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¿Un pirómano puede ser bombero?
E

mmanuel Macron será probablemente el próximo presidente francés si el 7 de mayo logra reunir detrás de su candidatura la mayoría de los votos que apoyaron al socialdemócrata de izquierda Benôit Hamon y los de la derecha republicana (sobre todo, ex gollistas) que fueron a François Fillon. El electorado en esa segunda vuelta deberá elegir entre la derecha, del gran capital internacional y francés y la extrema derecha y las encuestas dan a Macron 62 por ciento y a Marine Le Pen, 38.

Macron, ex banquero en el banco Rothschild, ex ministro de Hollande (y candidato de éste y de Obama) contará con buena parte del 6.3 por ciento que sufragó el socialista Hamon y, además, con los votantes que le pueda dar el Partido Comunista (que el 23 votó de mala gana por Mélenchon). A esos sufragios se sumará la mayoría de los electores derechistas que se encontrarán muy cómodos con este liberalsocialista y representante de la cámara de los empresarios que, siguiendo los pasos de Renzi y de los ex comunistas italianos, pretende crear un partido como el Demócrata estadunidense que pueda reunir en su seno tanto a izquierdistas descafeinados como a ultraderechistas bien vestidos.

Marine Le Pen, que entre los obreros obtuvo 36 por ciento, aumentará sus votos con algunos que votaron por el derechista François Fillon y con su campaña antifinanciera y antioligárquica que quiere presentar como anticapitalista. Aunque la extrema derecha lepenista –que contaba con la simpatía de Trump– consiguió 7 millones 700 mil votos, superando en casi un millón su elección anterior, no salió primera como esperaba ni consiguió la cantidad de votos que hace un mes le daban las encuestas porque Jean-Luc Mélenchon, el candidato del movimiento Francia Insumisa, creció rápidamente desde 11 a 19.5 por ciento ganando electores no sólo de los socialistas sino también entre los trabajadores que votan Le Pen por protesta. Una prueba: en Marsella, que era un bastión lepenista, Mélenchon le ganó a Marine Le Pen y fue el más votado.

Macron de ninguna manera es una defensa contra Le Pen. Por el contrario, su política neoliberal alimenta y refuerza el campo de aquélla. Es un pirómano y no puede ser bombero. Es un resultado puro del marketing político. Inventó en un par de meses un partido supermercado con lo mejor de la izquierda y lo mejor de la derecha y amontona ofertas contradictorias. Con el apoyo tácito de Hollande se llevó la derecha del Partido Socialista y ganó igualmente viejos políticos gollistas. La bolsa dio un salto al conocer su victoria y dejar de temer (por el momento) la de Mélenchon.

Este ex trotskista que tras girar a la derecha y ser ministro en el gabinete socialdemócrata de otro ex trotskista, Lionel Jospin, giró ahora hacia la izquierda y se radicalizó incluso con relación a su candidatura anterior aunque sigue manteniendo el patrioterismo francés –con banderas tricolores y Marsellesa incluidas– y una visión institucional de la política y se inspira desgraciadamente en las tesis sobre el populismo del argentino Ernesto Laclau y de su esposa, Chantal Mouffe, que desconocen teóricamente las clases y, por consiguiente, diluyen todo en el pueblo.

Mélenchon, favorecido por el odio y el temor al neofascismo, ganó votos sobre todo al socialdemócrata de izquierda Benôit Hamon, que fue abandonado a su suerte y traicionado por su partido pero también le quitó votos a la candidatura de Philippe Poutou, del Nuevo Partido Anticapitalista, porque Mélenchon tenía más posibilidades de ganarle a Marine Le Pen. Ahora no llama a votar a Macron sino, como Poutou, a combatir al Frente Nacional. Es pues posible constituir un frente entre la extrema izquierda y Mélenchon para las próximas batallas, que no serán meramente electorales.

Francia entra políticamente transformada en una nueva etapa muy difícil de su historia. Los socialistas y los socialdemócratas que pensaban reformar gradualmente al capitalismo pero dependían del movimiento obrero están en extinción, tal como sucedió con el Partido Socialista y el Partido Comunista italianos, con el PASOK griego, con los comunistas y el PSOE en España y en otras partes del mundo. Los clásicos partidos conservadores y derechistas, católicos o laicos con clientela en la clase media de una Francia, durante mucho tiempo rural, también están en agonía.

El Partido Socialista difícilmente sobrevivirá a su voto por Macron, el hombre de la gran finanza y al igual que el Partido Comunista y los republicanos está herido de muerte. En un mundo dominado por el capital financiero y que vive grandes cambios tecnológicos que modifican el panorama industrial, las ciudades y el territorio surgen nuevas expresiones políticas de la protesta y vuelven a aflorar las formas racistas, xenófobas, reaccionarias de esa misma protesta.

Francia entra en un duro periodo de lucha de clases con un movimiento obrero debilitado pero no derrotado y con el grueso de la izquierda política dirigido por un ex socialdemócrata cegado por Laclau, que dio por despachado al movimiento obrero, o sea al que, en los próximos meses, le tocará salvar la democracia y el futuro de Francia.

Estos movimientos nuevos, como Francia Insumisa, Podemos, Syriza o el italiano M5Estrellas, son oscilantes y pasan rápidamente de una posición a otra, pero son un elemento antiestablishment ineludible en la lucha por la recomposición de una fuerza social y política anticapitalista en Europa. Todos ellos y sus líderes provienen de los viejos partidos de izquierda tradicionales, socialistas, socialdemócratas, comunistas pero no han hecho aún un balance de su pasado.

Lejos de representar una influencia del llamado populismo latinoamericano en Europa, como algunos creen, expresan sin embargo, como éste, los efectos de la mundialización y de la dominación del capital financiero sobre vastas capas empobrecidas, proletarizadas, radicalizadas, de las clases medias urbanas.