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Ángela Gurría: el trabajo manual es la faena más noble del mundo
E

n noviembre de 2015, el Instituto Nacional de Bellas Artes entregó a la escultora Ángela Gurría la Medalla Bellas Artes por su trayectoria de más de 60 años. Paulina Lavista, su vecina en Coyoacán, la fotografió en su taller, aunque Ángela tiene una casa extraordinaria en Francisco Sosa, llena de muebles coloniales y antigüedades. El próximo 24 de marzo la dama de la escultura en México cumplirá 88 años y trabaja sin descanso. Sus esculturas parecen objetos celestes caídos sobre la tierra; estrellas de concreto, cometas que son signos del más allá, vías lácteas que se transforman en una larga serpentina tirada sobre el prado de algún jardín público, convertidas en símbolos, condensadas en cintas de hierro, en comillas al revés, en las cuales se repite la mariposa de la vida y de la muerte, las dos caras de la misma moneda.

Cuando la entrevisté en casa de sus grandes amigos Raoul y Carito Fournier, Ángela Gurría me pareció muy española, con su chongo negro en la nuca y su pañoleta terciada sobre la cadera; pensé que sólo le faltaban las castañuelas y la peineta, y que seguro bailaría muy bien por la elegancia de sus movimientos. Ángela se sentó frente a mí y me miró preocupada, en realidad más que preocupada, con la mirada de quien va al matadero. Yo sentía tanto frío que la nariz se me enrojeció como payaso de circo. En estas extrañas condiciones empezamos una conversación lenta, trabajosa, de coche que no arranca:

–Yo me dedico profesionalmente a la escultura más o menos hace 27 años, Elena.

–¿Por qué escogiste la escultura?

–Porque antes lo probé todo para tratar de realizarme y de estar a gusto en la vida y fue en la escultura donde encontré mi vocación. Usar las manos, el trabajo manual, es la faena más noble y satisfactoria del mundo.

–¿Y tú qué estudiaste?

–Letras españolas.

–¿Dónde?

–En la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

–¿Y te recibiste?

–No, me casé.

–¿Con quién?

–Con Marcelo Javelly y como al año me dediqué a la escultura.

–¿Y luego?

–Sigo trabajando en eso.

–¿Cuándo hiciste tu primera exposición? ¿Cómo te hiciste famosa?

–No soy famosa.

–¿No eres famosa?

–No, no lo creo.

–Entonces, ¿cómo es posible que haya tantas esculturas tuyas por todas las carreteras de México?

–Creo que soy conocida entre la gente a la que le interesan las artes plásticas en México, pero una compañera de mi hija le dijo al maestro de dibujo: Ella es hija de Ángela Gurría, y el maestro le preguntó: ¿Y esa quién es? Así que no creo ser tan conocida (ríe).

–Pues yo sé que hay una escultura tuya en la Ruta de la Amistad, otra en Tenayuca, en el monumento de drenaje profundo, otras –varias creo– en Tabasco, otra en Tijuana, otra en Acapulco, otra en Cancún, así es de que las carreteras de México están marcadas por tu obra escultórica. Además son obras altísimas.

–La obra más alta realmente es la de Tenayuca que tiene 35 metros de alto, la de la Ruta de la Amistad es de 18 metros pero yo la pensé de 25, pero no pudo hacerse tan grande por falta de presupuesto.

–Pero para una escultura así de grande, ¿tú te trepas en una escalera?

–Trabajo como un arquitecto o un ingeniero que proyecta y levanta una casa, trabajo en equipo.

–Entonces ¿eres diseñadora?

–No soy diseñadora porque yo soluciono todos los problemas que puedan presentarse. Un diseñador únicamente hace un dibujito; yo calculo el peso de la escultura, tengo que resolver dónde va a estar el punto de apoyo, hago todo un estudio previo, porque considero que la escultura urbana es una señal que se coloca en una ruta o en una calle, eso me hace sentir que sirve de algo.

Foto
Ángela Gurría, retratada por Paulina Lavista

–Y tú, Ángela, ¿siempre haces obras monumentales?

–Sí, realmente es lo que más me atrae.

–¿Por qué?

–No lo sé, primero veo las cosas en pequeño y las trabajo en maquetas, en dibujos para proporcionar el espacio, después las empiezo a hacer más grandes, por eso mi trabajo nada tiene que ver con el de un diseñador, porque para esculpir necesitas conocer a fondo cómo va a reaccionar el hierro, hasta qué punto puede obedecer en manos de otros, porque obviamente ni una escultora ni un escultor pueden doblar un hierro, se necesitan cinco hombres fuertísimos para que lo puedan hacer y usar máquinas, y el escultor va dando instrucciones desde abajo para ir tensando tu material.

–¿También usas vidrio?

–Sí, me di cuenta de que al cristal todavía no se le ha dado la dimensión que tiene y empecé a usar la luz y la inserté en hierro. El cristal es una novedad dentro de mi técnica y surgió a raíz de la creación de unos vitrales para una iglesia; fue entonces cuando me di cuenta de que el vidrio tiene posibilidades sensacionales; que el uso del cristal como materia escultórica aún no nacía y me puse a estudiarlo, hice toda una teoría; no uso el cristal como se usa convencionalmente. Para mí el cristal es sólo un instrumento para trabajar la luz.

–¿Y el arte pictórico es caro?

–Reunir los materiales, pinceles, lienzos, yeso, todo eso es caro y por eso es importantísimo que el gobierno ayude con becas. Yo siento que en la escultura no hay estímulos, que ejercerlo es ya un verdadero triunfo.

En el estudio de Ángela Gurría en Tlapancalco, Coyoacán, casi esquina con Francisco Sosa, además de algunas fotografías de sus gigantescas esculturas (el Homenaje al trabajador, del drenaje profundo, en Tenayuca, por ejemplo, tiene más de 35 metros de altura), hay bolas de vidrio redondísimas en las que si no se ve el futuro, Ángela se redondea, se magnifica, se empequeñece. Me recuerda los versos de Pita Amor. Casa redonda tenía, de redonda soledad. Ángela Gurría, blanca y negra, como reina de baraja, con sus ojos muy fijos y su peinado de manola, sus grandes aretes, también me da una idea de soledad. Me la dio sobre todo cuando me despedí de ella y la vi por el retrovisor, sola, parada frente a la puerta de su estudio, destanteada, mirándome partir, insatisfecha con la entrevista, conmigo y con ella misma, tuve ganas de regresarme, de hablarle en la noche, al día siguiente, pero como la siento sofisticada también pensé que podría creer que soy una encimosa. Y no lo hice. La imagen del que se queda parado en la banqueta, los brazos colgantes a un lado del cuerpo siempre me ha perseguido, como me persiguen también los rostros de mujeres que se asoman a la calle, la frente apoyada contra el vidrio de la ventana. A veces, cuando voy manejando, levanto la vista y atisbo una figura silenciosa inclinada hacia fuera. Siempre es una mujer y la imagino desolada. Por eso me hipnotizo ante el cristal de Ángela Gurría, los fragmentos de colores que ella ensambla.

En ese trabajo laborioso, hay mucho de espera, mucho de mujer atrapada en volúmenes de vidrio, congelada en vida en rectángulos, cuadrángulos, círculos de luz, cristales cóncavos y conexos, aferrada a la luz, al cuadrante también, el cuadrante de la soledad.