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Las condiciones de los albergues son muy precarias, pero en Haití no tenemos nada

Mejor esperar aquí que ir a EU para ser deportados, dicen haitianos en Tijuana

En algunos refugios se carece de agua potable, sanitarios y alimentos; el hacinamiento es extremo

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Albergue Embajadores de Jesús, que aloja a 200 haitianos en TijuanaFoto Mireya Cuéllar/La Jornada Baja California
La Jornada Baja California
Periódico La Jornada
Martes 7 de febrero de 2017, p. 24

Tijuana, BC.

Voy a hacerlo por lista; el que tenga más tiempo se va. La sentencia lanzada en voz alta por Linda a las puertas del albergue Juventud 2000 –ubicado en el corazón de la zona norte de la ciudad– provoca revuelo en quienes deambulan entre las casas de campaña montadas sobre el piso de tierra. Ocurre que el grupo Beta le anunció que a la una de la tarde viene por 20 haitianos para llevarlos a la garita de San Ysidro, y nadie se quiere ir a formar para hacer su solicitud de ingreso a Estados Unidos.

Todos tienen mucho miedo por lo que han visto en las redes, porque algunos de los que cruzaron en diciembre ya fueron deportados a Haití. Piensan que van a llegar (a Estados Unidos) a ser deportados, explica Linda Romero, coordinadora del refugio, mientras lo recorre levantando nombres. Aunque sufren los estragos de las chinches, la incomodidad de dormir sobre la tierra en una colchoneta, la espera para hacer uso del sanitario –porque sólo hay tres letrinas para el grupo de 200– y escasean el café, la leche, la ropa y los pañales, prefieren esperar.

¿Esperar qué? Algunos no lo saben, pero quieren tiempo. Tiempo para ver si cambia la actitud antimigrante del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o para explorar la posibilidad de ir a Canadá o una alternativa de las autoridades mexicanas. Nin, quien antes estuvo como refugiada en República Dominicana y Brasil, acompañada de su marido y su hijo de 13 años, lo último que desea es regresar a su país de origen: “pasamos muchas calamidades para llegar aquí, y en Haití no tenemos nada, no hay casa…”

Su esposo fue albañil cuatro años en Brasil y les llevó tres meses llegar a México. La idea de cruzar a territorio estadunidense sólo para ser deportados a Haití le amarga el gesto, imprime un tono de desesperación a su voz. Dice que quisiera ir a Canadá, pero no sabe cómo. Mezcla el creole con el español para explicar que tiene noticias de que muchos de sus compatriotas que cruzaron a Estados Unidos ya están en Puerto Príncipe, capital de Haití.

Juventud 2000 es uno de los albergues en peores condiciones, aunque está en lo que podría considerarse el centro histórico de la ciudad, la famosa zona norte, donde conviven jovencitas de falda corta y tacones transparentes paradas en las esquinas, vagabundos y adictos, con tables como el Hong Kong, con sus luces de neón y más de tres pistas. Es la Tijuana que hace honor a la rola que la define como tequila, sexo y mariguana.

Muy cerca del Juventud 2000 está el Desayunador del Padre Chava. El contraste es grande. Los salesianos tienen mejor infraestructura para atender a la ola de migrantes que empezaron a llegar desde el sur del continente en abril del año pasado. Las donaciones de víveres también son más frecuentes que en otros refugios.

Soraya Vázquez, del Comité Estratégico de Ayuda Humanitaria, dice que de los 33 albergues habilitados sólo cinco, los tradicionales (que atendían repatriados mexicanos y centroamericanos antes de la crisis de los haitianos), están funcionando bien. Del resto, unos carecen de agua potable y sanitarios; en otros hay chinches y el hacinamiento es extremo, y no tienen alimentos.

Son los albergues emergentes, apunta, los que están en situación muy precaria, por eso solicitamos la intervención de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, porque hubo varios llamados a la autoridad y el discurso es el mismo: que no hay crisis, que están apoyando, que todo está bajo control, y, como puedes ver, no es cierto.

La atención que está dando la autoridad es mínima; todo lo está haciendo la sociedad civil, muchas iglesias cristianas. A las malas condiciones físicas de los refugios, en días recientes se ha sumado el desasosiego: hay una especie de sicosis, de incertidumbre y temor porque no saben qué les espera ni allá (Estados Unidos) ni aquí. Hace falta que el gobierno mexicano les informe cuáles son sus opciones.

Un kilómetro de aguas negras

Para llegar al albergue Embajadores de Jesús hay que ir hasta el Cañón de los Alacranes, en la colonia Divina Providencia, en el noroeste, una zona donde no hay servicios públicos como recolección de basura, agua potable y drenaje. Desde el centro de la ciudad un camión del transporte público tarda una hora en llegar.

En este refugio viven otros 200 haitianos, de los casi 4 mil que están ahora varados en la ciudad. En la parte más profunda del cañón corre un arroyo de aguas negras. Para alcanzar el albergue hay que hacer equilibrio sobre un puente de madera y caminar durante un kilómetro a la orilla del canal, sorteando basura, llantas y animales muertos. La fetidez se pega a la nariz.

La iglesia cristiana es una construcción amplia de cemento con pisos de mosaico. Está habilitada para que los hombres duerman en uno de los extremos y las mujeres y los niños aparte. Los sanitarios apenas llegan a cuatro y las familias tienen que ir a buscar agua embotellada a una miscelánea cercana, brincando el lodo. Con esfuerzos, la sociedad civil ha ofrecido un techo y alimento a los más de 20 mil haitianos que han cruzado por esta frontera.

En diciembre pasado casi se amotinaban para conseguir una ficha con la fecha en que irían ante las autoridades migratorias de Estados Unidos (administradas aquí por el Instituto Nacional de Migración). Hoy muchos de los haitianos que vinieron desde distintos puntos de Brasil saben que no todos son bien recibidos. El sueño americano se esfuma. Les atemoriza cruzar, pero tampoco quieren volver atrás.

Casi todos los que se fueron los días pasados ya están en Haití. Estaba conversando con unos amigos que se fueron el 23 de diciembre y ya están allá. Si me permiten quedarme en México prefiero mil veces quedarme aquí, no voy a ir a la garita para que me deporten, explica con mucha claridad Cristofer, quien fue maestro de idiomas en Puerto Príncipe –español, francés e inglés–, y trabajó de pintor automotriz en Brasil, donde nació su hija. Su dominio del español le permite ser el encargado del albergue Embajadores de Jesús en ausencia de los pastores.