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Manicomio

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El presidente Donald Trump y su esposa Melania fueron los anfitriones, ayer en Washington, del Baile de los Gobernadores, la primera gran fiesta que el mandatario organiza desde que llegó a la Casa Blanca. Fueron invitados los líderes de los 50 estados del país, tanto demócratas como republicanosFoto Ap
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quí en el manicomio todo anda normal... bueno, para un manicomio. Sólo que los pacientes han tomado el control de la institución, esa que llaman gobierno democrático, y aparentemente creen que son los mejores gobernantes de la historia: nadie ha visto algo como esto, repite el que dice ser presidente.

Algunos esperaban que se normalizara la situación, pero otros dicen que el mayor peligro es aceptar la normalización de esta locura.

No se trata de usar la palabra loco de manera literaria o jocosa, sino literal. Algunos expertos en salud mental ya diagnosticaron la enfermedad que padece el que dice ser presidente. Tres destacados profesores de siquiatría, los doctores Judith Herman, de la Escuela de Medicina de Harvard, y Nanette Gartrell y Dee Mosbacher, de la Universidad de California, en San Francisco, intentaron alertar al presidente Barack Obama sobre sus preocupaciones por la salud mental del entonces presidente electo. Indicaron que los síntomas de algo llamado desorden de personalidad narcisista incluyen un “sentido grandioso de la propia importancia; preocupación con fantasías de éxito, inteligencia y poder ilimitado; creer que eres ‘especial”, requiere admiración excesiva, frecuentemente es envidioso de otros o cree que otros lo envidian, y demuestra comportamiento arrogante. Afirman que alguien con esta condición puede ser muy peligroso, y por lo tanto, en ese puesto, representa una amenaza para el país y el mundo. (www.huffingtonpost.com/richard-greene/is-donald-trump-mentally_b_13693174.html).

Otros expertos sugieren que debe haber mayor transparencia sobre la salud, y en particular la salud mental, de este presidente, que a sus 70 años es la persona de mayor edad en asumir el puesto. Su edad, junto con su historial familiar de demencia –su padre, Fred, padeció de Alzheimer– provoca nueva relevancia a la pregunta sobre si se requieren exámenes cognitivos para el presidente, reporta National Public Radio, citando a varios expertos. Sin embargo, los especialistas entrevistados indicaron que dudan que el público se llegue a enterar si Trump está empezando a fallar mentalmente, y uno afirma que será protegido... tomarán el control de su cuenta de Twitter... siempre ha sido así.

De hecho, la sección 4 de la 25 enmienda de la Constitución permite la remoción de un presidente que ya no puede ejercer sus deberes pero no puede, o no quiere, admitirlo. Establece un proceso en el cual el vicepresidente, junto con otros miembros del Ejecutivo y hasta del Congreso, declaran incapaz al presidente, y es sustituido con el vicepresidente.

Después de un mes en su puesto, Donald Trump ya ha demostrado que es incapaz de ejercer sus deberes... no es por pereza o inatención, sino que se expresa en exabruptos paranoicos, disputas incesantes llevadas a cabo en público y actos impulsivos que sólo pueden dañar a su gobierno y a sí mismo, afirma el reportero político George Packer de The New Yorker esta semana.

Más aún, algunos –y no necesariamente los que se esperan– advierten una y otra vez que este tipo de locura también es muy peligrosa para la democracia.

El general retirado de cuatro estrellas William H. McRaven, ex comandante del Comando Conjunto de Operaciones Especiales quien supervisó la misión que asesinó a Osama Bin Laden hace unos seis años, y hoy rector del Sistema de la Universidad de Texas, después de escuchar el ataque contra los medios de Trump la semana pasada, afirmó al Washington Post: “tenemos que enfrentar esa declaración y ese sentimiento de que los medios noticiosos son el ‘enemigo del pueblo estadunidense’. Ese sentimiento podría ser la mayor amenaza a la democracia que he oído en mi vida”. Agregó que, con todas sus fallas, la prensa libre es la institución más importante de nuestro país.

Pero la cosa está tan loca que algunos sugieren que Trump está teniendo un impacto positivo, y que tal vez está cumpliendo con su promesa de “hacer a América grande de nuevo”, sólo que no como él lo desea o esperaba. Las listas de cómo lo está logrando circulan por el ciberespacio y otras han sido elaboradoras por comentaristas, como Maureen Dowd, del New York Times, e incluyen estos fenómenos:

Trump ha generado nueva vida al feminismo, al activismo estudiantil, a comediantes, organizaciones de defensa de derechos civiles, ambientalistas, atletas activistas, y ha logrado incrementar la participación de jóvenes en la política, elevó los ratings de Saturday Night Live a su nivel más alto en 20 años, y ahora el público de repente se interesa como nunca por las audiencias legislativas para la ratificación de integrantes del gobierno, así como por las conferencias de prensa de la Casa Blanca.

Trump ha incrementado a niveles sin precedente la participación cívica; millones de estadunidenses están haciendo más ejercicio al marchar y sostener pancartas cada semana, todos saben más sobre Hitler que hace un año, grupos marginales están experimentando un incremento en aliados blancos, cifras récord de blancos acaban de enterarse de que el racismo no ha desaparecido, millones de dólares han sido donados a cuentas de organizaciones de defensa de libertades civiles, “la gente está leyendo literatura clásica de nuevo, las ventas de 1984 de George Orwell se elevaron 10 mil por ciento después de la toma de posesión”, y ahora que la gente busca la veracidad en sus fuentes de noticias, medios respetados están reportando felizmente un incremento sustancial en sus suscripciones, un apoyo a una industria en apuros, vital para la democracia.

Mientras tanto, la encuesta más reciente, difundida este domingo, registra que Trump tiene la peor tasa de aprobación jamás vista para un presidente recién llegado al cargo, con 44 por ciento, y una desaprobación de 48 por ciento, según NBC News/Wall Street Journal. NBC News reporta que es “el único presidente en la historia moderna de los sondeos que inicia su primer periodo con un rating negativo de -4. Sus antecesores inmediatos iniciaron sus mandatos con más de 30 puntos positivos.

O sea, no todos están dentro de este manicomio, aunque muchos están enloquecidos con lo que esta viviendo este país.