

Aquí no hay actores. Estas historias son reales, recreadas por los inmigrantes que las experimentaron. Incluso algunas de las ropas que visten son piezas que usaron cuando cruzaron la frontera, explica en un texto en la entrada de la instalación el oscarizado cineasta (Birdman, El renacido).

El corto tiene una duración de seis minutos y medio, pero la experiencia de Carne y arena empieza antes, con una puesta en escena que compunge. Primero, está la turbadora sensación de adentrarse en lo desconocido, en un silencioso hangar a varios kilómetros del concurrido Palacio de Festivales donde se desarrolla la mayor muestra mundial de cine.

Cuando se cierra la puerta de la antesala de la instalación, pequeña como una celda, las pilas de los andrajosos zapatos de los migrantes echan en cara la mejor suerte del espectador que, completamente solo, se descalza aturdido.

Hay un breve momento de interrupción antes de la inmersión, cuando el equipo técnico aparece para colocar el casco, las gafas y una mochila que permitirá sentir vibraciones como las del helicóptero.

Es la primera vez que veo un tema así tan bien logrado, afirma Karmitz, cuyo grupo abrió en París la primera sala dedicada a la realidad virtual en Francia.

Aunque técnicamente hubiese sido posible ir más lejos. El espectador, por ejemplo, no ve sus manos y cuando trata de asir un objeto o tocar una persona, sólo corta el aire. Tras su estreno mundial en el festival de Cannes, Carne y arena, en el que González Iñárritu ha trabajado cuatro años junto a su gran colaborador y compatriota Emmanuel Lubezki, se mostrará en la Fundación Prada de Milán.

El mexicano ingresa así en el círculo de cineastas que se deja tentar por la realidad virtual, como también lo acaba de hacer la oscarizada directora Kathryn Bigelow, con su corto The Protectors.