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Tres concertistas relatan a La Jornada su llegada a la orquesta, que este 2016 cumplió 80 años

Detrás de cada nota de la Ofunam emerge un artista con la música en la sangre

Un violinista, un clarinetista y un trompetista narran historias de sacrificio y dedicación

Han logrado interpretar sus repertorios soñados, al frente de los conductores más destacados

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Manuel Hernández Aguilar es originario de OaxacaFoto Alondra Flores
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Humberto Alanís Chichino, segunda trompeta, y Juan Carlos Castillo Rentería, violín segundo, el más joven del conjunto sinfónicoFoto Alondra Flores
 
Periódico La Jornada
Lunes 26 de diciembre de 2016, p. 8

Detrás de cada sonido de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (Ofunam), que este 2016 cumplió 80 años, sobre el escenario de la sala Nezahualcóyotl emergen historias de vida construidas con música. Abrimos la página a tres de ellas, del centenar de músicos que forman la agrupación, fundada en 1936, el conjunto sinfónico más antiguo de la Ciudad de México.

Manuel Hernández Aguilar, clarinete principal

Tocar los conciertos para clarinete de Carl Nielsen y de Jean France era la más grande aspiración de Manuel cuando era joven estudiante. Así lo relata, al tiempo que un suspiro se le escapa. Con la Ofunam ya toqué todos, celebra el clarinetista, miembro de la orquesta desde hace 12 años. Ha sido una vida privilegiada como instrumentista, toqué los conciertos de mis sueños.

Originario de Tlaxiaco, afirma haber nacido con la música, que ha vivido en sus oídos. Se dice que en Oaxaca la música es un modo de vida. En lugar de biberón nos ponen una boquilla de trompeta o clarinete. Y orgulloso sabe que hay mucho talento en su estado y una gran cultura de bandas tradicionales.

En su caso, la música le corre por las venas por generaciones, desde su bisabuelo, Zenobio Hernández, quien era clarinetista y enseñaba el arte del sonido en la región Mixteca.

La tradición siguió, pero a su padre le tocó una terrible época de pobreza en los años 50, que lo obligó a migrar, primero a la ciudad de Oaxaca y luego a la capital del país. Después de pertenecer en una banda de guerra, aquí fundó un grupo de música tradicional.

La cultura oaxaqueña migrante no va sola cuando sale de sus lugares. Así pasó en ciudad Neza, con pueblos de cada región, como su natal San Agustín Tlacotepec. De muchachito, junto a su padre comenzó a tocar en grupos versátiles, ya fuera el güiro, el bajo eléctrico, el teclado o el acordeón, aunque el instrumento que soñaba aprender era el saxofón.

Cuando su padre lo llevó a su primer examen en el Conservatorio, platica, le preguntaron historia de la música y sobre los compositores. ¿Esto qué es? Yo ni siquiera los nombres podía pronunciar. No pasé.

Al segundo intento, tras un año de estudios propedéuticos, fue aceptado. En esos tiempos fueron las notas de Mozart las que lo convencieron de cambiar el saxofón por el clarinete, por sugerencia de su maestro. Recuerdo que fui con mi papá al centro a comprar el clarinete, uno de pasta, porque era lo accesible para nosotros.

Años más tarde, con un recién aprendido y fluido francés, sería en el Conservatorio de Versalles, en Francia, donde culminaría sus estudios gracias a una beca. El paso por la Escuela Superior de Música, la recién creada Escuela Nacional de Música y el ingreso a la orquesta de ópera de Bellas Artes quedaban en su expediente, con varios clarinetistas principales de la Ofunam como sus maestros. Casi a escondidas, tocó el saxofón con grupos en fiestas, lo cual lo ayudó a mantenerse durante sus tiempos de formación.

Prácticamente aterrizando de Europa hizo la audición en la Ofunam. Y que gano. ¡Ah! ¡Qué felicidad! Su primer concierto en la sala Nezahualcóyotl fue con Enrique Bátiz de director. Fue muy difícil ese programa; tocamos el Concierto para violonchelo de Dvorak, que lleva un solo para clarinete en el segundo movimiento, y la Quinta Sinfonía de Shostakóvich.

Imponente, así siente la sala de conciertos que ahora es su casa. Me mal acostumbré a tocar aquí; todo lo oigo bonito en este lugar, conversa en uno de los camerinos. Creo que la vida de cada integrante de la orquesta es muy interesante; me resulta fascinante enterarme cómo han entrado a la música y cuál ha sido su camino.

Juan Carlos Castillo Rentería, violín segundo

El niño, el niño, así es como cariñosamente llaman a Juan Carlos sus compañeros en la Ofunam. A punto de terminar la carrera en la Ollin Yoliztli a los 21 años, en enero próximo cumple el primero como parte de la agrupación y es el más joven en este momento.

Ante la hiperactividad a cortísima edad, la recomendación fue que le pusieran música clásica. ¿Ayudó? Su mamá dice que sí. Él, la verdad, ya no se acuerda. Pero sí tiene en la memoria de ese primer concierto en el Palacio de Bellas Artes, donde a los cuatro años supo que iba a tocar el violín.

Ya había visto y oído el instrumento gracias a su papá, un músico de mariachi. Él le dio sus primeras lecciones. Influye, como que lo llevas en la sangre, cuenta en un descanso de los ensayos de la orquesta. La música de mariachi me encanta y la sé tocar. Oír una orquesta fue un plus para saber qué quería.

La violinista japonesa Yuriko Kuronuma fue su maestra desde los cinco hasta los 15 años. Luego continuó con Natalia Gvozdestkaya, una leyenda en la enseñanza del instrumento.

