Opinión
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Mar de Historias

Serenata nocturna

R

osario, la hice venir porque necesito que hable con Melba. Usted es su sobrina. Le hará caso. A mí no. Cada vez que le pido que no ponga la música tan fuerte ¡se ríe!

–Los inquilinos ¿se han quejado?

–Nada más don Ángel, el señor que llegó en enero y ocupa el departamento frente al de su tía. Vive solo.

–¿Qué le dijo?

–Que por favor le pida a doña Melba que oiga la música más bajito. Él regresa del trabajo harto del ruido, del tráfico, con ganas de descansar.

–¿Y por qué él no va a ver a mi tía y se lo dice?

–Se lo pregunté. Me explicó que no le gustaría parecer descortés con ella. En cambio, si se lo digo yo, Melba lo tomará como que estoy cumpliendo con mis obligaciones.

–No entiendo. Mi tía nunca ha querido darle molestias a nadie y ahora parece que eso no le importa con tal de darse gusto.

–Así es. Enciende su grabadora como si quisiera que alguien más escuchara la música. Esta mañana, cuando fui a entregarle el recibo de la luz, se lo dije. No le importó. Estaba ocupadísima aplicándose el tinte del cabello. Ahora le dio por pintárselo rubio. Con lo morenita que es Melba, ¿se imagina cómo se verá?

–En estos momentos es lo que menos me interesa. Lo que quiero es solucionar un problema tan absurdo. ¿Qué puedo hacer? No servirá de nada quitarle la grabadora: encenderá el radio.

–No se trata de prohibirle a su tía que oiga música, sino de que la escuche más moderada. –Ve a Raquel consultar su reloj. –Créame que siento haberle dado esta molestia, pero...

–Hizo bien en llamarme. A ver: usted convive más que yo con mi tía. ¿Ha notado otro cambio en ella? Me refiero a algún indicio de que esté perdiendo el oído.

–En tal caso, sería nada más de noche, porque en la mañana pone la música normal, como todo el mundo. Cuando habla no levanta la voz...

–Y en el teléfono me escucha perfectamente. –Aliviada: –O sea que por el lado de que esté quedándose sorda no tengo que preocuparme.

–Y si así fuera, no sería problema. Hay aparatos para oír buenísimos que no se ven, pero son caros. Lo sé porque Beto, el sastre, acaba de comprarse uno. Le salió en ocho mil y lo está pagando a meses.

–Es bueno saberlo. –Raquel mira hacia las escaleras: –Ya que vine, de una vez hablo con mi tía. La haré entender que le está causando problemas a su vecino.

–Pero no vaya a decirle que lo sabe por mí.

–Entonces, ¿por quién? No vivo aquí, no sé lo que pasa. Cuando vengo, sólo hablo con ella y con usted.

–Invente que hoy se le acercó una vecinita y le pidió convencer a tu tía de que le baje el volumen a la música.

–No me gusta mentir y no tengo por qué hacerlo. Le explicaré la situación tal como es. –En tono más bajo: –Espero que no vaya a creer que, porque la ayudo con la renta, quiero controlar su vida.

–Luego que hable con ella ¿podría venir a decirme cómo le fue?

II

Elvia está en el zaguán, despidiendo al repartidor de gas. Al ver a Rosario se dirige a su encuentro:

–¿Qué le dijo doña Melba? ¿Se molestó?

–No, para nada. Platicamos bien, muy bien.

–¿Seguro? Veo que lloró.

–Sí, de emoción. Me maravilla que las personas hagan cosas extrañas, locuras, con tal de mantener una ilusión, de sentirse vivas.

–Por ejemplo...

–Que mi tía escuche tan alto la música porque está ¡enamorada!

–¡Válgame Dios! ¿Pero de quién? ¿Es alguien que conozco?

–Sí, bastante. Y creo que lo padece cuando él viene a quejarse porque mi tía no le permite descansar.

–¿Se refiere a don Ángel?

–Sí. Ella empezó por condolerse de él. Una noche que estaba cerrando la ventana lo vio dar vuelta en su sala vacía. Entonces tuvo la idea de subirle el volumen a la grabadora para que don Ángel, en vez de oír sus pasos solitarios, escuchara la música. ¿No le parece una manera muy linda de brindar compañía?

–¿Don Ángel sabe algo de esto?

–¡Claro que no! Ni se lo imagina. Han hablado lo mínimo, cuando se encuentran en la escalera. Mi tía dice que le encanta la voz de don Ángel, la loción que usa, la forma en que se aparta para cederle el paso.

–¿Y sólo por eso se enamoró de él?

–Así es, y no se lo explica. Mi tía sabe perfectamente que entre ellos nunca habrá nada, pero la hace feliz recibir a don Ángel, cuando él vuelve del trabajo, con una pequeña serenata nocturna. No trate de entenderlo. ¿Para qué?