20 de agosto de 2016     Número 107

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

De dónde venimos

Dulce Patricia Torres Sandoval, abogada p’urépecha que pertenece a la Organización P’urhépecha Zapatista y trabaja en el Ayuntamiento de Tingambato, Michoacán.

Los textos incluidos abajo fueron escritos en el marco del Curso para mujeres indígenas que convocó el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir y que se llevó a cabo entre 2013 y 2015. En él participaron 15 mujeres indígenas de diversas regiones de México; todas ellas son activistas involucradas en luchas de los pueblos indígenas y de las mujeres indígenas. Los textos respondieron a la pregunta ¿Cómo es mi lugar de origen?, formulada en el Taller de redacción de dicho curso.

Gisela Espinosa Damián, académica de la UAM- Xochimilco


FOTOS: Instituto De Liderazgo Simone de Beauvoir

Nací en Kwatupa, lugar de los capulines. Cuentan las abuelas que antes de que los invasores ganadores mestizos se apropiaran de estas tierras fértiles y planas, había muchos capulines y flores multicolores que adornaban los grandes valles y mesetas, arrullados también con el canto del Río Bolaños que pasa en medio de estos valles y que está alimentado por riachuelos en temporada de lluvias.

Hoy en día el paisaje es desolador porque los invasores, al mecanizar la agricultura, usar herbicidas y otros agroquímicos erosionaron las tierras y exterminaron los capulines. Así han acabado con la belleza natural y la alimentación de la comunidad.

María Rosa Guzmán, abogada wixárica nacida en Mesa del Tirador, Bolaños, Jalisco. Fundadora de la Red Nacional de Mujeres Indígenas por la Defensa de la Madre Tierra y Territorio (Renamit); ahí promueve la incorporación de la mujer en la toma de cargos, participación en las asambleas comunales y tenencia de la tierra de las mujeres.

La Loma de Bacum es el pueblo donde yo creci, lo que más difrutaba de ella era el tiempo de lluvia porque reverdecen sus alrededores y se disfruta el olor de la hierba y los arbustos dando una sensación de bienestar por el aroma fresco y medicinal que se percibe.

Anabela Carlón, pertenece a la tribu yaqui de Sonora y a Jamut Boo´o AC, organización regional que abarca territorios yaqui, rarámuri y guarijío; participa en la defensa del territorio yaqui y de sus recursos naturales.

Cristóbal Obregón o La Boca del Monte –como se llamaba anteriormente– es mi pueblo de origen; ahí, en 1900 y todavía hasta los años 40’s del siglo pasado, hacían su descanso las carretas, las diligencias que iban hacia Arriaga. Al construir las carreteras, este camino tradicional se abandonó y se fundó la comunidad con zoques acasillados y negros esclavizados que antes cumplían trabajos forzados. Esa población decidió quedarse ahí junto con otros y otras mestizas. Esta decisión los llevó a tomar las armas y a apropiarse de las tierras. Mi abuela tomó parte en la lucha y fue la única mujer que peleó el derecho a habitar ese territorio. Ella se llamó Cayetana Barrales, era afro-indígena, de ella he tomado el ejemplo.

Diana Damián Palencia, promotora de salud reproductiva y derechos de las mujeres indígenas y de las mujeres migrantes.

Yo nací en las verdes montañas de Río Metates, Oaxaca, un lugar donde se dan los platanares como flores del campo que rodean todos los caminos del pueblo. Apenas en diciembre del año pasado pude convivir y apreciar la hospitalidad de sus habitantes que viven en casas de adobe con sus respectivas estufas de leña. Ahí las mujeres, a muy temprana hora, van al molino a moler su nixtamal y salen con masa para elaborar las tortillas. Los niños recorren más de una hora el cerro para poder llegar a la escuela, a lo lejos se escuchan los anuncios de las autoridades informando noticias de última hora o anunciando reuniones comunitarias. Ese es mi pueblo.

Esther Ramírez González, joven triqui que habita desde pequeña en San Quintín, Baja California. Forma parte de Naxihi na xinxe na xihi (Mujeres en defensa de la mujer), organización que promueve derechos laborales, sexuales y reproductivos y por una vida libre de violencia en San Quintín.

San Francisco de Campeche es una hermosa ciudad que recibió en el año 2000 el reconocimiento de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la belleza del conjunto arquitectónico y por la historia concentrada en su centro histórico, donde junto al comercio contemporáneo se escuchan los pregones de los clásicos venteros ambulantes de helados, dulces, pan o frutas de temporada, las cuales hacen las delicias de los transeúntes.

