Opinión
Ver día anteriorMiércoles 21 de septiembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Magritte o la traición de las imágenes
Foto
Hoy se abre al público una magna retrospectiva dedicada a René Magritte (1898-1967) en el Museo de Arte Contemporáneo Georges Pompidou, conocido como Beaubourg. La exposición, deslumbrante, reúne una centena de obras maestras provenientes en 60 por ciento de museos y 40 por ciento de colecciones privadas. Arriba, aspecto de la muestra del pintor belga en ese recinto parisino en la que figura Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa), cuadro del pintor en el que escribió: ¿Quién podría fumar la pipa de mi tela? Nadie. Entonces, no es una pipaFoto Afp
A

caso, René Magritte es el pintor que más misterio ha aumentado al misterio. Cada una de sus telas es una transgresión de lo real precisamente porque lleva su representación al extremo de sus posibilidades y, por ello, de su esencia: ¿Por qué una estatua no sangraría? ¿Por qué un vidrio no se confundiría con el paisaje que se percibe a través? Y, de manera más general, ¿por qué la pintura no nos persuadiría de que ciertas cosas que consideramos hasta entonces imposibles sean posibles? Y, sin embargo, el pintor belga se consideraba a sí mismo aún más cartesiano que Descartes.

Con el sugestivo y enigmático título Magritte: la trahison des images (Magritte: la traición de las imágenes), hoy se abre al público una gigantesca retrospectiva consagrada a este artista en el Museo de Arte Contemporáneo Georges Pompidou, conocido como Beaubourg.

La exposición, deslumbrante, reúne una centena de obras maestras provenientes en 60 por ciento de museos y 40 por ciento de colecciones privadas. Pueden admirarse telas difícilmente prestadas, como la famosa Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa), donde Magritte pintó una perfecta y figurativa pipa, bajo cuya representación escribió esa frase, a propósito de la cual, comentó con humor: ¿Quién podría fumar la pipa de mi tela? Nadie. Entonces, no es una pipa.

La cuestión que plantea el pintor y propone mejor aún este cuadro es la cuestión misma del arte, de la obra de arte, pintura, escultura, monumento o literatura: ¿de qué se trata cuando miramos una tela o cuando leemos un libro? ¿Es lo real lo que aparece, es la verdad lo que nace a fin de barrer todas nuestras dudas? Ni una cosa ni otra, dice René Magritte, barriendo de golpe la traidora ilusión del realismo, cuya peor manifestación habrá sido el supuesto realismo socialista de los artistas estalinistas, y, en la misma forma radical, el ideal inaccesible de la verdad. Ahora pues, ¿qué es una obra de arte, un libro, un poema? Si eso no es ni real ni verdadero, ¿qué puede ser entonces? Es un sueño. Los artistas, los creadores, son individuos muy extraños: otorgan una apariencia de realidad a lo que no posee ninguna existencia real.

El surrealismo, al cual se asocia a menudo el nombre de Magritte, plantea las mismas preguntas proponiendo respuestas. El pensamiento filosófico inquietaba mucho a los surrealistas. Isidore Ducasse, más conocido bajo el nombre de Conde de Lautréamont, autor de los Cantos de Maldoror, tan admirados por André Breton, ¿no escribió: La poesía no podrá abstenerse de la filosofía?

Ahora bien, lo propio de la filosofía, cuando se trata del verdadero trabajo del pensamiento, no es resolver problemas sino plantear cuestiones y ello al extremo de la puesta en duda permanente de la interrogación. No hay descanso para el pensamiento: es una dura tarea que no da mucho tiempo al sueño ni a la charlatanería.

Hay a veces más reflexión en el silencio de una tela que en un largo tratado filosófico. El poeta Paul Claudel tituló a su libro sobre la pintura y sus pintores predilectos: El ojo escucha. Una manera de decir que la pintura habla. Esto se experimenta al mirar las telas de Magritte. También al mirar las obras de Poncho Domínguez, genio mexicano a quien nunca se hará homenaje suficiente, los también mexicanos Guillermo Arizta y Carlos Torres, o el italiano Carlo Perugini, quienes prosiguen una obra y una exploración admirables.

El más joven de los más audaces exploradores de la creación podría ser nuestro amigo Pierre Soulages, a sus apenas 96 años. Acaba de decidir, a esta juvenil edad, renunciar al color negro, el cual sin embargo le ha permitido alcanzar una reputación mundial.

Hoy ha tomado la decisión de intentar una nueva aventura: explorar las posibilidades del color rojo. Un color menos depresivo, un color para recomenzar la vida y vestirse de alegría. Nunca es demasiado tarde, querido Pierre, para cambiar de color.