Opinión
Ver día anteriorJueves 13 de abril de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La Muestra

Sangre de mi sangre

Foto
Fotograma de la cinta de Marco Bellocchio
S

ensualidad y rabia. Marco Bellocchio, viejo niño terrible del cine italiano, autor de cintas memorables como Con los puños en los bolsillos (1965) y En el nombre del padre (1971), acomete en Sangre de mi sangre, su propuesta más reciente, una singular audacia narrativa. Refiere en dos tiempos un relato de corrupción e intolerancia como muestra elocuente de la persistencia histórica del estado de descomposición moral que advierte hoy en la sociedad italiana. La lúcida visión del autor casi octogenario es especialmente pesimista, aunque no exenta de ese culto a la belleza –particularmente a la sensualidad femenina– que ha estado presente en sus obras recientes (La sonrisa de mi madre, 2002; Buenos días, noche, 2003), y que en esta nueva cinta alcanza una expresión plena.

En un convento de la Italia del siglo XVII, la joven Benedetta (Lidiya Liberman, espléndida en su mutismo provocador) es acusada de haber propiciado el suicidio de su confesor, y para que este último pueda tener una cristiana sepultura, ella debe contribuir a lavar la culpa del suicidio confesando haber obrado por instigaciones del Maligno. La sucesión de humillaciones y torturas a que es sometida la joven es impresionante, pero su entereza moral se mantiene imperturbable, como perenne acta de acusación lanzada al rostro de sus inquisidores, algunos de los cuales son sensibles a su valentía y belleza, deseando incluso ayudarla. Lo que prevalece, sin embargo, es una suerte de razón de Estado, donde la condena obligada de una inocente deviene el precio a pagar para la preservación del prestigio de la Iglesia. Esa hipocresía y mala fe de esa fe cristiana es lo que Marco Bellocchio expone con su característica malicia y su probada solvencia en el quehacer cinematográfico.

De esta historia es testigo apesadumbrado y perplejo el joven visitante Federico (Pier Giorgio Bellocchio), hermano del sacerdote suicida, y como aquél, seducido también por la belleza de la joven reclusa. Su llegada al convento es pretexto para una de las escenas más humorísticas de la cinta, la que muestra a dos hermanas monjas literalmente hechizadas por la sensualidad del varón forastero con quien habrán de compartir, en un tierno alboroto de su devoción religiosa, el mismo lecho de deleites muy paganos.

Con un giro narrativo igualmente malicioso, Bellocchio opera un salto de varios siglos para narrar en nuestros tiempos neoliberales otra historia de corrupción en el mismo lugar, convertido ahora en una antigua propiedad en venta, donde un vampírico conde debe enfrentarse a la rapiña de un comprador ruso millonario. A estas alturas de la cinta, y de la carrera del propio cineasta veterano, todas las excentricidades le parecen ya permitidas. La segunda historia sólo consigue señalar, de modo convincente, la persistencia de los viejos vicios de una intransigencia religiosa en los ropajes nuevos de una corrupción política coludida con las mafias financieras. Baste retener en Sangre de mi sangre como atractivos cardinales, el tributo a la sensualidad femenina y el espíritu muy lúdico de un cineasta de vitalidad infatigable.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12:15 y 17:30 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1