Campeche representa un viaje espiritual porque la lonja marina y los atardeceres son de inmensa hermosura. Ahí nací.

Blanca Luz Campos Carrilo, maestra maya que trabaja en la defensa de las lenguas indígenas

En Atotonilco había una casa de madera con techo de teja y piso de tierra, estaba en medio de un campo solitario, ahí sólo se escuchaba el arrullo de palomas y cucuchas, se podían mirar las águilas que volaban sobre el cerro y por la noche se escuchaba al coyote. Era un lugar muy bonito, con ríos y arroyos y muchos árboles de pino y carrizo, mango y vainas que están a la orilla de los ríos. En Atotonilco está el corazón de aguas termales que calientan cuerpo y alma. Ese es mi pueblo.

Elvia Beltrán Villeda, hñähñú del estado de Hidalgo, forma parte de la Red Indígena Hñähñú y es impulsora del turismo indígena alternativo.

Mi lugar de origen se llama Suljaa’, también conocido como Xochistlahuaca, que significa “el cerro de las flores”, ubicado en la Costa Chica-Montaña de Guerrero. Crecí en ese hermoso territorio, aprendí a mirar su calles de terracería, naturales; su río San Pedro, rico en agua y bosque, en sus cauces nos bañábamos, convivíamos, celebrábamos, descansábamos y sonreíamos. Ahí íbamos por leña en tiempo de lluvia.

Las mujeres del pueblo tejían bellos huipiles, los hombres participaban en la Danza del Macho Mula y en el carnaval del febrero.

Allá me gustaba comer panela hecha con la caña de tierra fértil. Me encantaba comer pozole blanco que vendía la tía Ondina, cocido con leña en la calle, frente a su casa. Me gustaba tomar café de olla con pan hecho por las Che’ en horno de leña. Y cuando era día de muertos me gustaba el sonido ininterrumpido de las campana… el atole y los tamales hechos por mi abue Tina, el totopo que nos enseñaba a jalar del metate, los tamales de calabaza en hojas de plátano… mmm… qué bonito… qué rico Suljaa’.

Martha Sánchez Néstor, activista amuzga, promotora y partícipe de diversas organizaciones de mujeres indígenas y defensora de derechos de los pueblos y de las mujeres indígenas.

El lugar donde vivo es Pichátaro, Michoacán, comunidad indígena que está justo donde comienza la Meseta P’urhépecha, con clima templado a frío, con pinos y encinos que adornan el paisaje. En Pichátaro, hasta hace algunas décadas, la vivienda común era la troje de madera que permite atemperar los climas calurosos y fríos. La troje tiene un techo de tejamanil o teja con tapanco, que sirve para guardar los granos de las cosechas. Ahora ya no hay muchas trojes porque la globalización y el progreso modificaron la vida comunitaria y la relación con la Madre Tierra, promoviendo la utilización de materiales de construcción ajenos a los que encontramos de manera natural.

La gente es maravillosa realizando arte con madera para amueblar las viviendas, ahí, con colores múltiples y alegres, con diseños únicos, se bordan textiles que visten y lucen las mujeres de la comunidad y de muchas comunidades vecinas. Yo los porto con orgullo en ocasiones especiales.

Martha Sánchez Néstor, activista amuzga, promotora y partícipe de diversas organizaciones de mujeres indígenas y defensora de derechos de los pueblos y de las mujeres indígenas.

El lugar donde vivo es Pichátaro, Michoacán, comunidad indígena que está justo donde comienza la Meseta P’urhépecha, con clima templado a frío, con pinos y encinos que adornan el paisaje. En Pichátaro, hasta hace algunas décadas, la vivienda común era la troje de madera que permite atemperar los climas calurosos y fríos. La troje tiene un techo de tejamanil o teja con tapanco, que sirve para guardar los granos de las cosechas. Ahora ya no hay muchas trojes porque la globalización y el progreso modificaron la vida comunitaria y la relación con la Madre Tierra, promoviendo la utilización de materiales de construcción ajenos a los que encontramos de manera natural.

La gente es maravillosa realizando arte con madera para amueblar las viviendas, ahí, con colores múltiples y alegres, con diseños únicos, se bordan textiles que visten y lucen las mujeres de la comunidad y de muchas comunidades vecinas. Yo los porto con orgullo en ocasiones especiales.

Dulce Patricia Torres Sandoval, abogada p’urépecha que pertenece a la Organización P’urhépecha Zapatista y trabaja en el Ayuntamiento de Tingambato, Michoacán.

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