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¿La Fiesta en Paz?

Los toros, ¿enfermedad terminal o dolencias corregibles?

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ranscribo un correo de Carlos Hernández González, Pavón para los taurinos y Pavor para los amigos, experimentado taurófilo que a lo largo de su rica existencia ha sido no-villero, ganadero, maestro de toreros, polémico escritor y conversador de lujo, quien, a diferencia de los que se devanan los sesos teorizando acerca de esta fallida temporada grande en la infortunada Plaza México –ricos van y ricos vienen, hasta que su concepto de fiesta truene–, achacando la notable ausencia de público a la acumulación de fechas, al aumento del precio en las entradas, al nuevo horario, a la escasa publicidad o a la falta de dinero del grueso del público, pero no a la pobre oferta de combinaciones, señala sin tapujos:

“En el Distrito Federal, ahora flamante Ciudad de México –se arranca Pavón–, la fiesta brava padece una enfermedad terminal, que se agravó los recientes 23 años con la administración Alemán-Herrerías, pero ni la nueva empresa Tauroplaza México, ni nadie, van a aliviarla. ¿Por qué? Veamos la cuestión desde una perspectiva más amplia, ya que us- tedes los periodistas son tan taurinos –¡chacos!– que les ocurre lo que a aquellos científicos que ven tanto hacia su laboratorio que no se asoman por la ventana a ver qué está pasando afuera.

“El toro mexicano, desde que Pepe Chafik mandó en la fiesta, se elaboró –lo afirmó Juan Belmonte– como un Stradivarius, o sea como el instrumento hecho para que el violinista toque óptimamente, mas no para que el peligro esté presente en un ruedo como lo está en las carreras de autos, por ejemplo, donde los pilotos todavía se matan, y a pesar de tantos análisis que se hicieron en torno a la muerte de Airton Senna, la conclusión fue que en una carrera de autos siempre habrá imponderables.

“Pero el torito mexicano, ‘el toro de la ilusión’ (Páez), o ‘el post toro de lidia mexicano’ (Alcalino), está hecho para que con un poquitín de técnica no pase nada. Lo del Pana y otros cuantos percances que todavía ocurren hoy se deben a casos absolutamente circunstanciales, ¿por qué?, porque en el toreo prácticamente ya no hay imponderables.

“Además de lo anterior, la técnica u oficio del torero se ha sublimado, a grado tal que esa casi perfección ha sido encaminada a que el diestro se libre de las cornadas y no a buscar la emoción, ya sea estética o de valor. Esos horribles toques bruscos previos a un pase afean totalmente los pases, ah, pero son la seguridad del torero desde iniciado el pase. La gen- te del tendido no analiza esto, pero automáticamente se van dando cuenta que torear no tiene chiste y por eso no vuelven a la plaza, porque otros espectáculos tienen más chiste o importancia o emoción, y en proporción a lo que cobran.

“La fiesta de toros en Ciudad de México ya no resucita ni con el 2 x 1 o aunque pusieran los boletos a mitad de precio. El toreo ya no tiene chiste, por eso las plazas no se llenan, y al tiempo lo veremos, ni con José Tomás ni con Hermoso ni con El Juli. En Ciudad de México la fiesta está muerta.

“El análisis debe ir hasta el fondo y ese es que este concepto de tauromaquia va hacia la mente consciente o inconsciente del espectador, que ya no es aficionado, sino sólo espectador. Domingo Ortega en su conferencia magistral El arte del toreo, ofrecida en el Ateneo de Madrid el 29 de marzo de 1950, vaticinó: ‘el día que la corrida no revista peligro, todos ustedes ignorarán la fiesta’, y es lo que con tristeza e impotencia hoy estamos viendo”, remata Pavón.