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Las plazas no volverían y el consumidor pagaría más por manufacturas, dicen empresarios

Industria del calzado exhibe los límites del plan de Trump para aumentar el empleo
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El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, el domingo pasado en Nueva JerseyFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Martes 22 de noviembre de 2016, p. 22

Washington.

Las empresas estadunidenses, desde los fabricantes de electrodomésticos hasta los proveedores de autopartes, se han unido para pedir cautela al presidente electo Donald Trump, que estudia poner fin a los acuerdos comerciales del país. Su mensaje es que la mayoría de empleos manufactureros perdidos no van a volver, pero los altos costos para los consumidores sí podrían hacerlo. Un ejemplo es la industria de los zapatos tenis, que fue de las primeras en trasladarse a Asia por el costo mucho menor de producción en China y Vietnam.

Dos firmas como Nike y New Balance Shoes están enfrentadas sobre si Estados Unidos debería apoyar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por su siglas en inglés). No obstante, si Trump y el Congreso controlado por republicanos rechazan el acuerdo, tal y como se espera, ambas firmas y los analistas coinciden en que Asia mantendrá su dominio como centro manufacturero de la ­industria.

Compañías como Nike han invertido demasiado en esas economías de bajos salarios para estudiar un traslado de sus fábricas, incluso aunque suban los aranceles y los costos para los consumidores estadunidenses, señalan los expertos. Cualquier nuevo contrato en Estados Unidos tardará en concretarse y dependerá de una mejora de tecnologías de producción como la impresión en 3-D, que podría hacer rentable contratar cantidades relativamente pequeñas de trabajadores estadunidenses.

La misma dinámica se aplica a otras industrias, como la de autopartes, que llevaron su producción a México en las dos últimas décadas, apuntaron ejecutivos.

Línea dura

Esto insinúa el problema al que se enfrentará el gobierno de Trump si intenta adoptar una línea más dura contra los acuerdos comerciales, desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) al TPP.

Las compañías de calzado, al igual que otros fabricantes, podrían verse obligadas a pasar sus mayores costos a los consumidores, pero pocos ejecutivos contemplan con seriedad realizar nuevas contrataciones en Estados Unidos aunque haya un cambio en las tarifas a las importaciones.

La idea de trasladar la fabricación de calzado a países avanzados es una pequeña farsa, asegura Ed Van Wezel, presidente ejecutivo de Hi-tech International Holdings BV, firma con sede en Ámsterdam que vende en Estados Unidos cerca de 30 por ciento de sus zapatos.

Estados Unidos importa cerca de 98 por ciento de su calzado: 2 mil 500 millones de pares el año pasado, o casi ocho pares por cada hombre, mujer y niño. La fabricación de zapatos se trasladó hace décadas, sobre todo a China, porque es un proceso muy extenso. Hacer un par de zapatillas deportivas puede requerir hasta 80 pasos productivos.

El trabajador promedio en esta industria en Vietnam gana unos 245 dólares al mes, mientras los impuestos al calzado pueden ir de cero hasta 48 por ciento, según la Comisión Internacional de Comercio de Estados Unidos. El promedio está apenas por encima de 13 por ciento.

Los que van a perder son los consumidores, porque si empezamos a eliminar acuerdos comerciales, pagarán mucho más por sus zapatos, afirma Matt Priest, presidente de Distribuidores y Minoristas del Calzado de Estados Unidos, que representa a la industria en Washington.

En otros sectores se aprecia la misma dinámica. Mark Fields, presidente ejecutivo de Ford Motor Company, añadió la semana pasada que aranceles altos a autos y camiones importados de México dañarían la industria y la economía de Estados Unidos. Y aseguró que seguirá fabricando vehículos pequeños en México porque las ganancias al hacerlo en Estados Unidos son muy bajas.

Dos caras del comercio

New Balance, con sede en Boston, fabrica en sus cinco factorías de Nueva Inglaterra apenas la cuarta parte de los zapatos que vende en Estados Unidos, con costos entre 25 y 35 por ciento superiores a si los hiciera en Asia.

La firma dice que compensa en parte esta desventaja en el costo produciendo zapatillas de más alto nivel y personalizadas en estas plantas estadunidenses. Si la compañía saliera a Bolsa, enfrentaría la presión de los accionistas para trasladar toda su producción al extranjero.

Nike, con sede en Beaverton, Oregon, importa casi todas sus zapatillas y defendió el ATP, un acuerdo que se convirtió en uno de los grandes asuntos de la última campaña presidencial.

Nike añadió el año pasado que crearía 10 mil empleos en manufactura e ingeniería en Estados Unidos si se aprobaba el acuerdo, aunque aclaró que la mayoría sería para crear más fábricas automatizadas y no para realizar una producción al estilo antiguo, que necesitaría a miles de operarios.

New Balance se enfrentó al ATP, argumentando que pondría en peligro a sus fábricas locales al dar a competidores como Nike más ganancias que podrían invertir en el desarrollo de nueva maquinaria, productos y publicidad. Esta oposición demostró ser costosa para la marca.

Tras las elecciones, un portavoz de New Balance acogió con agrado lo que consideró como una probable derrota para el ATP. Muchos críticos calificaron sus comentarios de un apoyo a Trump y algunas personas quemaron sus zapatillas. Hubo un nuevo revés cuando un sitio web neonazi proclamó las New Balance como las zapatillas oficiales de la gente blanca.

La empresa precisó que sus comentarios originales sólo pretendían reflejar su oposición al ATP, no un apoyo a Trump. Para nosotros, esto es y ha sido siempre sobre la creación y retención de empleos manufactureros en apoyo a nuestras cinco fábricas de Nueva Inglaterra, precisó la firma en un comunicado.