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Nosotros ya no somos los mismos

El cardenal Norberto Rivera

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Norberto Rivera durante la festividad de Santa María Asunción, en la Catedral Metropolitana, el pasado 6 de agostoFoto Jair Cabrera
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uando comencé a platicar sobre el cardenal Rivera invité a la multitud a que si tenía algún punto de vista que quisiera compartir, me lo hiciera llegar a la dirección que anoto al final de la columneta. Procuro contestar cuanto comentario llega. Algunos, si hay espacio, dentro del texto. Los demás, de manera directa. Si alguien piensa que no leí su mensaje o no lo contesté, ofrezco disculpas y ruego me hagan el favor de repetir su comentario u opinión por crítico que sea. Cuando firman con su nombre, así les contesto. Si emplean seudónimo que resguarde su identidad, lo respeto. Y las veces que mandan recuerdos familiares los guardo para las épocas de contrición, sacrificio y perdón (por ejemplo, la llamada Semana Mayor, que pese a los románticos deseos del maestro Manzanero sigue, como las demás, constituida exclusivamente por sólo siete días). O las bellas y cálidas fiestas navideñas, cuya alegría ayuda a no registrar los agravios recibidos durante el año que termina. Bueno, pues aunque más de un amigo de los que semanalmente me atormentan con sanos y bien intencionados comentarios opinan que ya fue suficiente de crónicas cardenalicias, mi obligación es dar cabida a los comentarios a los que yo invité. El primer correo lo firma [email protected]. Es una airada protesta contra las autoridades de la hermosa Catedral Metropolitana. Lean ustedes si su muina no está plenamente justificada: “Me sentí convocado a hacer alguna aportación a la biografía del ínclito cardenal y su corifeo Hugo. Fui de visita a la Catedral Metropolitana. Una policía me impidió la entrada. ‘Sólo que vaya a misa’, vociferó. Protesté. Le dije que es casa de Dios y, por ende, de todos los cristianos católicos. Pasados pocos días me atreví a escribir a D. Hugo en la página de su FB. Afortunadamente me contestó exactamente dos años, tres meses y seis días después. Me pidió que le repitiera lo que escribí en mi mensaje anterior. Tan tan”. Así termina Miguel Ángel Prado su mensaje, repicando una campana a la que debe tenerle justificado enojo, por convocarlo y no cumplirle. Aquí interviene Arturo [email protected], quien recomienda a don Hugo una infusión de tila, seguramente muy benéfica para el colon irritable. Sobre todo, si el uso de supositorios puede producir adicción.

Es claro que si bien el asunto de Miguel Ángel no se refiere directamente a don Norberto, nada perdemos con brindarle la oportunidad de que se desahogue con su denuncia sobre el maltrato que recibió de los arrendadores de la casa del Señor. Bueno, el arrendador o propietario de esa casa, como de este planeta y de todos los demás (obviamente para los creyentes), es el Supremo Hacedor. Sin embargo, algunos pensamos que en México los bienes públicos pertenecen a la nación, pero ¿para qué discutir ahora este asunto con todos los que traemos a cuestas?

Hay gente que me dice: ya deja en paz el cardenalicio ano de don Norberto. Tu sabes que algunas experiencias de la infancia pudieron causarle traumas, de las que él no es culpable, sino víctima. Piensa en los daños (o satisfacciones) que le pudo haber ocasionado una lavativa aplicada bien o mal por la mamá, Carrera de Rivera, para curarle un simple empacho. Las fijaciones anales tienen diversas causas y consecuencias. Además, el ano es un territorio de nuestra personal geografía imposible de autoauscultar de manera directa. La acuciosidad del cardenal seguramente lo ha obligado a una exhaustiva investigación bibliográfica y a una amplia consulta con especialistas de reconocido prestigio. Lo mismo con la vagina, cuya conformación y características nos describe con acuciosidad. Este órgano del aparato genital femenino podría observarlo cuantas veces lo deseara, sólo que, por una miradita, aunque fuera de carácter meramente científico, correría el riesgo de ser víctima de la concupiscencia o inclinación al mal que todos los humanos tenemos, como un rebote bíblico nos llega desde el principio de los siglos a causa del llamado pecado original convertido, ciertamente, en el menos original de los pecados y, sin duda, el más sabroso.

