Opinión
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Democracia dinástica
L

as democracias se han erigido como el modelo ideal de organización política y social y el parámetro a seguir a escala global. Sin embargo, este transatlántico ideológico-político tiene agujeros múltiples que van haciendo agua de manera evidente.

El peculiar modelo estadunidense de democracia, que se define en última instancia en un colegio electoral, ha llevado a Donald Trump a la presidencia, a pesar de haber perdido estrepitosamente en cuanto al conteo final de votos, por 3 millones. Un sistema decimonónico que en el siglo XXI sigue vigente, poniendo en evidencia las claras limitaciones del modelo.

Su triunfo tiene que ver con el hartazgo de la sociedad estadunidense en contra de la dinastía texana de los Bush, que pretendía entronizar a un tercer presidente de esa familia, y a la candidatura de Hillary Clinton, que pretendía erigirse en otra dinastía familiar.

En Perú la hija del dictador Alberto Fujimori se ha presentado tres veces como candidata a la presidencia. Y las tres veces ha perdido por un pelo gracias al sistema electoral de segunda vuelta y a una variopinta coalición en contra de Keiko. En su currículo destaca que fue primera dama del país, cuando su padre repudió a su esposa, quien también pretendía postularse a la presidencia.

En Nicaragua el presidente Daniel Ortega, que lidera lo que queda del Frente Sandinista, no tuvo mejor ocurrencia que nombrar a su esposa vicepresidente, quien fue muy criticada, pero avalada por el voto popular. En Argentina se dio el relevo presidencial dinástico, sin periodo de por medio, con Cristina Fernández de Kirchner.

En Venezuela no hubo hijos ni esposas, pero sí pupilos. Chávez, antes de morir, dio el anuncio público en televisión para señalar con su caudillesco dedo al sucesor, el inefable Nicolás Maduro.

En Bolivia Evo Morales no tiene esposa, tampoco hijos, salvo el que le quiso endilgar su amante. Pero no los necesita, él solo pretende perpetuarse en el poder y para ello propuso un referendo que posibilitase hacer un cambio constitucional y una relección indefinida. Como suele pasar con los referendos, le salió el tiro por la culata y perdió la posibilidad de perpetuarse. Pero sigue en el intento y ya anunció cual monarquía democrática que existen resquicios legales para volver a ser candidato.

En Francia Marine Le Pen se erige como heredera de la ultraderecha del siglo XXI y deja a su padre fuera del partido, como representante del siglo XX. A pesar del pleito familiar entre la hija y el padre, Marine hereda buena parte del caudal político del caudillo. No es el caso de Ségolène Royal, quien fue candidata a la presidencia del Partido Socialista (2007), madre de tres hijos con el actual presidente y en la actualidad es ministra de Ecología y Desarrollo Sostenible. En este caso no hay herencia familiar, paso de la estafeta o nepotismo: cada quien tiene su carrera política ganada a pulso de manera independiente.

Son ya demasiados los casos de repúblicas democráticas donde los herederos son hijos, hermanos o cónyuges. En la comarca tenemos a los gobernadores norteños de Tamaulipas (Torre Cantú) y Coahuila (Moreira), que heredaron la silla de sus hermanos. En Oaxaca el retoño del recordado José Murat, Alejandro, acaba de llegar al poder. En el estado de México la pugna por la nominación priísta se enreda con las herencias familiares de las familias Montiel y Del Mazo. En cargos importantes que no son de elección popular también se dan los nombramientos inexplicables, en los que no hay ningún atisbo de meritocracia, pero sí de pertenencia a la familia política priísta, muy especialmente la del grupo Atlacomulco.

En otra época eran las amantes las que asumían puestos importantes en el gobierno o el gabinete. José López Portillo tuvo a bien casarse con la vedete Sasha Montenegro, pero puso a su amante Rosa Luz Alegría de secretaria de Turismo.

Es cierto que también hay hermanos, amantes y cónyuges incómodos, como Roger Clinton, hermano de Bill, con problemas serios de alcohol, y el medio hermano de Barack, Malik Obama, quien anunció públicamente que era partidario de Trump. En nuestra comarca valdría la pena recordar a Raúl Salinas.

Eso sucede en todas las familias reales y también en las democráticas. Los hermanos relegados y segundones suelen dar la nota. También los familiares prestanombres, cómplices de múltiples trapacerías.

En algunos casos los líderes históricos y contestatarios caen muertos en la batalla y heredan parte del carisma a sus parientes. Corazón Aquino podría ser un ejemplo. También Indira Gandhi, hija de Nehru, pero ya no para la tercera generación.

A escala global, sean de izquierda, centro o derecha, las democracias han caído en la trampa dinástica. Es obvio que hay excepciones honrosas, pero éstas suelen ser evidentes para los ojos del público.

Ahora nos toca enfrentarnos al dilema de la candidatura de Margarita Zavala, esposa bien portada del ex presidente Felipe Calderón. Nos libramos de la amenaza que suponían los arrebatos y pretensiones de la señora Marta Sahagún y ahora los panistas vuelven a dar la nota.

Ciertamente Margarita Zavala ha tenido militancia y actividad parlamentaria, pero no destacada. Haber sido primera dama es su principal activo. No lo hizo mal, pero tampoco es como para dar de brincos.

En México la no relección nos costó mucha sangre, sudor y lágrimas y difícilmente volveremos a caer en esa dinámica. Pero ya estamos en vísperas de caer en las democracias dinásticas.

Pero la coyuntura no es nada favorable. Se requiere de un cambio radical en la política exterior. En este contexto, los panistas tendrán que pensar en el interés nacional para proceder a deshojar margaritas.