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Centenario de Juan Rulfo

En el llano grande, en el sur de Jalisco, el escritor pasó la parte más feliz de su infancia

Pocos inmuebles y sitios que Rulfo habitó, vivió y recorrió se salvan del deterioro

La acción del tiempo y la falta de cuidado del patrimonio arquitectónico han desmoronado o modificado fachadas e interiores

En San Gabriel tuvo su primer amor con una niña de ojos azules: Aurora Arámbula, relata Orso Arreola, estudioso del autor de Pedro Páramo

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Fachada de la casa de Carlos Vizcaíno, abuelo materno de Juan Rulfo, donde el escritor vivió su infancia; al fondo, la basílica que su ascendiente donó en Apulco, JaliscoFoto Arturo Campos Cedillo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 20 de mayo de 2017, p. 4

Guadalajara, Jal.

La acción del tiempo y la falta de cuidado del patrimonio arquitectónico desmoronan o modifican fachadas e interiores de los inmuebles y lugares en los que nació, habitó, recorrió o fue a la escuela Juan Rulfo (1917-1986) durante la parte más feliz de su infancia en la zona del llano grande, en el sur de Jalisco.

Muy poco se salva del deterioro. La hacienda de Apulco, ubicada en el límite del municipio de Tuxcacuesco con Tonaya, que perteneció a su abuelo materno Carlos Vizcaíno, es la que mejor se preserva hoy con el cuidado de monjes de la orden de los Adoradores Perpetuos del Sagrado Sacramento.

Mediante donación de la familia, los religiosos recibieron el inmueble en 1993, luego de que murieron Severiano Pérez Rulfo, tío del escritor, quien la heredó de don Carlos, y su esposa Esperanza Paz.

Católico fervoroso, Carlos Vizcaíno –además de la hacienda– era dueño de la empresa de diligencias Sayula-Guadalajara, opulencia que según la delegada de Tuxcacuesco en Apulco, Laura Soto, compartía con la comunidad y los peones con obras y acciones caritativas.

El proyecto mayor del hacendado para agradecer los bienes materiales que obtenía fue la reproducción de la basílica de San Juan de Letrán, ubicada en Roma. Lo logró y hoy sus cenizas y las de su esposa permanecen en el mismo nicho cercano al altar.

Antes de iniciar la construcción el abuelo de Rulfo hizo un viaje al Vaticano y obtuvo la bendición papal para elaborar un retablo con los mismos dones celestiales pregonados del original en Roma y emprendió una obra que hoy sigue en pie, junto a la hacienda, muy diferente de la romana pero con notoria dignidad entre pisos levantados por los temblores, como una pequeña joya inconclusa detenida en el tiempo desde la Revolución y la guerra cristera.

Otro inmueble que conserva su trazo arquitectónico original está en San Gabriel, el ex colegio de los josefinos, cuya construcción y santuario datan del siglo XVIII y en la que inició la primaria Juan Rulfo, en las faldas de un cerro empinado, con una capilla en la cima, donde el escritor se tomó varias fotos conocidas.

Fue una escuela originalmente para niñas, las maestras eran de una orden francesa de monjas; luego se hizo mixto y fue cuando Juan y Severiano (su hermano) estudiaron ahí en los años 20 del siglo pasado, explica el cronista de la ciudad, José de Jesús Guzmán Mora.

Zaguanes, chiqueros y Miroslava

Estos inmuebles son perlas conservadas gracias al cuidado de la Iglesia católica. El resto son fincas particulares, dejadas al arbitrio de sus diferentes dueños, con nula intervención pública.

Ahí mismo en San Gabriel está la casa que Rulfo habitó los años en que hizo sus primeras lecturas, auspiciado por la biblioteca que el curato del pueblo escondió en ese lugar ante el saqueo durante la guerra cristera.

La finca la compró a los Rulfo Antonio Ramírez, cuya descendencia vive en Estados Unidos, y conserva tan poco de su diseño original que el alcalde de San Gabriel, César Augusto Rodríguez, dice que la parte más bonita está en el corral y los chiqueros.

