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Que 35 años es mucho…
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l 22 de marzo de 1982, en la sala Julián Carrillo de Radio UNAM, el Cuarteto Latinoamericano ofreció el primer concierto de su historia, a través de un programa con música de Mozart, Haydn y Castelnuovo-Tedesco, con la colaboración del flautista Raúl Falcó (para Mozart) y del guitarrista Roberto Limón (para Castelnuovo-Tedesco). Esa noche, y después durante la importante etapa de surgimiento y primera consolidación del CL, el atril de primer violín fue ocupado por el siempre presente y recordado Jorge Risi, antes de dar paso a Saúl Bitrán. Exactamente 35 años después, con la puntualidad y precisión que le es característica, este 22 de marzo de 2017 el CL celebró (concelebró) la importante efeméride haciendo impecablemente lo que sabe hacer: música de alto nivel. El escenario, la sala Ponce de Bellas Artes; la concurrencia, nutrida y a llenar; el programa, sólido, variado y, como en tantas ocasiones, retador, sin concesiones al aniversario, sin ninguno de los hits del repertorio.

Montuno Fever, del puertorriqueño Dan Román, fue interpretada con precisión en los acentos cruzados y las rítmicas entreveradas, y con claridad en los giros armónicos heterodoxos de la pieza. ¿Alcancé, quizá, a percibir fugaces similitudes sonoras con el Metro Chabacano de Javier Álvarez? Después de todo, los orígenes no son del todo divergentes.

Y de lo tropical estilizado a lo urbano abstracto. En la primera de las Dos piezas de Aaron Copland, el CL marcó de manera diáfana el paso de una austeridad inicialmente contemplativa a otra, subsecuente, más retadora. Más apegada a lo que identificamos como el sonido Copland la primera, más especulativa en cuanto a la exploración estructural episódica la segunda, aunque el final de ésta es 100 por ciento Copland.

Después, la joya indiscutible del programa, el Cuarteto No. 3 de Leo Brouwer, obra intensa y expresiva, de fluctuantes perfiles posmodernos, que contiene un formidable segundo movimiento que fue ejecutado por el CL con sapiencia de sobra para hacer resaltar tanto sus propias riquezas como ciertas pinceladas y gestos que remiten a la música de Julián Orbón. Más adelante, eficaz sincronización para unificar los acentos de un cierto mecanismo de relojería (un tanto espasmódico aquí y allá) propuesto por Brouwer. En toda la obra, sonido transparente, expresivo y luminoso, digno de los mejores momentos del Cuarteto Latinoamericano.

Para finalizar, la obra más tradicional del programa y, a la vez, la más difícil de digerir, el Primer cuarteto del zarzuelero Ruperto Chapí. Popular, nostálgico, sentimental, extenso, complejo, son apenas algunos de los sellos con los que se puede identificar esta obra, que si en algunos de sus episodios es de un rigor formal clásico, apolíneo, en otros estira el uso de sus materiales más allá de sus límites, por así decirlo, naturales. En su eficaz y enjundioso tránsito por las exigencias notables de la pieza de Chapí, el Cuarteto Latinoamericano dejó la huella más importante de este programa que es, al mismo tiempo, uno de los más claros signos de su larga y profunda maduración: Saúl, Arón y Álvaro Bitrán, y Javier Montiel dejaron atrás la objetividad casi quirúrgica aplicada a las tres obras modernas interpretadas anteriormente, para dar rienda suelta al gran arco melódico, al gesto amplio y pleno, a la textura rica y densa, es decir, a todo lo que es propio de una música romántica, nacionalista y de vasto diseño formal. Dicho de otra manera: virtud principalísima del CL en sus primeros 35 años de fructífera vida es la de tener ya un dominio pleno de ese concepto fundamental que es el estilo, o para decirlo mejor, los estilos.

Este rico concierto fue, literalmente el aniversario real, por la coincidencia puntual de fechas. El oficial se llevará a cabo el 7 de octubre en la sala principal del Palacio de Bellas Artes, como debe de ser. Será otro concierto imperdible, como lo fue éste y como lo son todos los conciertos del CL.

Signo de los tiempos: hace ya buen rato que el atril de primer violín del Cuarteto Latinoamericano, habitado por Saúl Bitrán, no sostiene partituras impresas en papel, sino un moderno iPad con la música registrada digitalmente. Sí, 35 años son muchos.