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El éxtasis vibrante de Bill Evans
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Periódico La Jornada
Sábado 10 de diciembre de 2016, p. a16

Cuando Scott LaFaro pisa el último escalón que conduce al escenario del Village Vanguard, su risa se confunde con la de Paul Motian, apresurado en su paso hacia los tambores.

Ya LaFaro ilumina la semipenumbra con el resplandor moreno de su contrabajo, Bill Evans descrucifica los marfiles del teclado y Paul Motian exclama desde atrás de los tambores, extasiado frente al prodigio de diálogos entre piano y contrabajo: ¡estos cabrones me hacen llorar con tanta belleza que producen al hacer su música!

Más que entenderse, comunicarse sin cruzar palabras, la unión espiritual entre Scott LaFaro y Bill Evans tenía tintes místicos: uno era el alter ego del otro. Y Paul Motian lloraba de emoción al completar prodigio tal en triálogo.

Estos tres músicos lograron algo muy cercano a la perfección en música. La constatación está ahora en los anaqueles de novedades discográficas, donde esplende una joya titulada Bill Evans Trio. The Village Vanguard Sessions (Masterworks. Original Albums) en una versión remasterizada digitalmente en el formato de 24 bits y sonido estéreo.

Este documento está clasificado en la Library of Congress como culturalmente, históricamente y estéticamente importante.

El objetivo principal que había perseguido Bill Evans y logrado con Scott LaFaro consistía en hacer cantar el piano. El significado de esa frase, hacer cantar, adquiere sentido cuando escuchamos este disco.

Bill Evans poseía una vasta cultura musical. Solía ensayar durante horas El Clave Bien Temperado, de Bach, para encontrar la precisión anhelada durante sus conciertos. Estudió a conciencia a Chopin, Schumann, Béla Bartok, Shostakovich, Olivier Messiaen y Scriabin.

Esta nueva edición recoge 12 temas grabados en el Village Vanguard. Existen las grabaciones completas en un álbum triple y otra versión en disco doble. La novedad es la impresionante calidad de sonido lograda en este disco.

En el Village Vanguard, esa Meca del jazz, se han grabado más de un centenar de discos, pero solamente dos son considerados de importancia histórica y calidad absoluta como el de Bill Evans, que ahora nos ocupa y el que grabó ahí John Coltrane. Ambas grabaciones datan de 1961.

Diez días después de lograr la perfección en música, Scott LaFaro falleció cuando su automóvil se salió de la carretera y se estrelló contra un árbol, de regreso a casa.

Con Scott LaFaro murió una parte de la persona de Bil Evans. Fue el fin del triunvirato perfecto. Bill Evans dejó de tocar el piano durante meses. Fue en ese mismo tiempo cuando se construyó una leyenda urbana: hay quienes juran haber visto deambular a Bill Evans por las calles de Manhattan vistiendo las ropas de su amigo Scott LaFaro.

Max Gordon, el fundador y dueño del Village Vanguard en Nueva York, desciende también a ese sótano donde sucede la mejor música del mundo: ¡Bravo, ese Schumann les salió muy bien!.

Pero no es Schumann, lo escribí yo, replica Bill Evans, es el regalo de cumpleaños de mi sobrina, Debbie, y es un vals. Está bien, Max, tú ganas, los últimos meses he estado estudiando a Schumann, por eso te sabe a Schumann, pero yo escribí esta obra.

A Waltz for Debbie le sigue un clásico que de plano hace sollozar a Paul Motian mientras barre sus lágrimas en el tambor con la escobilla metálica: My Foolish Heart, que por lógica conduce a My Romance y por disciplina un cambio de atmósfera hacia Alice in Wonderland y luego, para coronar las sienes de las musas que forman multitud en ese sótano contrario al Hades, All of You.

Bill Evans estableció con su Trio un nuevo canon: no más una sucesión de solos alternados entre los músicos, sino un concepto de igualdad: la improvisación simultánea, los tres escribiendo música al mismo tiempo.

Sabía que si lograba romper con los estereotipos, podía llegar a crear música de gran belleza y conmover, hacer de las ideas sentimientos nobles, un equilibrio exquisito entre placer sensual, ideas, emociones, como la que acrisoló Ravel en sus Valses Nobles y Sentimentales.

Nos conmueve porque le da vida a las notas musicales como nunca nadie les había dado vida. Los sonidos nos llegan a lo más profundo porque están correctamente ordenados, técnicamente impolutos, pero más que la destreza artesanal, es su condición de pureza espiritual lo que nos mueve.

Para lograr que su sonido gane en belleza y profundidad, desarrolló, en horas y horas de ejercicio, trabajo tenaz, una técnica muy personal: doma el brazo hasta controlar su peso y eso determina la duración del sonido, de cada nota, cada compás así medido de una manera diferente, de tal modo que cada nota canta y se enlaza de manera natural con la siguiente, que nace igual, cantando.

Cuando escuchamos este disco, con la música que grabó Bill Evans con Scott LaFaro y Paul Motian en el Village Vanguard, una luz brillante, blanca, penetra la ventana para inundar la estancia y nos envuelve con sus resplandores transparentes.

En éxtasis vibrante.

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