Opinión
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Los de Abajo

Veinticuatro meses

V

einticuatro meses de búsqueda y nada. Siguen apelando a la justicia, a que el Estado les diga la verdad sobre el paradero de sus 43 hijos. Tocan también las puertas de las instancias internacionales y cualquier ventana que pueda abrirse, pero nada. Su verdadera apuesta, por eso, está abajo, en el reclamo de una sociedad que continúe gritando y exigiendo junto a ellos. La pregunta es si esa sociedad los sigue escuchando y si su dolor e indignación puede transformarse en organización, única posibilidad de cambiar las cosas.

Si usted tuviera un hijo desaparecido, ¿se quedaría sentado o saldría a buscarlo por años?, dice Mario González, padre de César, uno de los 43 futuros maestros desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014. Ninguna de las 43 parejas a las que les arrebataron sus hijos eran activistas. La mayoría jamás había ido a una marcha. Hoy son incontables los pasos que han dado en las calles para exigir la verdad con la pancarta con la foto de su hijo en brazos. Cómo hacerle entender al resto de la gente que de un día a otro la vida puede cambiar de esa manera. Cómo lograr romper el muro de la indiferencia. Cómo no volver, nunca más, a la aparente calma del 25 de septiembre, es decir, un día antes de que a México le cambiara el rostro. Y no era que antes no se supiera. Las cifras de muertos y desaparecidos aumentan desde hace más de una década. Pero Ayotzinapa hizo que las cloacas se abrieran y que de la vinculación del Estado con el crimen organizado no se albergara ninguna duda.

En estos 24 meses los padres y madres de los 43 han conocido el desprecio y la burla gubernamental. Pero también la solidaridad y la resistencia. Recorrieron el país de punta a punta y se encontraron con el México descobijado. Y ahí encontraron una mano. A ella se siguen aferrando, pues solos nomás no pueden.

Hay veces, cuentan, que en el mismo México de abajo les piden resignación para encontrar la paz. Y es en esos momentos cuando se sienten solos. Una voz hermana jamás puede pedirles que acepten lo inaceptable, ni con la mejor intención. La apuesta, de hecho, es a que nadie lo acepte, a que 24 meses después los sigamos buscando con el mismo ahínco.

Los periodistas y documentalistas se fueron de Ayotzinapa. Es normal. Pero a las madres no se les puede pedir que se vayan y descansen. Las enfermedades y la falta de recursos hacen mella en sus cuerpos y en el resto de las familias que se quedan en casa, pero ellos y ellas, omnipresentes, se dan tiempo para ir de marcha en marcha.

Son dos años llenos de mentiras, de injusticias, de que el gobierno no hace lo que tiene que hacer, resume don Mario. Y del pueblo mexicano, dice, aprendimos que es sensible y solidario, pero le falta información. Que le falta despertar.

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