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Recordó a su padre, a Vicente Fernández y a Juan Gabriel en el Auditorio Nacional

Pepe Aguilar cantó a las mujeres en un concierto que devino velada de homenajes
Foto
Mi credo, una de las piezas más esperadas durante el recital que ofreció Pepe AguilarFoto Chino Lemus
 
Periódico La Jornada
Lunes 29 de agosto de 2016, p. 6

Pepe Aguilar refrendó el pasado sábado que es, hoy día, la oferta musical ranchera número uno, en el concierto que dio en el Auditorio Nacional, en el que cantó 25 piezas, entre ellas varios popurríes.

Noche de homenajes a Vicente Fernández y a Antonio Aguilar, su padre, de quien heredó el tono campirano, pueblerino, con sabor a provincia, y a Juan Gabriel, de manera prematura, por esas coincidencias que tiene la vida.

Noche de seguir la tradición y de presentar en el escenario a sus hijos, la tercera generación de los Aguilar que cantarán a lo mexicano, con trajes de charro.

Pepe Aguilar dijo, muy a su modo chocarrero y franco, que nada del seguro para el retiro, pues pondrá a trabajar a sus vástagos para que lo mantengan. Y va en serio. Por eso Leonardo, Angela y Majo tuvieron que entonar unas dolorosas y otras sentimentales. El público aceptó esa especie de intermedio y aplaudió a la tercera generación Aguilar.

Producción espectacular

Una producción espectacular con seis pantallas al centro, donde se proyectaron videos de sus éxitos y algunos relativos a la vida de campo, en muchos sentidos ajena a la mayoría de los presentes, sumergidos en el trajín de la vida citadina.

A las 20:20 horas se apagaron las luces, se abrió el telón y el mariachi El Zacatecano, que acompaña constantemente a Pepe, marcó la pauta de la noche: se escucharía México y sus canciones, con el orgullo de saberse de estas tierras, de tener una historia diferente, mejor.

Por una mujer bonita, ranchera híper famosa, fue coreada por miles y el charro Aguilar comenzó con su imán artístico, que alerta sobre cada detalle, cada apóstrofe, cada gesto.

Recuérdame bonito, Me vas a extrañar, Perdóname, hasta Chaparrita de mi vida, para las de 1.60 para abajo, afirmó el charro alto, tan alto que se ha ganado el mote cariñoso de Patas Verdes.

Si traen permiso de enamorarse, de emborracharse de amor, esta es la noche para hacerlo, instó Pepe, quien remató con Jamás me fui, Pa’ que te convenza y Con otro sabor.

Entre dos ríos, Perdón y olvido, que sólo fueron la espera para el trancazo Mi credo, temazo en el que la mujer es elevada al rango de diosa y su belleza la síntesis de los 10 mandamientos.

La verdad es que ya los extrañaba, porque andamos por todos lados y venir a la ciudad siempre tiene algo especial, con un público exigente. ¡Todos los que vengan acompañados saldrán de aquí enamorados; todos los que ya vengan enamorados o una de dos: o salen embarazados o salen divorciados!

Con el popurrí dedicado a Chente Fernández todo fue una revoltura interna, de fuegos que se encienden. Acá entre nos, de Urieta, y de este mismo el clásico Mujeres divinas, que Martín compuso cuando era maestro de primaria y se iba de juerga. Un día, entre copa y copa, sus amigos hablaron sobre sus malas experiencias amorosas y un gringo que estaba en otra mesa les pidió que no hablaran mal, en su presencia, de las damas.

Pepe Aguilar aprovechó el momento para exaltar a las féminas presentes y calificarlas como lo más bello de la creación. Los aplausos estallaron.

Para Antonio Aguilar, su papá, interpretó Albur de amor, que lo simboliza. Se reta al destino, por amor.

Para arriba en los sentimientos con Miedo, de Fato, uno de los autores de cabecera de Pepe. El autor no sabe por qué, pero a veces suele caminar por la vereda del camino. Botella en mano. Cosas de compositores.

En un homenaje adelantado interpretó Siempre en mi mente, de Juan Gabriel, que ahora se escucha sobredimensionada. La versión de Aguilar es impresionantemente moderna.

De nuevo Fato con Por mujeres como tú, el aparente final. Los aplausos y las solicitudes de ¡otra, otra!

El encore estuvo ranchero heavy con Mi lindo pueblo, María pop, Por una mujer casada, Chaparrita y Son las dos de la mañana. Sonó la tambora con ecos infinitos.