Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de diciembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Contra la rendición
L

a operación secuestro ya empezó. Para cumplirle a sus bases, el presidente electo de Estados Unidos no chista y empieza por romper flagrantemente las más elementales reglas del comercio mundial en gran medida impulsadas o impuestas por el Estado americano a lo largo de su historia.

No se trata de un proteccionismo preventivo o de coyuntura, sino de forzar a los capitales que no tienen patria a que se reconozcan en la suya y asuman la particular interpretación del interés nacional que profesan Donald Trump y su banda. Más que una nueva o renovada versión del estado de seguridad nacional que nació al calor del gran enfrentamiento bipolar de la guerra fría, los terrícolas deberán prepararse para sobrevivir una suerte de invasión de Mongo, una guerra de los mundos sin cuartel ni clemencia.

Al forzar a Carrier a quedarse en Estados Unidos y no emprender el viaje a Monterrey, Trump no ejerce los derechos del Estado nacional en materia de intercambio internacional, sino que impone con fuerza a sus propios connacionales, y con ellos al resto del mundo, a aceptar como universales su visión y sus reglas, del todo desconocidas en su posible despliegue, para gestionar y conducir los negocios y las decisiones que hacen posible su movimiento y circulación. La OMC se va al traste y los múltiples tratados de libre comercio son puestos en embargo por un unilateralismo extremo que, de extenderse en el tiempo y el espacio, no puede ser sino destructivo de lo que queda del orden mundial tejido por la globalización que se quiso convertir en nuevo régimen al terminar la guerra fría con la victoria estadunidense.

De ahora en adelante parece que todo será un juego abierto y descarnado de voluntades de poder. Los diseños esbozados para una recuperación no sólo económica sino política de la globalización, con miras a dejar atrás el formato neoliberal de esta última, son puestos entre paréntesis y el mundo queda a la espera de la próxima trumpada, así en la Tierra como en el cielo.

¿Y nosotros? ¿Podemos seguir hablando así, de nosotros, sin antes haber hecho la elemental tarea de reconocernos en nuestra historia y nuestras capacidades realmente existentes? Por lo pronto, lo único que puede reconocerse es que las fuerzas políticas que deberían conformar el gran comité ejecutivo de la nación juegan a la matatena de la sucesión o a la pirinola del toma todo, cuando lo que se requiere es la erección de un auténtico juego cooperativo capaz de concitar el acuerdo más amplio para resistir la invasión virtual, pero efectiva, que llegará por partes o totalmente en los próximos meses.

Sin un acuerdo de esa naturaleza, que acuerpe y movilice a la vez para dar lugar a un nuevo diseño del Estado y de la propia economía nacionales, lo que irremediablemente viviremos será la paulatina rendición de las fuerzas productivas, de nuestra disposición creativa, de la dirección política, ante una realidad grosera volcada a la redefinición más brutal del mundo de nuestros días de que hayamos tenido noticia.

Se habla desde el gobierno de modernizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), pero sea eso lo que quiera significar es y será del todo insuficiente para lidiar con la tormenta que viene. La estabilidad monetaria, en gran medida sustentada en la contención sostenida del producto potencial hasta prácticamente acabar con éste, no podrá esgrimirse más de excusa a fin de no buscar otro curso para el crecimiento de la economía y del empleo, porque será la falta de este último la que barra en definitiva con los espejismos creados por una estabilización que no puede ofrecer perspectivas ciertas de defensa y mejoría del nivel de vida de las mayorías.

Nos guste o no, responda o no a las expectativas ahora depositadas en el supuesto pragmatismo de unas fuerzas políticas estadunidenses enloquecidas y embravecidas, la hora de asumir la cuestión del nivel de vida de los más está por llegar y no habrá poder humano que evite el reclamo airado de protección social elemental, salario justo y empleo digno que la propia circunstancia del estancamiento, ahora reafirmado como horizonte inapelable, ha ido forjando con los años. Trump irrumpirá y querrá imponer su brutal voluntad de dominio y poder y sólo se podrá encararlo si se pone por delante otra interpretación del interés general de la región norteamericana posible, que empiece por la redefinición del propio y particular interés de los mexicanos en sobrevivir y desde la resistencia erigir otra visión y volver a mirar hacia adentro.

No para aislarnos, pero sí para recrear fortalezas que sólo pueden provenir de la rehabilitación económica del país y del reforzamiento de reservas colectivas que por lustros o décadas se ha querido mantener dormidas, socapa de asegurar una estabilidad que no ha podido traducirse en crecimiento y dinamismo económico. De este relevamiento doloroso de nuestra realidad, la superficial y la profunda, podrá emanar una voluntad rehabilitada para dar a la política otra misión, cada vez más alejada de la fútil y lamentable empresa de conservar o adquirir el poder evanescente del régimen a costa de lo que sea. Querer no siempre es poder, pero sin quererlo no habrá poder humano que pueda resistir lo que viene.