Opinión
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Infancia y sociedad

Paloma querida

S

i José Alfredo Jiménez hubiera conocido a mi madre, seguramente le hubiera dedicado su Paloma querida. Pero como la música y la poesía son de quien las necesita, fue mi padre quien hizo suya esa canción para declarar mil veces el amor a su mujer.

Nunca faltó la Paloma querida en las serenatas del noviazgo; la más inolvidable fue aquella en que, en vez de mariachis o un trío, llevó piano, pianista y tenor, en un transporte de carga, a cantar bajo el balcón de mi madre: “Por el día en que llegaste a mi vida Paloma querida…” Y desde entonces la llamó Paloma y familiares y amigos también empezaron a nombrarla así.

Mi madre Raquel – la Paloma– cumplió 90 años el pasado 20 de enero y murió hace 17 días, justo el día en que mi padre hubiera cumplido 100 años. La aparente coincidencia nos consoló, pues quisimos creer que él vino por ella y que se fueron juntos. En su fiesta de cumpleaños 90, un gran mariachi con gala de trajes blancos cantó la Paloma Querida y, un mes más tarde, en su funeral, hijos y nietos con guitarra entonamos cerca de ella la dulce canción. Así la despedimos: como a una estrella, como al sol enorme que iluminó nuestras vidas.

A ella, maestra y educadora, le debo lo mejor de mi persona. Me enseñó que la gente más importante del mundo son los niños y que eso no hay que perderlo de vista. Una vez le agradecí por escrito que me haya enseñado a tocar las estrellas: a creer que nada es imposible.

Fue una mujer de dones y virtudes. Bailó tap de los 15 a los 85 años. Era muy bonita, solidaria y gentil. Mas el mayor de sus dones fue la alegría, la capacidad y el talento para ser feliz. Para nuestra querida Paloma todo era motivo de gozo. Convertía lo mismo fiestas que problemas, y hasta las pérdidas, en motivo de entusiasmo, de reto y oportunidad de ser.

Sin etiquetas ni letanías fue naturalmente existencialista y feminista. Ejerció su libertad plenamente y asumió los costos. Nos dio todo a todos, sin inocular sentimientos de culpa ni actitudes de abnegación o sacrificio.

Nuestra familia fue un matriarcado. De sus seis hijos, cuatro fuimos mujeres y de 12 nietos sólo hubo tres varones. A hijas y nietas, la Paloma nos enseñó a ser fuertes, y coquetas: “Lo primero en la mañana –decía– es ponerse aretes y pintarse la boca”. A todas sus hijas nos hizo educadoras, como fueron ella y mi abuela.

Este es el primer Sábado de Gloria en que no está con nosotros (Juan Ramón, Raquel, Patricia Rocío y Juan José). Por eso aquí la lloro y escribo algunas linduras de su vida; de esa Paloma sin igual, la maestra Raquel Molina y Rivero, mi madre…