Hemos platicado con sus dueños cuando han venido, de manera informal, para que la vendan al gobierno municipal o del estado para hacer un centro de documentación de la familia Rulfo, pero no hemos avanzado, afirma.

El pintor Juan Pablo Rulfo, el menor de los hijos de Rulfo, explica que si se logra la adquisición, el proyecto es integrar una biblioteca pública en la cual, así sea de forma simbólica, estarían los libros que leía su padre hace más de 90 años, acuclillado en un equipal y con el zaguán de la casa abierto.

En Sayula, tres cuadras al poniente de la plaza principal, por la calle Ávila Camacho y junto al puente, hay una placa en la fachada de una finca, entre la puerta y la ventana: El 16 de mayo de 1917 nació en esta casa, número 48 de la entonces calle Madero, el célebre novelista Juan Rulfo.

Cien años después la finca sólo mantiene original una parte del frente y se dividió en tres inmuebles, uno propiedad de un residente español, quien no dejó rastro de la casona por fuera ni por dentro, colocando hasta cúpulas de acrílico o rentando una farmacia y una tienda de abarrotes en la esquina.

Por esa misma calle, a dos cuadras está el casino Mario Moreno Cantinflas, una ruina a la venta desde hace años sin recibir postor, el cual fue inaugurado –según se lee en una placa improvisada– el 6 de enero de 1948 por Mario Moreno y Miroslava.

Tiene que ver con los Rulfo, porque otro tío del escritor, David Pérez Rulfo, cuando fue jefe del Departamento de Tránsito del entonces Distrito Federal, se hizo amigo del comediante, a quien invitaba cada año al carnaval.

El cronista de Sayula, Rodrigo Sánchez Sosa, relata que Cantinflas al darse cuenta de la falta de un lugar masivo de reunión para los bailes en el pueblo, mandó edificar el inmueble.

Orso Arreola, quien dirige la Casa Juan José Arreola en Ciudad Guzmán y es un estudioso de la obra de Rulfo, afirma que fue en San Gabriel donde el escritor vivió los años más felices de su niñez y adolescencia, teniendo además la opción de visitar las haciendas de Apulco y San Pedro Toxin.

Aquí tuvo su primer amor con una niña de ojos azules, Aurora Arámbula, cuenta Arreola.

Símbolos y ranas

También hay lugares simbólicos en los municipios desperdigados en la llanura grande, ardorosa a 40 grados durante mayo, que suelen identificarse con episodios de los cuentos rulfianos o de la novela Pedro Páramo.

Uno está en Tuxcacuesco, en la plaza del pequeño pueblo, junto a un arrayán que según el director de Cultura municipal, Mauricio Llanos Amaral, tiene más de 100 años y todavía da fruto en temporada.

Dice que en ese lugar, frente a la iglesia, es donde se sentó Rulfo para inspirarse en un pasaje literario de Pedro Páramo en el que describe con precisión la llegada del hijo a la mítica Comala, por lo que se mandó hacer una estatua de cuerpo entero y tamaño real, parte de una remodelación de sitio con corredores, fachadas y esculturas desperdigados en la plaza.

Otro está en San Gabriel y, según su alcalde, César Augusto Rodríguez, es la alcantarilla donde Macario se sentaba en tiempos de lluvia a esperar, armado de un palo, la salida de las ranas en el famoso cuento incluido en El llano en llamas.

En coincidencia, dicho sitio, apenas un cubo de cemento que sirve de cárcamo, se encuentra a las afueras de la casa del propio munícipe. Por ahí pasa parte del agua que, por gravedad, baja de la sierra para abastecer al pueblo.

La historia del alcalde sobre Macario y su alcantarilla parecería fanfarronada de no ser porque, a media cuadra del sitio, en el solitario pueblo, en estos días de calor está abierta una puerta para que un muchacho menor de 20 años, con alguna discapacidad mental, se siente en el portal a echar gritos afuera de la casa.