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Y, tras tres semanas...
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uizá para muchos resulte inconcebible que al 29 de noviembre, tres semanas cabales después de la jornada electoral en Estados Unidos, aún no haya concluido el conteo de los votos. Salvo los más ineptos, la mayoría de los sistemas electorales se las ingenia para, salvo catástrofe, concluir los cómputos en unos cuantos días. Pasadas tres semanas, la delantera de Hillary Clinton en el voto popular –que en un principio se cifró en cerca de 800 mil sufragios (véase El día y los siguientes, La Jornada, 17/11/16)– llegaba ya a 2.24 millones y seguía aumentando, como informó el Times de Nueva York. Ésta, la mayor ventaja de que se tenga memoria para un candidato perdedor, no sorprende habida cuenta del peculiar estilo estadunidense de elegir presidente y es asunto que, tras siglos de vigencia, no suscita grandes emociones, excepto cuando las provoca, como en 2000 y, de nuevo, ahora. También inquieta, y mucho, a Donald Trump. Según el resumen de la transición que el NYT difunde diariamente, Trump dedicó el feriado de acción de gracias a desatar una tormenta de tuits, que más adelante se reproduce en parte. Aludió en ellos al recuento de votos que se realizará en días próximos en el estado de Wisconsin y a los que se han planteado en Michigan y Pensilvania. Este recuento se ha convertido en el tema central de la transición tres semanas después de los comicios, junto con las vicisitudes del controvertido proceso de designación de los colaboradores inmediatos del futuro presidente.

Como para tantas otras cosas en el peculiar sistema electoral estadunidense, no hay reglas fijas o generales aplicables al recuento de votos. Donde está estatuido, puede ser obligatorio o voluntario y suele efectuarse –siempre a petición de parte– cuando la diferencia en el cómputo es menor a un margen porcentual o a cierto número absoluto de votos. El objetivo del recuento es detectar votos irregulares, errores en el conteo u otras anomalías. Si el recuento es obligado, lo financia la autoridad correspondiente; si es voluntario debe solventarlo el solicitante. Esto es lo que va a ocurrir en Wisconsin.

El 25 de noviembre, la Comisión Electoral de Wisconsin anunció oficialmente que efectuaría un recuento total de la votación presidencial en el estado a petición de dos candidatos: Jill Stein, del Partido Verde, y un independiente. Stein promueve recuentos, además, en Michigan y Pensilvania. Tras algunos titubeos, el equipo de campaña de Clinton declaró, el mismo día, que participaría en el recuento de Wisconsin y, en caso de llevarse adelante, en los otros dos. Recordó que en la campaña electoral habían menudeado las denuncias de posibles interferencias en los procedimientos cibernéticos de captación y recuento de los votos, incluso por parte de gobiernos extranjeros, siendo conveniente asegurarse de que, de haber en efecto ocurrido, no habían afectado los resultados. A pesar de haber sido el candidato que más acudió a las denuncias de fraude electoral, que repitió incansablemente por semanas, y de hablar ahora de millones de votantes ilegales, Trump considera los recuentos una pérdida de tiempo y de recursos y los denuncia de manera airada. En general, muy diversos comentaristas –entre ellos Amy Davidson, de The New Yorke r– coinciden en considerarlos, si no negativos, al menos inútiles y distractores.

Veamos algunos de los tuits de Trump del 26 y 27 de noviembre, tomados del NYT: “4:31 pm. La estafa del Partido Verde para llenar sus cofres solicitando recuentos imposibles es ahora respaldada por los abiertamente derrotados y desmoralizados demócratas. 9:59 pm. Los demócratas, cuando equivocadamente pensaron que iban a ganar, pidieron que los cómputos de la noche de la elección fueran aceptados. ¡Ahora ya no! 27 Nov 2:30 pm. Además de ganar de calle el Colegio Electoral, yo gané el voto popular si se deducen los millones de personas que votaron ilegalmente. 6:31 pm. Serios fraudes de voto en Virginia, Nueva Hampshire y California –¿Por qué no lo informan los medios? ¡Nula imparcialidad– gran problema!” Queda de relieve la ligereza con que Trump maneja la verdad y la facilidad con que se apoya en hechos falsos. Al decir que ganó el voto popular se basa en fake news difundidas el día de los comicios por su propia campaña, que denunció una invasión de las casillas por masas de votantes ilegales. Sin duda le parece anormal, escribe Amy Davidson, que votantes no blancos acudan a las urnas.

Los números divulgados hasta ahora, por el 2016 National Popular Vote Tracker (cookpolitical.com), en los tres estados en que se ha solicitado recuento son los siguientes:

Es desde luego improbable en extremo que los recuentos conduzcan a una revisión de los resultados de magnitud suficiente para que Clinton alcance la victoria en los tres estados en cuestión. De ser así, aumentaría su margen de ventaja en el voto popular –con el valor político simbólico que entraña–, pero los votos electorales adicionales que le corresponderían serían insuficientes para borrar la ventaja que Trump detenta.

Se ha discutido el rol que pueden jugar, el 19 de diciembre, los 538 electores que ahora integran el colegio. En archives.gov se encuentra información clara y sucinta sobre esta desconcertante institución, establecida, según un comentarista, para potenciar el poder político de los propietarios de esclavos en los pequeños estados sureños vis-à-vis los votantes de los más poblados estados del noreste. Este es otro asunto para el que no hay reglas generales: los electores son elegidos, por lo general, por el partido político del candidato, pero las leyes varían respecto de la forma en que selecciona a los electores y de las responsabilidades que les competen. Además, no existe provisión constitucional o ley federal que requiera que los electores voten de acuerdo con el resultado de la votación popular en sus estados.

A fin de cuentas, quizá lo mejor que pueda desprenderse del penoso episodio electoral vivido en 2016 en Estados Unidos sea una presión social irresistible para abandonar la elección indirecta, que en ocasiones arroja tan aberrantes resultados.