Admite todavía sentir nervios al subir al escenario. Aunque con el tiempo ha ido aprendiendo a controlarlos. Durante este año le tocó experimentar ser dirigido por numerosos conductores, pues la Ofunam en este periodo se mantuvo en la búsqueda de su próxima batuta artística, tras la salida de Jan Latham-Koenig.

Sus favoritos fueron Elim Chan y el maestro Massimo Quarta. Curiosamente, unos días después de la conversación con La Jornada, la Ofunam anunció la designación de Chan como directora huésped principal y al italiano Quarta como el próximo director artístico, a partir de enero de 2017.

De la invitada de origen chino destaca que tiene mucho carisma y química con los músicos. Es muy joven y transmite esa energía.

Una temporada dedicada a las sinfonías de Beethoven ha sido parte de su novatada. Curiosamente, la Cuarta, con Quarta en la batuta, es la que lo ha dejado más emocionado al salir de un concierto, más eufórico. Cuando te dirige alguien y dices: ¡Ah!, este es el que conviene. Al menos, así lo sentí.

Desde antes solía asistir a la sala Nezahualcóyotl, una o dos veces al mes para escuchar a la Ofunam, pero sobre todo a la Orquesta Juvenil Eduardo Mata, de la que formó parte.

Entonces, Juan Carlos invita a otros de su edad a visitar la sala Neza. Siento que no nos han inculcado el hábito de escuchar música clásica. Nos hace falta acercarnos a formatos menos comerciales. A mí me encanta el jazz, el blues, el rock. Pero es una gran experiencia escuchar música distinta.

La sala Nezahualcóyotl es una joya. Me siento muy afortunado. Es una de las razones por las que me gusta mucho tocar aquí. Les recomendaría que se acercarán y se dieran permiso de experimentar otro tipo de música, probar y saber.

¿El niño? Se fue por unos dulces, suelen bromear los otros músicos cuando alguien pregunta por Juan Carlos. Pero, a pesar de la diferencia de edad, se lleva muy bien con ellos, son excelentes personas, excelentes músicos. La verdad me siento excelente trabajando en la Ofunam.

Humberto Alanís Chichino, segunda trompeta

Después de someterse a un tratamiento de ortodoncia, al volver a tomar la trompeta, Humberto no pudo emitir ni una sola nota. En ese momento pensó que su carrera en la Ofunam se había terminado. Fue un momento muy triste. Preguntarse qué va a pasar, qué voy a hacer. Estuve incapacitado un tiempo, sin tocar.

Afortunadamente, un año después, cuando le quitaron los aparatos bucales, pudo volver a la orquesta. Haz de cuenta que había sido el día anterior cuando dejé de tocar. A su regreso se habían ido los principales y el director. Desde entonces es segunda trompeta y ha tenido el gusto de tocar con muchos directores principales, y de haber viajado por giras al extranjero, entre ellas, la de hace un año a Londres, o a hace dos a Italia. Pero, sobre todo, tocar la música que le fascina, como la mexicana de Revueltas o Moncayo. También me gusta cómo suena la trompeta en Chaikovski, Mahler, Shostakóvich o Strauss; son obras donde se necesita mucha potencia y donde destacan las trompetas, tipo fanfarria.

Cuando era muy niño, cuenta, su madre los llevaba a él y a su hermano hasta la Escuela Nacional de Música, en ese entonces ubicada en San Cosme. Desde Ciudad Nezahualcóyotl hacían dos horas y media de trayecto, la avenida Ignacio Zaragoza aún no estaba pavimentada y sólo se llegaba al Metro más cercano en chimeco, los viejos camiones.

A veces salían a las 9 de la noche, llegaban a casa casi a las 11 y había que terminar la tarea, cenar y levantarse temprano al otro día. Fue un sacrificio, sobre todo de mi mamá, quien nos acompañaba a la escuela. Ya un poco más grandes, como a los ocho años, se regresaban solos. Varias veces se llegaron a perder, ni telefóno teníamos en esa época. Pero no había tanto problema de inseguridad.

Curiosamente, a los cuatro años ya me gustaba la trompeta, porque mi abuelito y dos tíos son trompetistas. Pero los maestros dijeron que era muy pequeño, necesitaba desarrollar los pulmones y cambiar de dientes.

Sin embargo, después de estudiar el instrumento de cuerdas por 10 años, abandonó la música. Fue en la Escuela Normal, donde cursaba el bachillerato, donde encontró sorpresivamente un banda de marcha. Fue mi salvación y ahí empecé la trompeta. A veces ni entraba a clases por estar practicando. Terminó la prepa y decidió dedicarse de lleno a su trompeta.

A los 17 años ya era integrante de la Orquesta Sinfónica del Estado de México, donde llegó a compartir escenario con su hermano violinista. Se me hacía imposible entrar a una orquesta sinfónica. Ya empecé un poco grande con la trompeta, pero gracias a la dedicación y al empeño fueron saliendo las oportunidades.

A sus 47 años, Manuel lleva 25 de ellos como parte de la Ofunam. Su ingreso también parece dictado por el destino, pues casualmente en una visita como extra se enteró de que era semana de audiciones, así que la hizo y se quedó.

Me siento muy bien cada día, y no se imagina el momento en que tenga que jubilarse. Por ahora, reparte su tiempo entre la UNAM, tocando en otras orquestas, y dando clases en la Facultad de Música.

La experiencia de tener a mis alumnos, enseñarles, ver tantos problemas que hay, me motiva a estudiar y a seguir preparándome. También ha descubierto una afición: tomar fotos de sus compañeros atrilistas. Tal vez algún día se anime a hacer una exposición, comenta. Por ahora, las imágenes son un apoyo a la memoria.