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41 Festival Internacional de Cine de Toronto
Cineastas latinoamericanos de ambición
T

oronto. Programada en una sala de gran tamaño, La región salvaje, de Amat Escalante, logró reunir a un buen número de espectadores en su primera función de prensa e industria. No fue un lleno total, pero casi. Precedido por críticas mixtas a partir de su estreno en el festival de Venecia, el cuarto largometraje de este realizador marca un encomiable cambio de registro después del realismo descarnado de sus anteriores esfuerzos.

La película abre con la intrigante imagen de un asteroide flotando en el espacio. La imagen adquirirá sentido conforme se desarrolla la narrativa, oscilante entre un realismo cotidiano y lo fantástico. En esencia, Escalante describe un cuadro familiar no por conocido menos tétrico. La pareja guanajuatense formada por Ángel (Jesús Meza) y Alejandra (Ruth Ramos) es típicamente infeliz. Él es un insensible y desagradable machín que no satisface sexualmente a su espo-sa, quien soporta estoicamente su situación sumisa (ella trabaja en la fábrica de chocolates propiedad de su suegra). Y aunque Ángel no se cansa de expresar su homofobia, en la clandestinidad sostiene relaciones con Fabián (Edén Villavicencio), el hermano gay de Alejandra. Al cuadro se añade Verónica, enigmática chica que quiere convertir a todos a su secreto: algo oculto en una cabaña en el bosque, susceptible de ofrecer la satisfacción sexual a tope.

Poco a poco lo fantástico va dominando el relato. Según parece, la criatura en la cabaña (una especie de pulpo gigante, con tentáculos fálicos) provino de un asteroide caído a la Tierra (el cráter resultante es una especie de pozo afrodisiaco para varios animalitos del bosque, que copulan libremente, unos junto a otros). Y quienes administran los servicios de la criatura son una pareja enigmática.

El sexo lo es todo en ese extraño relato. Y es difícil no evocar el recuerdo de Posesión (1981), esa obra maestra de horror metafísico de Andrzej Zulawski, sobre todo en una escena en que uno de los personajes femeninos copula con la criatura, envuelta en sus tentáculos. (Escalante reconoce sus influencias. La película, según se apunta en los créditos finales, está dedicada al cineasta polaco fallecido a principios de este año).

¿Funciona esa mezcla genérica? No del todo. Hacia el final hay momentos que invitan a la risa involuntaria (aunque podrían tratarse de muestras del sardónico sentido del humor del autor). Y, en general, el cuadro doméstico es demasiado prosaico para aguantar una asimilación con la otredad. Desde luego, La región salvaje tiene el mérito de explorar nuevo territorio para Escalante, quien pudo conformarse con realizar Heli parte 2.

También muy ambiciosa, pero más lograda, es Neruda, del chileno Pablo Larraín. Situada a finales de los años 40, la película describe la persecución de la que es objeto el poeta titular (Luis Gnecco) por su filiación comunista. Él y su esposa Delia (Mercedes Morán) se ven obligados a vivir en la clandestinidad. Sin embargo, quien narra la historia es un personaje ficticio, el inspector policiaco Peluchonneau (Gael García Bernal, en su segunda colaboración con Larráin después de No).

Larraín abusa de las vueltas de cámara, los jump-cuts y, en general, un estilo rebuscado para darle originalidad a su relato. El cineasta se pasa de pretencioso. Sin embargo, lo más interesante es la relación entre el escritor y su creación, el policía, quien se rebela ante su condición de personaje secundario y busca trascender. Si bien el recurso literario evoca más a Borges que a Neruda, el asunto funciona para darle un giro conceptual a lo que podría haber sido una biopic convencional.

Y, por si los tenía preocupados, la escalera eléctrica sigue descompuesta, a pesar de los esfuerzos de unos técnicos trabajando a sol y sombra para reparar el desperfecto. Según me reveló una de las voluntarias, la escalera lleva dos meses sin operar. Por suerte, uno encontró un lento elevador que funciona en un rincón escondido para ahorrarle a uno la escalinata.

Twitter: @walyder