Opinión
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Una lección compartida
E

l despertar de la locura autoritaria que estamos viviendo en las semanas recientes en nuestro mundo me hizo recordar que hace ya ocho años, cuando trabajaba con amigos entrañables para hacer regresar a las aulas infantiles la formación cívica, tuve la suerte de buscar fomentar entre los niños los valores de la libertad, la democracia, la equidad y la convivencia pacífica, tolerante y responsable participando en la creación de los libros de texto gratuito de Formación Cívica y Ética.

A raíz de que me había llamado para intentar deshacer una injusticia que por fortuna se pudo reparar, desde hacía meses tenía la fortuna de ser contertulio telefónico de Carlos Monsiváis, quien me compartía sus preocupaciones y visiones sobre vida y obra de la sociedad mexicana contemporánea. Era un privilegio mayor, pues Monsiváis, armado de su crítica fina, mordaz y llena de humor, era fundamental para el ensanchamiento de la libertad que nos empeñamos en consolidar los mexicanos. Su estatura intelectual y calidad estilística lo habían convertido en una de las voces más reconocibles del mundo cultural hispanoamericano.

Por esas y otras muchísimas razones lo invité a participar en el libro que se estaba creando. El tema que le solicité cubrir fue el de la tolerancia. Aceptó generoso, y el 28 de mayo de 2008 me llegó, puntual, su texto. Por la claridad y la sabiduría con la que se expresa sobre uno de los asuntos capitales de nuestros días decido hoy revivirlo, acogerlo y compartirlo en todos sus términos. Va entonces La tolerancia, de Carlos Monsiváis, una lección para nuestro tiempo.

“Durante siglos, la tolerancia fue ‘el respeto hacia las opiniones o prácticas de los demás aunque repugnen a las nuestras’ y, ya más en detalle, el ‘permiso de existir’ concedido a las minorías ‘incómodas, nocivas o subversivas’. Un requisito de este ‘acto caritativo’: que las minorías se dejaran ver lo menos posible, y agradecieran los permisos a sabiendas de que nunca serían iguales sino toleradas.

“A mediados del siglo XX se divulgan y se examinan los contenidos trágicos de la Segunda Guerra Mundial, en especial, la inmensidad del Holocausto (6 millones de judíos asesinados por el delirio racista), y los horrores del stalinismo en la Unión Soviética (millones de seres humanos a los que se deja morir de hambre, a los que se consume físicamente en trabajos forzados, a los que se fusila por el delito de no haber cometido delito alguno).

“A esto se le agregan la información sobre las devastaciones del totalitarismo en China, Indonesia, Camboya, Haití, Serbia; sobre las matanzas tribales y feudales en África, algunas todavía presentes (el caso de la ciudad de Darfur) que se combinan con la indiferencia de los gobiernos ante el sida, con 34 millones de africanos infectados, un buen número de los cuales ya muertos; sobre el odio persistente en casi todo el planeta a los derechos de las minorías (raciales, religiosas, sexuales, de condición extranjera); sobre la indignación y la furia que con frecuencia acompañan las reacciones ante lo que no es como uno o no es como una… sobre el rechazo de otras formas de adorar a Dios.

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“Esta maquinaria destructora lleva a la reflexión múltiple: la intolerancia en sus funciones de arrasamiento o de ilegalidad no es ni nunca debió ser admisible, con sus expresiones típicas: el rencor, el odio, el rechazo activo de lo diferente. ¿Cómo aceptar los motines raciales, los campos de concentración, la segregación de las minorías, la negativa a permitir el ingreso de las fuerzas de paz y los envíos humanitarios, las burlas y expulsión de niños y niñas portadores del VIH en las escuelas primarias, el maltrato de las mujeres indígenas en la vía pública, los asesinatos de los que son o actúan de modo distinto?

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El cúmulo de injusticias y tragedias provocadas por no admitir las diferencias, obligó a redefinir la tolerancia. Ya no es tan sólo aceptar la convivencia con los que son distintos, sino darle espacio al juicio racional. La tolerancia no es la aceptación fastidiosa de lo distinto, sino el intercambio de formas de entendimiento. No hay tal cosa como las comunidades homogéneas, no viene al caso que el clon crea que todos son de su condición. Comprender a los demás y practicar la tolerancia es bastante más que dejar hacer lo que la persona o la colectividad no podrían interrumpir, es la certidumbre de que en el siglo XXI no se puede tolerar a la intolerancia activa y que la convivencia es el gran método de acercamiento a los otros. Tolerar es entender y el respeto al derecho ajeno es también el proceso donde las mentalidades, las costumbres, las orientaciones ajenas, enriquecen nuestra visión del mundo. Tolerar no es compartir otros credos o comportamientos, es verlos como parte de la diversidad que decretan las leyes y que aceptan, porque así debe ser, el sentido común y el proceso civilizatorios.

Esta lección de Carlos Monsiváis es una puerta para realizar, día tras día, uno de los ejercicios más importantes de la libertad. La tolerancia, así, planta la semilla más segura de futuro: una práctica cotidiana de gozo y una oportunidad para ser mejores personas, para ser felices.