20 de agosto de 2016     Número 107

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Introducción

Los cuentos, a diferencia de los mitos, se relatan en contextos profanos y por el puro deleite de la narración. Si bien a veces tienen propósitos moralizantes o pedagógicos, su objetivo primero es entretener —hacer reír, asustar, burlarse–. Nunca se usa al contarlos el lenguaje esotérico de mitos y rituales, ni el tono épico o declamatorio de las leyendas o parlamentos que narraban las hazañas de los héroes. Tampoco son testimoniales —como en el caso de sustos, historias de monstruos y aparecidos— y, en nuestro país, casi nunca tienen restricciones de lugar o tiempo —cuándo y cómo se cuentan—, como sucede en otros lugares o es el caso de las historias míticas y sagradas. No son palabra delicada, basta que quienes escuchan y quien narra tengan disposición y tiempo.

Este género brinda mayor posibilidad de composición y es flexible: los cuentos se ajustan a las habilidades del narrador, se alargan o acortan a voluntad. Son directos y visibles: no requieren de más habilidades que la memoria y un cúmulo de conocimientos y entendidos culturales. La forma está dictada por el vínculo entre una persona con habilidades narrativas —oral y mímica— y la complicidad de sus oyentes: no pretenden comunicarse con lo divino como se hace al rezar o al cantar en ceremonias, tampoco es su intención alcanzar la trascendencia a la cual aspiran los escritores cuando plasman palabras elegidas para enriquecer su prosa.

La decadencia de los cuentos indígenas poco tiene que ver con la moral, la ideología, el rechazo, el racismo —que influyen, ciertamente—, sino, esencialmente, con la pérdida de los espacios donde antes se narraba. Comparten esta merma con todas las demás sociedades donde la oralidad fue preponderante: alrededor del fuego o la vela se congregaban el narrador y sus escuchas antes de que la luz eléctrica permitiera dedicar aquellas horas a trabajar más; cuando se escuchaba al cuentero en vez de sentarse pasivamente a oír la radio o ver televisión. También se contaba cuando era necesario hacer largas velaciones o trabajos en común. Sabido es que la risa distrae y aleja el sueño. La tradición oral, en todas las civilizaciones, ve mermados sus espacios por la oralidad chata de los medios, o usurpadas sus historias por especialistas —la existencia del oficio cuentacuentos mueve a risa o extrañeza en las comunidades, donde tal habilidad era de lo más común hasta mediados del siglo pasado.

Los cuentos fueron lo primero que se escribió en todas las lenguas indígenas del país para alfabetizar a los hablantes, puesto que los textos son familiares y su lenguaje puede ser muy simple; son también lo que primero producen y recrean los autores nativos, en español y en su lengua. La escritura temprana de cuentos en zapoteco, náhuatl, maya y purépecha ha fijado versiones canónicas de gran riqueza literaria, muchas veces. Los textos orales de estas lenguas —abundantes y vigentes— son escasos en las disertaciones de antropólogos, etnólogos y lingüistas tras la segunda mitad del siglo pasado; los estudiosos suelen remitirse a aquéllas versiones. Los relatos de la tradición oral pasaron a conformar el primer acervo escrito de las comunidades indígenas desde finales del siglo pasado.

En los cuentos, los animales antropomorfizados hablan, se engañan, se conmueven, luchan entre sí —pero son evidentemente personajes ficticios; no se pretende que se crea en ellos ni se les emule, no son ni ancestrales ni ejemplares.

También lo son los pícaros o protagonistas humanos; su carácter y comportamiento son antisociales e improbables. Sin embargo, hay tal similitud con algunas anécdotas de mitos o hazañas de ancestros, que queda en ellos el tinte indígena —los sobre-entendidos de cada comunidad, que les brindan un sabor nativo que hace creer a los habitantes y forasteros que todos ellos fueron originalmente narrados en lengua indígena–. Los orígenes interesan al folclorista o al antropólogo; en las comunidades o entre los oyentes lo que importa es que sean o no bien narrados, que gusten o no a los oyentes, independientemente de su pureza.

No encontramos en este género correspondencia alguna con la realidad, ni entre una acción y sus consecuencias. Los éxitos no se ganan por mérito o por voluntad, sino por simple azar o mediante trampas. Los protagonistas rara vez son movidos por buenos sentimientos o acciones piadosas: son mentirosos, flojos y tontos, recompensados sin ser merecedores de los premios; aunque también castigados sin haber cometido falta alguna. La arbitrariedad es absoluta: tampoco aquí hay justicia, aunque sí revancha —así sea narrativa.

Los cuentos de pícaros existen en la literatura —oral y escrita— de todas las culturas. El pícaro, bufón, embaucador, tramposo o malhora comparte rasgos con los dioses creadores del mundo, y con los héroes guerreros —en muchas cosmogonías americanas los héroes son tanto humanos como animales–. A partir de sus acciones se explican algunas características del mundo y en ellos encarna también el aspecto burlón, sexuado y voraz de los dioses primordiales. Son ellos quienes introducen la comedia en los mitos de creación y representan el caos carnavalesco y la digresión ante el orden y la norma.

