Sociedad y Justicia
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En la región, 90% de habitantes viven en pobreza y con carencias alimentarias

Educación, promesa que aún no se cumple en la Sierra Norte de Puebla

En San José Tlaola, niños y adolescentes son atendidos por instructores comunitarios del Conafe

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Para sus alumnos no hay mucho que celebrar en este Día del Niño, señalan los instructores comunitarios de San José TlaolaFoto Laura Poy
Enviada
Periódico La Jornada
Domingo 30 de abril de 2017, p. 29

San José Tlaola, Pue.

Entre cafetales, bajo un sol que cae a plomo, Virginia, de 12 años, sonríe con timidez cuando se le pregunta qué le gustaría ser cuando sea mayor. No sabe qué es Internet, pero su amigo Samuel, con quien cursa el sexto grado de primaria, piensa que es como un libro muy grande, pero sin hojas.

A los dos les gustaría ir a la universidad, aunque para ello deban abandonar su comunidad, enclavada en una cañada de la Sierra Norte de Puebla, donde prevalece uno de los índices más elevados de pobreza en el país. Cifras oficiales revelan que cerca de nueve de cada 10 habitantes viven en pobreza y enfrentan carencias alimentarias.

Si mi papá y mi mamá tienen dinero me gustaría ser de esas personas que sacan fotos, dice Samuel, quien además de asistir a la escuela comunitaria del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), debe trabajar en la milpa y cuidar a los animales.

Sin drenaje ni transporte

En San José Tlaola, en medio de cerros verdes y al final de la única carretera de tierra que conecta a diversos poblados de la Sierra Norte de Puebla, no hay fuente de agua potable ni drenaje, no llega el transporte público y, hasta hace poco tiempo, tampoco la señal de telefonía celular.

Ahí cursan educación básica 26 niños y adolescentes –seis de prescolar, 14 de primaria y seis de secundaria– atendidos por tres instructores comunitarios, quienes reconocen que para sus alumnos no hay mucho que celebrar en este Día del Niño.

Benancio Domingo tiene 21 años, es instructor de prescolar y promotor de educación inicial y salud. Originario de San José, afirma que el derecho a educación y salud de calidad es una promesa que aún no se ha cumplido para los niños de la región.

Los retos se ven todos los días. Yo mismo estudié aquí en esta escuela, porque soy de San José, y cursar mi bachillerato me obligó a caminar más de dos horas diarias. Aquí, salir adelante es una carrera de mucho esfuerzo. A veces te dan ganas de desistir, pero sigues adelante.

Apiñadas en la ladera, junto a la escuela, la veintena de casitas de madera y lámina dan cuenta de las dificultades que enfrentan los habitantes de San José, que deben caminar hasta una hora para llegar al poblado más cercano, Tzitzicazapa, donde hay centro de salud y un plantel de bachillerato.

Virginia y Samuel son parte de los poco más de 324 mil menores de tres a 16 años de comunidades rurales alejadas que son atendidos por el Conafe en mil 774 municipios y 24 mil 167 localidades en el país, donde tiene matriculados a 168 mil alumnos de prescolar, 112 mil 453 de primaria y 44 mil 354 de secundaria.

Las condiciones adversas, reconoce Karina, quien enseña a los 14 alumnos de primaria, no impide que sus estudiantes sean creativos, muy inteligentes y con muchas ganas de participar, porque aquí los padres también son muy participativos. Sin embargo, destaca, los problemas económicos sí se dan, sobre todo cuando no es tiempo de cosecha de café.

En su pequeño salón, repleto de cartulinas, mapas y dibujos, el cual también le sirve de vivienda, reconoce que fueron la curiosidad y la posibilidad de tener acceso a una beca lo que la llevó a ser instructora de Conafe.

Por su labor, afirma, recibe sólo 2 mil 400 pesos mensuales. Pasa cinco días de la semana en la comunidad, donde por la mañana da clase y por la tarde, luego de que sus alumnos regresan de las labores en el campo, los ayuda a hacer sus tareas.

Al igual que otros instructores, busca ingresar a la universidad para cursar una licenciatura en relaciones internacionales y comercio. Su labor en San José, asegura, le ha enseñado a valorar todo lo que tengo y lo que me encuentro día a día. Es una experiencia que, estoy segura, nunca voy a olvidar.

Sentada en la pequeña explanada que sirve a la vez de cancha de basquetbol y plaza cívica de la comunidad, tras un letrero con la leyenda Feliz Día del Niño, Cristina contempla a su pequeña hija de tres años, que acude a prescolar.

Vecina de una localidad que se encuentra a más de una hora de camino de San José, afirma que continuar los estudios más allá de la secundaria es una meta que pocos alcanzan. A sus 24 años, señala que le hubiera gustado seguir en la escuela, pero en su casa ya no hubo con qué y nos pusimos a trabajar.

Hoy es madre de dos niños y junto con su esposo, refiere, trabajaron en la pizca de café en la región. El problema es que pagan poquito. Nos dan 2 pesos con 50 centavos por cubeta de café y son muchas horas para juntar 40 o 45 cubetas; a veces ni comemos y nomás sacamos 100 pesos. Por eso mi marido mejor se fue a la capital a ver si allá encontraba un trabajo de lo que fuera, pero ya han pasado 15 días y nada.

Le gustaría que sus hijos tengan una vida mejor. Por eso quiero que le echen ganas a sus estudios, pero también que sepan cómo es la vida, que trabajen y no sean flojos; que sepan ver la vida como es, porque es muy dura.