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La confianza quebrada
C

omo suele hacerlo, el Banco de México corrigió sus estimaciones sobre el crecimiento futuro de la economía y, de paso, las del gobierno, que supuestamente acompañaron la elaboración del presupuesto y su subsecuente discusión y aprobación por la Cámara de Diputados. La resultante es una línea quebrada que difícilmente puede servir para algo más que para el lamento por la triste situación que guarda el país.

Según el Banco de México, podemos esperar para este año un crecimiento de entre 1.3 y 2.3 por ciento, inferior al estimado con anterioridad de entre 1.5 y 2.5 por ciento. Para 2018 esperaría un rango entre 1.7 y 2.7 por ciento, inferior al proyectado en el informe trimestral previo de entre 2.2 y 3.2 por ciento.

Es la incertidumbre por las decisiones que tomará Estados Unidos en materia fiscal y comercial (lo que) provocó que el Banco de México revisara nuevamente a la baja su perspectiva de crecimiento (El Financiero, 2/3/17, página 1). La confianza, dijo el gobernador Agustín Carstens, está afectada.

Más bien habría que imaginarla quebrada, cuarteada, luego de más de un mes de influenzas varias y no de catarritos, y ya no de avances o cortos, sino de largometrajes de horror y pesadilla.

Estas expectativas aplanadas respecto de la dinámica económica se trasladan sin clemencia al panorama laboral previsto por la institución. En vez de la creación de entre 600 mil y 700 mil nuevos puestos, el Banco de México espera la generación de 580 mil a 680 mil nuevas ocupaciones. Y para 2018 tendríamos un rango de 620 mil a 720 mil nuevos empleos, por debajo de los 650 mil a 750 mil calculados anteriormente.

A lo anterior habría que agregar la estructura de sueldos y salarios surgida del cambio estructural de fin de siglo y reforzada por la Gran Recesión del actual. Nos hemos vuelto sin más una sociedad de ingresos laborales bajos y muy bajos, que la recuperación no corrige, sino al parecer reafirma.

Difícil imaginar, en estas circunstancias, la implantación de un efectivo sistema universal de salud y seguridad social. Más que funcionarios responsables y comprometidos, como los hay, vamos a necesitar magos.

Cuesta abajo en su rodada, la economía derivará en una situación fiscal aún más débil. Puede esperarse menor recaudación tributaria y, en consecuencia, se dependerá todavía más de los ingresos petroleros para alcanzar la heroica meta del superávit primario, y así evadir una reprimenda adicional de los prefectos del (des)orden mundial, conocidos también como calificadoras.

En su nota sobre el informe del banco central, El Financiero agrega que especialistas señalaron que (las) lecturas de febrero del indicador IMEF manufacturero y no manufacturero sugieren que el debilitamiento de la actividad económica que se inició durante el segundo semestre de 2016 se agudizó al comienzo de 2017 (Ibíd., página 4).

Frágil, si no es que inerme frente a las veleidades del ciclo internacional, ahora hipercontaminado por la política de potencia desplegada por el gobierno del presidente Trump, la de México es una economía política abollada por las decisiones tomadas y aplicadas desde el interior del Estado. Más que remar contra el ciclo o buscar remendar sus de por sí abolladas tendencias, parece buscarse un final congelamiento de la actividad productiva, que no puede sino agravar el escenario social, afectando todavía más la capacidad de creación de nuevos empleos y desvelar, por si nos faltara evidencia, el avance de una crisis fiscal de magnitud e intensidad sencillamente aterradoras.

Al renunciar a hacer su tarea primigenia, que tiene que ver con sus propias finanzas, el gobierno renunció a ser Estado, creando vacíos de poder donde aún no los había y agrandando lo que los dirigentes anteriores habían dejado como herencia negra: en la factura, diseño y realización de una política económica comprometida no sólo con los equilibrios financieros, sino con la inversión, el crecimiento y el desarrollo. Estos son los únicos vectores en que podrían descansar y ensancharse la propia legitimidad del Estado, la cohesión social y así la confianza ciudadana en ella misma y en quienes se encargan (o deberían) de gobernarla.

Quebrados en lo fiscal, postrados en lo productivo, pasmados en lo político: así no puede haber gana y garra para encarar al extraño enemigo. Urge dar un giro y poner la nave en movimiento, aunque sea a golpe de remo.

Gracias al bravucón, se dice ahora, abandonamos la zona de confort y calma chicha en que nos habían sumido la inercia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y las varias bonanzas petroleras. Eso quedó atrás, pero entramos en una zona de turbulencia mayor, peligro inminente, emergencia, que reclama pensar y actuar con urgencia. (Eso, si la histeria sucesoria nos da respiro.)