os rostros están atados.
            
            Los pies en cadenas.
            
            Cepos, látigos, esposas.
            
            Una mejilla contra el piso.
            
            Los ojos ensangrentados.
Pero tan vivos,
            
            tan desesperadamente vivos
            
            y combatientes
            
            como un océano imparable.
Las pirámides hoy son de agravios,
            
            de falsedades y malas intenciones.
            
            Los señores son esclavos del mal.
*
Quién habrá inventado estas castas de reyes
            
            que tarde o temprano vendrán a arrodillarse
            
            a nuestros plebeyos pies, al fin descoronados,
            
            pálidos.
            
            –Maquillista, iluminador, paje, peinador,
            
            ¿qué pasó, por qué tardaron tanto
            
            los cortesanos en abandonar
            
            a los reyes y las reinas,
            
            los príncipes, las princesas,
            
            toda la basura de linajes
            
            y títulos y anillos para besar?
A quién se le ocurre, qué estorbo.
            
            De no hacerlo nos hubieran ahorrado
            
            cuántos billones de horas hombre
            
            alrededor del globo
            
            cosa de tres milenios.
La revolución no hubiera sido necesaria.
            
            Aquel error de origen
            
            nos desvió de la felicidad
            
            a los zarzales de la lucha,
            
            que mira que se ha hecho.
Duraderos como el oro,
            
            emperadores, pontífices, sultanes,
            
            premieres, césares presidenciales, khanes
            
            y su fanática cauda de cancanchanes
            
            nos hicieron la vida imposible
            
            la mayor parte de los siglos
            
            que llevamos metiéndonos
            
            unos con otros.
La Historia con H de piedra
            
            la dictaron o encargaron monarcas y jefezuelos,
            
            no pocas veces cretinos, sifilíticos, delirantes o
            
            patológicamente melancólicos
            
            y la uncieron al cuello de las conciencias,
            
            cepo y escapulario,
            
            así en las guerras como en el arte,
            
            y es lo que aprenden nuestros niños todavía
            
            en las parroquias y las escuelas.
Quien sea que inventó tales barbaridades
            
            –patrones, tiranos, administradores generales–
            
            como consecuencia de algún sueño malhadado,
            
            nos ha hecho perder el tiempo todo este tiempo
            
            miserablemente.
Poema presentado durante Di/ Verso, Encuentro de Poemas en la Ciudad de México, celebrado del 16 al 20 de noviembre
      
	
       
     










     
	         
	       