A toda la irracionalidad del planteamiento del señor arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México (pienso que en justicia le correspondería la arquidiócesis de Jurassic park) hay que sumar su insistencia en ser zafio, vulgar, profundamente discriminador y carente del respeto y cariño al prójimo, al que lo obliga su alta jerarquía. Cuando el papa Francisco es interrogado sobre los homosexuales, contesta: ¿Quién soy para juzgarlos? Norberto no sólo los juzga, sino, fast track, los sentencia y condena.

Cuentan que en las maravillosas cuevas de Altamira, en Cantabria, donde ahora el mundo se asombra y exalta la sensibilidad del hombre que habitó hace entre 35 mil y 20 mil años ese sitio, hoy considerado exponente inigualable del espíritu creador de nuestra especie, llegó Trucutú Rivera y presentó un boceto sobre los ayuntamientos carnales que, entre rocas, tenían nuestros archiabuelos y las normas a las que éstas habrían de sujetarse. (Por cierto, nunca hemos expresado nuestro reconocimiento a esos seres que, pese a riesgos y dificultades sin fin, supieron aparearse con tal asiduidad que aquí estamos nosotros. A los viejos guerreros, sacerdotes, artistas y, por supuesto, críticos les parecieron tan inexplicables, oscurantistas y represoras sus propuestas, que algunos de los más prestigiados hechiceros consideraron imprescindible su renuncia por homófobo y represor. Como ven, para el ADN el tiempo no es un muro que se interponga.

Como no quiero ser un crítico destructivo que nada propone, trataré de pensar en una oración o cuando menos en alguna jaculatoria, por si algún pervertido gastroenterólogo o, peor, proctólogo pretende vulnerar nuestra personal geografía. La llamaré “¡ vade retro, doctor!” Será un anatema también contra el uso (y sobre todo el abuso) de clismas, lavativas, enemas, supositorios, colonoscopías, endoscopías, hemorroidectomías, polipectomías y cualquier otra inicua forma de invasión a nuestra más intimísima intimidad.

No me resisto a compartirles un comentario más de un miembro anónimo de la multitud. Dice: en marzo de 2013, como es costumbre, el llamado Jueves Santo el Papa lavó los pies (una vez más fuera del Vaticano) a 12 personas que tenían una característica en común: todos eran reos, presos, reclusos. También entre ellos existían múltiples diferencias: sexo, nacionalidad, creencias. Dos de los 12 eran mujeres: una italiana católica y una servia musulmana. En 2014 la ceremonia la llevó a cabo en el centro de Santa María de la Providencia. Se trataba de personas de entre 16 y 86 años que sufrían enfermedades degenerativas, problemas ortopédicos, neurológicos y oncológicos.

El arzobispo primado Norberto Rivera, por su parte, seleccionó a 12 jóvenes sacerdotes para efectuar la misma ceremonia. Dicen que éstos tuvieron que pasar la noche anterior con los pies en un baño burbujeante de detergente y luego fueron enjuagados con deliciosa lavanda importada. Dicen también que cuando El Chapo se enteró de las acciones del Papa en la cárcel de Rebibbia y en el reformatorio para menores Casa del Marmo, en Roma, propuso al señor cardenal una misa semejante, en la que él estuviera presente. Desafortunadamente las negociaciones se trabaron por una cuestión: diezmos y primicias. Como el señor cardenal ya se va, no queda otra posibilidad que adelantar el Jueves Santo y anexarlo al día dedicado a los fieles difuntos.

La próxima columneta estará dedicada a Nicolás primero. Aclaro de inmediato que no me referiré don Nicolás, el hijo de Pablo primero de Rusia y su esposa Sofía Dorotea de Wurtemberg. Un hombre de clase, zar de Rusia por más de 50 años, sino a Nicolás, hijo de don José Alvarado (no, por supuesto, de don Pepe Alvarado, el genial, valeroso y probo colaborador de la inolvidable revista ¡Siempre!) y de la señora Teresa Vale. Me referiré a su nombramiento, sus comentarios tan audaces y galanos, sus sacos a cuadros que le quitarían el hipo a Giorgio Armani o a Lagerfeld, o les provocaría un soponcio doble a Dolce y Gabbana (Domenico y Stefano. ¡Que vaya si tienen clase).

La columneta no será la defensa de un cuate que no tiene dinero ni nada que dar, ni menos de la raza naquísima, de la que el espíritu se autonombró vocero oficial. Si acaso saldré saltilleramente a expresar públicamente por la sevicia de que fue víctima doña Eunice, por atesorar unos disquitos de su ídolo secreto.

Twitter: @ortiztejeda