Opinión
Ver día anteriorLunes 21 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Literalmente
A

Donald Trump se le debe tomar en serio. Es obvio que no se trata de un caso político irrelevante y esto por muy diversas razones. Primero, por tratarse del presidente electo de Estados Unidos. Enseguida, por sus planteamientos y desplantes durante muchos meses de campaña para llegar a la presidencia.

Hay una tendencia, que se advierte incluso en ciertos sectores en México, a ni siquiera tomarlo en serio, a tratarlo con esa especie de condescendencia que se expresa como: No va a pasar nada.

Otros dicen que Trump es un loco y así habría que tratarlo, como si la locura en el poder no fuese harto peligrosa. Unos más dicen que se adaptará a las condiciones reales que delimitan la poderosa presidencia de ese país, y que las instituciones de la república y los contrapesos del sistema político lo contendrán. Yo no tengo demasiada confianza en todo eso, la historia da vuelcos y lo impensable suele ocurrir.

No tomarlo en serio me parece una postura completamente errónea, que desoye lo que de modo expreso ha dicho machaconamente acerca de una variedad de asuntos. Así fue como desató un amplio movimiento de apoyo entre mucha gente y ganó la elección.

Entre ellos debe haber muchos que nunca toleraron que hubiese un presidente negro y que ahora pudiera elegirse una mujer. Aunque Clinton fue una muy débil candidata y los demócratas padecieron la ilusión que acecha a los liberales ahí y en muchas partes. Trump los batió en los votos electorales, aunque ella ganó el voto popular.

Condescender, o sea, acomodarse al gusto y voluntad de otro, no es una actitud crítica, y los ciudadanos, estén a favor o no de un político, no debemos perder esa capacidad. Me temo que esto parece muchas veces y cada vez con más frecuencia un deseo infundado.

Pero de modo más estricto, a Trump se le tiene que tomar literalmente. Y la diferencia no es trivial. Tomado en serio se podría incluso esperar que atemperara su modo de ser y acomodara lo que se propone hacer, que actuara de modo distinto al que lo hace. Significa que se puede esperar que un hombre de tal talante y que, por cierto, no lo ha escondido, sino que lo ha mostrado fehacientemente, puede ser distinto.

Literalmente, lo que ha dicho y hecho Trump obliga a quienes no lo aceptan a ceñirse fielmente a las evidencias, aun más que aquellos que lo apoyan. Obliga a demarcar los límites de lo aceptable o, más bien de lo inaceptable.

De manera literal Trump ha enseñado que es un bully, un bravucón al que le gusta intimidar; que tiene inclinaciones racistas (nunca negó de forma explícita el apoyo de los supremacistas blancos y del KKK), que desprecia a los mexicanos y a los inmigrantes, que es machista y, según se ha demostrado a partir de sus declaraciones, que lo que dice se aleja de la verdad si no es que miente de plano y en este sentido es un agitador popular. Steve Bannon, prominente miembro de la derecha radical, expresamente racista y antisemita, es su estratega político en jefe.

En materia internacional no es transparente la relación de Trump con Putin en un entorno de creciente confrontación geopolítica. Las premisas de lo que propone, por ejemplo, sobre los acuerdos de seguridad con sus aliados están basadas esencialmente en consideraciones de índole económica: quién paga y cuánto. Apenas electo ya hay una disposición de varios gobiernos, como el de Alemania, a acrecentar el gasto en armamento.

Wall Street está de plácemes. La bolsa de valores sube a diario, el dólar se fortalece frente al euro y la libra. Los bancos ya hacen negocios alentados por la reducción esperada en la regulación que se impuso tras la crisis de 2008, y que significó apenas algunas medidas precautorias. La especulación florecerá más.

He oído a algunos decir que Italia sobrevivió a Berlusconi, otro magnate que llegó al poder basado en su fortuna y sus negocios a los que favoreció desde el gobierno. Pero Italia no es Estados Unidos y a la situación política inestable casi por naturaleza de aquel país ahora se suma una mayor fragilidad social y económica.

En México es necesario tomar a Trump literalmente, por las consecuencias que las medidas que impulsa tendrían aquí: el muro en la frontera, la deportación de millones de personas, la intervención de las remesas, los obstáculos al flujo de inversiones, la revisión de TLCAN. Y con esto no se trata de defender el statu quo, es decir, en pocas palabras, el sentido del capitalismo desenfrenado, el que lleva a que la gente se vaya de México, que aquí se paguen salarios mucho más bajos en la industria trasnacional, que campee la pobreza y la violencia y que se reproduzcan los patrones de la creciente desigualdad.

La reacción interna desde el gobierno no da la impresión de que se tome a Trump de manera literal. No es suficiente que Hacienda y el Banco de México digan que hay fortaleza económica, que de Pemex se diga que se sanea rápidamente, cuando está quebrada, y que los indicadores fundamentales sean resistentes (las tasas de interés al final de la semana pasada llegaron ya a 5.25 por ciento, el mismo día hace un año estaban en 3 por ciento).

No ha habido ajustes muy necesarios en Relaciones Exteriores con los profesionales de más experiencia. No se ve que haya un gabinete de crisis que se prepare en serio para lo que viene. El secretario de Comercio se declara listo para negociar el tratado y dice que sólo espera que Trump lance la primera bola. Vaya metáfora tan desafortunada para él y el beisbol.