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Ileana Diéguez es autora de Cuerpos sin duelo: iconografía y teatralidades del dolor

Hurga experta en el oficio artístico que visibiliza el caos por la violencia

Me interesa el modo en que el arte puede propiciar a veces un espacio para respirar, para tomar aliento y continuar, porque no creo en la reconciliación ni en el perdón, señala

 
Periódico La Jornada
Lunes 19 de diciembre de 2016, p. 9

Pensar el arte en México lleva a la pregunta: ¿qué es el arte? Por ello la investigadora Ileana Diéguez prefiere referirse a práctica artística: dos palabras que explican que el arte o lo que se llama arte, es un modo de intervenir o de acompañar una situación en determinada población o en circunstancias sociales muy particulares, y no necesariamente la posibilidad de pensar la dimensión artística.

La práctica artística que le interesa es aquella en la que los autores “han decidido acompañar determinadas situaciones, generalmente bastante lamentables, trágicas. Me he enfocado más al estudio de un arte vinculado al dolor, a los procesos de pérdida.

Me interesa el modo en que el arte puede propiciar a veces un espacio como para respirar, para tomar aliento y continuar, porque no creo en la reconciliación ni en el perdón.

Esta forma en que la creación y los artistas acompañan estos procesos se describe en su libro Cuerpos sin duelo: iconografía y teatralidades del dolor, publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, en el que analiza la obra de Ericka Diettes, Mayra Martell, Juan Manuel Echavarría, Alfredo López Casanova y Gabriel Posada, quienes han decidido acompañar a los que han perdido a personas cercanas a causa de la violencia, no sólo en México, sino en otros países, ya sea con fotografías, performances o instalaciones en las que presentan, en muchas ocasiones, objetos que pertenecieron a las víctimas: ropa, cobijas y zapatos.

Sin embargo, señala, “son pocos los artistas que acompañan esos procesos para la dimensión de lo que nos sucede. Comencé esta investigación partiendo más de los escenarios colombianos, porque estaba desarrollando mi investigación ahí, y en la medida en que México fue entrando en este caos, cada vez más imposible de definir con una palabra.

Hasta hoy, lamentablemente, la posibilidad de encontrar un poco ese tipo de producción, incluso una producción que visibiliza, que apunta a una situación, es difícil.

El arte hecho de esta manera, el que acompaña procesos de dolor, en muchas ocasiones se convierte en un ritual, por ejemplo en las exposiciones o representaciones performáticas.

“Creo que las personas, cuando suceden esos acontecimientos de un tipo de práctica artística o quehacer que está en el límite entre el arte y la política, y que es las dos cosas al mismo tiempo, es un ritual que tiene indudablemente que ver con el dolor: no hay más que estar ahí y ver los rostros de las personas: están transidos de dolor y todos deberíamos estar así, porque esto que pasa es de todos, no de unos pocos.

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No hay más que ver el periódico para mirar el cinismo en el que nos estamos moviendo hoy, señala en entrevista con La Jornada Ileana Diéguez, profesora en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad CuajimalpaFoto José Antonio López

Lo que me ha quedado clarísimo en este tiempo es que muchas prácticas artísticas devienen rituales fúnebres, de dolor, como muchas otras prácticas que no son artísticas.

Normalidad monstruosa

–¿Nos estamos acostumbrando a la violencia, a las víctimas?

–Sí. Hay algo monstruoso en esto, porque es una especie de normalidad monstruosa la que se ha instalado.

“Hace poco releía un texto de Bauman, en el que habla de esa especie de insensibilidad moral y del estado de indolor, de apariencia, de no siento nada; me protejo del dolor de los otros, porque dignamente la vida tiene que continuar. No es un discurso que suscribo, lo digo en un sentido paródico, y cuando Bauman hace un análisis muy interesante de este proceso de adiaforización que tiene que ver con la diáfora –lo que se minimiza, lo que parece que es poco importante–, y habla de esta cuestión del dolor cuando se practica como algo desde el punto de vista social, lo relaciona con la clínica: esta relación cuando el cuerpo duele es una señal, vamos al médico para curarnos y mejorarnos; posiblemente ya cuando el cuerpo no da señales de dolor, algo ya está muy mal, que ya no podemos curarlo.

“En esta comparación, ese ‘no dolor’ es indudablemente un síntoma de un estado muy dañado, un daño que no quiere ser reconocido, y en eso hay un peligro brutal, porque está ya elaborándose una enfermedad.

“Creo que estamos muy esquizofrénicos, muy enfermos, y queremos aparentar ser una sociedad normal: no hay más que ver el periódico para mirar ese cinismo en el que nos estamos moviendo hoy.

El arte todavía es uno de los espacios que puede hacer algo; a lo mejor uno le cree más a estos acontecimientos que a un político que se pare a decirnos que hay que hacer algo; el problema es también la pérdida de la credibilidad, subraya la profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Cuajimalpa, y agrega:

Si los periódicos dejaran de publicar lo que nos sucede, si todos hicieran silencio, las obras que quedan y las prácticas de esos artistas hablarán para otros tiempos. Tengo la absoluta seguridad de que una persona de aquí a 40 años, 50 años que se encuentre con los cubos relicarios de Erika Diettes o con las fotografías de Rosa María Robles, y se preguntara qué pasó en este lugar para que esto sucediera, tendrá que empezar el proceso de exhumación de la historia y encontrará algo, por más que se haya querido esconder.