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Culminó la primera bienal en el continente blanco, desarrollada al margen del mercado

Luego de 110 años, la Antártida cobijó una innovadora aventura artística
 
Periódico La Jornada
Miércoles 5 de abril de 2017, p. 8

Paradise Bay, Antártida.

Se buscan hombres para un viaje peligroso con bajos salarios, temperaturas extremadamente frías y muchas horas de total oscuridad. No se asegura el retorno con vida. Honor y reconocimiento sólo en caso de éxito. Parece mentira que a aquel anuncio del aventurero irlandés sir Ernest Henry Shackleton en la prensa británica de 1907 respondieran decenas de voluntarios.

Ahora, 110 años después del mítico viaje de Shackleton, la Antártida protagonizó nueva aventura artística. Esta vez ha sido el artista y filósofo ruso Alexander Ponomarev quien ha llevado a cabo, con el patrocinio de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), uno de los acontecimientos culturales más extraordinarios de los tiempos recientes: la primera Bienal de Arte de la Antártida, que culminó hace unos días.

Ponomarev, sin embargo, no la considera una bienal tradicional. Para él es más bien una antibienal, un experimento artístico que quiere huir de las convenciones establecidas.

Quería brindar a los artistas la oportunidad de hacer arte fuera de las jaulas nacionales, sociales y políticas. Lejos de las ferias comerciales, de las bienales y de sus estudios, dice Ponomarev mientras el barco ruso de investigación Akademik Serguey Vavilov avanza entre los icebergs de la península Antártica. El arte necesita libertad y nuevas inspiraciones. La Antártida como uno de los últimos espacios verdaderamente libres es el lugar perfecto.

Como el famoso aventurero en 1907, también el nuevo Shackleton del arte recibió una avalancha de solicitudes procedentes de todo el mundo para participar en esta aventura. Ponomarev elegió finalmente unos 20 artistas que hace 10 días zarparon con él desde Ushuaia, Argentina, la ciudad más austral de mundo, hacia el continente blanco. Procedían de China, Alemania, Argentina, Canadá, Suiza, Marruecos, Rusia, Ecuador, Brasil, Japón, España, Emiratos Árabes y otros países. Todos los días desembarcaban en diferentes playas de la costa o de pequeñas islas para realizar sus performances, instalaciones, música u obras de arte.

Lugar mágico entre icebergs

Es realmente emocionante exponer en un sitio así. Es un lugar mágico, aseguraba el artista alemán Gustav Düsing mientras echaba agua a las paredes blandas de su tienda de camping para congelarlas.

Düsing miraba a su alrededor. Pequeños icebergs flotaban en el océano glaciar ante la isla de Cuverville. A veces, las ballenas saltaban fuera del agua. Las focas disfrutaban del sol. Los pingüinos se acercaban a curiosear. Paz, silencio, naturaleza virgen y pura.

Foto
Embarcación (en imagen de Internet) del aventurero irlandés sir Ernest Henry Shackleton, quien en 1907 publicó en la prensa británica un anuncio al que respondieron decenas de voluntarios para ir a la Antártida

Su tienda congelada parecía un objeto extraño en medio de este entorno. Pero el algodón blanco y la forma recta, provocada por la congelación, recordaban a los icebergs. Mi instalación quiere recordar con su formato móvil, temporal y con su finalidad para proteger del mal tiempo que sólo somos visitantes pasajeros en este lugar, explicaba Düsing.

Cada artista experimentaba con sus propias ideas. El chino Zhang Enli situó un gigantesco huevo en un glaciar para hablar de la posibilidad de un nuevo comienzo. La brasileña Juliana Cerqueira Leite quería tratar con su video artístico Vestíbulo y sus cuatro sillas colgantes el tema del propio aislamiento en la Antártida, mientras el alemán Julius von Bismarck reflexionaba con su submarino que contenía un pez de agua dulce sobre los motivos para viajar al continente blanco.

Había obras musicales inspiradas en el perfil de la costa antártica.

En la isla de Petermann, el ruso Andrey Kuzkin se quitaba la ropa y hundía la cabeza en la nieve. Así se quedó durante unos minutos. Su performance quería simbolizar que el arte emerge en la naturaleza.

Era la hora de que el arte llegara por fin a la Antártida, afirma Ponomarev. Hasta ahora, sólo los científicos explicaban lo que es el continente blanco, pero el arte también es una forma de ver y explicar las cosas, añade. Y tal vez, con nuestra forma de mostrar este lugar, podamos alentar un debate nuevo sobre el futuro de la Antártida, el arte y el futuro de la humanidad.

Como en la expedición de Ernst Shackleton, también en la primera bienal de la Antártida, que culminó ayer, muchas cosas no salieron como estaban previstas. Algunas obras se convirtieron en víctimas de las estrictas reglas medioambientales; otras, de las condiciones climáticas. Pero, de la misma manera en que el viaje de Shackleton es una de las aventuras más conocidas del mundo, también este experimento podría hacer historia.

El legado de esta primera bienal de la Antártida aún es incierto.

En mayo, la bienal de Venecia mostrará los primeros resultados en el pabellón antártico. Después, una selección de obras expuestas en la Antártida viajará a Moscú, Nueva York, Buenos Aires, Japón, París, Londres y, probablemente, Madrid.

Hay que esperar. Ponomarev no se inquieta: “La bienal ha sido solamente el comienzo de la construcción de una plataforma internacional para crear arte de forma diferente. Y quién sabe, tal vez no haré la próxima bienal en la Antártida, sino en el Ártico o Groenlandia. Mobilis in Mobile”, dice citando al capitán Nemo de Julio Verne este Shackleton del arte.