Opinión
Ver día anteriorMartes 22 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Brasil en París
E

n Francia, los expendios de tabaco son un monopolio de Estado. Aparte algunas chucherías, se venden timbres de correo y fiscales, así como los diversos billetes de lotería también estatales. Tradicionalmente, la gerencia de estas tabaquerías era otorgada a las viudas de militares en compensación a la muerte del marido en aras de la patria. Los años de relativa paz que se goza en Francia han disminuido el número de héroes y, por tanto, de viudas a quienes debe ayudarse de manera decorosa con un trabajo tan simple como aburrido. Así, el gozo del privilegio de vender cigarros y billetes de lotería ha ido pasando a manos de parejas de edad designadas por una comisión según méritos desconocidos por los profanos. Sin embargo, al observar a las personas que atienden estos estanquillos, puede acaso deducirse que una de las virtudes esenciales para ganar el privilegio de vender cigarros y sueños de riqueza gracias a loterías nacionales y europeas, de las siete de la mañana a las ocho de la noche, debe ser la de poseer un carácter taciturno bien ostentado en la expresión del vendedor.

Sin duda por ello, ha causado gran revuelo en el barrio de la Maub, apócope de la plaza Maubert-Mutualité, la nueva vendedora de tabaco. A pesar de la presencia de un marido y otro pariente cuyos lazos con la pareja no son claros, los vecinos pueden gozar del carácter más que risueño de la mujer cuya risa resuena a menudo en la tienda. Joven, pulposa, bien moldeada y luciendo indiscretos escotes en ocasiones, la patrona del expendio posee la inapreciable calidad de ser brasileña. Esta rara virtud entre los vendedores y vendedoras de tabaco en París debe tener un poder de atracción: la clientela aumenta día tras día mientras el rumor público de su agradable presencia se extiende más allá de las calles aledañas a la plaza. Como si la palabra brasileña tuviese el don de convertir la cola de clientes en desfile de carnaval y hacer avanzar sus pies a ritmo de samba. Así, incluso enemigos acérrimos de los nocivos vicios del cigarro y el juego hacen la fila en este antro de perdición aunque no sea sino para comprar una caja de cerillos.

El combate contra el cigarro de las buenas conciencias, inquietas por la salud de los ciudadanos, pierde su batalla a diario en esa tabaquería. Es posible imaginar que, muy pronto, el Ministerio francés de la Salud enviará expertos y otros científicos de la política correcta, conforme y uniforme para estudiar esta provocación a las buenas costumbres sociales e íntimas. Sin duda, todos estos dignos especialistas concluirán recomendando la necesidad de volver a subir el precio de la cajetilla de cigarros y de extender la prohibición de fumar a nuevos e insólitos lugares como, por ejemplo, los manicomios, las antesalas de la muerte o trepado en un árbol.

Sin embargo, cabe recordar que la lucha contra el tabaco no es un monopolio de nuestra higienista época. Con sus tres milenios de utilización médica y ritual por los indígenas del continente americano, el tabaco es descubierto por Colón en Cuba, de donde lo exporta a Europa. Jean Nicot, embajador ante Portugal, lo introduce en Francia y su apellido da origen a la palabra nicotina. En la corte francesa, los médicos lo recomiendan para calmar las migrañas del rey Charles XI. Muy pronto Richelieu comprende el beneficio fiscal que puede dar su venta al Estado. A pesar de los impuestos, su uso se vuelve muy popular. Sin embargo, muchos lo asocian a la brujería y, en 1642, el papa Urbano VIII amenaza con la excomunión a los usuarios. Los beneficios financieros para el Estado se imponen. Se establece la división, que hoy dura, entre partidarios y opositores del cigarro.

En su pieza Don Juan ou le Festin de Pierre, datada de 1665, Molière, uno de los más grandes escritores de Francia y de la historia, escribe: “Quien vive sin tabaco no es digno de vivir; no sólo regocija y purga los cerebros humanos, sino también instruye las almas en la virtud…”