Elisa Ramírez

TLACUACHE Y TIGRE

En el mito, tlacuache robó el fuego y lo donó a la humanidad. También dio a los hombres el maíz y lo pintó, para que la verdadera dueña no lo reconociera. Tlacuache es un referente importante para entender la permanencia y transformación de la narrativa indígena, ya que es un animal endémico del Nuevo Mundo y en las aventuras de este personaje pueden rastrearse sobrevivencias nativas y adendas posteriores. Tlacuache es hombre importante, autoridad, tatamandón: él decide por qué deben tener curvas los ríos en esta versión literaria.

QUE HACE MUCHO TIEMPO sucedió esto. Que había un tlacuache. Hicieron una junta de puros animales. Bueno, los animalillos estaban discutiendo sobre el río: que cómo le iban a dar forma, para que pudieran pescar ellos.

Bueno, esto fue así, pues todos los animales decían que el río quedara recto; esas fueron las opiniones de ellos. Decidieron buscar al tlacuache y fueron preguntando casa por casa, cantina por cantina. Andaban buscando a aquel viejo borracho, porque el tlacuache también le tupía. Traía su guitarra y todos estaban bien armados, hasta que les dieron razón a quienes lo andaban buscando de que estaba en la cantina de una esquina, hacia el sur. Aquellos animalitos fueron a dar con él; estaba en una cantinita muy chiquita.

Bueno, al fin encontraron al abuelo tlacuache tocando su vieja guitarra y cantando alegremente. Y llegaron los buscadores de él, que eran el Ratón, el Perro y el Tigrillo. Lo saludaron con mucha delicadeza respetando su avanzada edad… y hasta le invitaron 50 centavos de aguardiente y le dijeron de esta forma y con voz aguda:

—Dispense abuelito, a usted precisamente lo venimos buscando, hasta que le encontramos. Gracias a Dios que lo encontramos a usted… Lo necesitamos para que usted nos informe, de una vez, cómo deberá quedar el río.

Bueno, el abuelo contestó así:

—No hay nada que decirle a ustedes, muchachos, que yo no valgo nada; creo que mi pensamiento no alcanza el de ustedes que son más jóvenes y saben hacer las cosas mejor que yo. Yo soy un pobre borracho que no sabe hacer nada

—el abuelo estaba simulando que no sabía nada; pero sí sabía, nomás se estaba haciendo…

Bueno, y así le estuvieron rogando hasta que por fin el abuelo dijo:

—Bueno, iré con ustedes, pero antes quiero que me den otro traguito, que traigo seca la garganta —así le dieron el trago y quedó muy contento y se fueron.

Y el abuelo tocando la guitarra por todo el camino. Cuando llegaron se sorprendió porque sus ojos veían unas figuras espantosas y él creyó que se lo iban a devorar. Todo fue al contrario, le brindaron calurosos aplausos cuando llegó. A su vista se encontraban los animales más feos y él se chiveaba pero no lo demostraba, sino que demostraba valor ante sus admiradores, y se sentó en una silla muy bajita, en la calle. Pusieron almohadas en su asiento y se sentó.

Bueno, primero habló el señor Tigre, un señor de mucha categoría y dijo así:

—Señor abuelo tlacuache, perdone usted que lo molestemos tanto nosotros; nosotros queríamos saber si usted nos da otra idea más o menos buena, porque usted es el único que nos hacía falta aquí y nos acordamos y fueron estos muchachos en busca de usted y quiero que nos dispense por la molestia que le dimos. Tiene usted la palabra…

Habló el tlacuache:

—Señores, quiero saber que es lo que ustedes desean saber.

Habló el León, otro señor de mucha categoría que es el rey de los animales y dijo:

—Señor abuelo, nosotros queremos su opinión de usted. Es que queremos componer el gran arroyo que es el río, queremos darle forma, pero aquí los compañeros dicen todos que el río le debemos dar la forma recta, muy recta de lado a lado para que haya corriente que vaya hacia el oriente y otra corriente que vaya y que corra hacia el poniente.

Esto es todo lo que queremos saber, señor abuelo.

Habla el abuelo tlacuache:

—Señores respetables, señores, si eso quieren saber, está bien que me pregunten a mí, señores; les diré la verdad, toda la verdad señores: que ustedes están equivocadísimos, todos ustedes perdieron la cabeza. ¿Cómo va a ser el río recto? No, eso no… nunca deberá quedar el río así. No, eso no, el río deberá quedar en otra forma, porque si lo dejamos así, nunca podremos pescar; pues no podremos hacer nada porque el río va a tener mucha corriente. Entonces vamos a hacer así: vamos a darle forma al río, vamos a tener que hacerle en curvas y en más curvas y con ligeros remolinos a donde pueda uno pescar y dormirse adentro del bote, y nos dormiremos alegremente sin que nos molestemos. Esa es mi opinión, señores. ¿Ustedes que dicen? Yo digo así porque soy pobre; solamente me vivo comiendo pescado, más y más pescado para que mi pobre estómago pueda mantenerse quieto.

Y los ricos quedaron hasta sonsos de lo que aquel viejo les había dicho y todos le rindieron un caluroso aplauso. Que su idea estaba perfectamente bien, que mejor así se quedara el río con curvas, como él había dicho a todos los que estaban oyendo. Así lo hicieron, trabajaron duramente y compusieron el río, hicieron todo lo que el abuelo tlacuache dijo. Y por eso es que hasta la fecha el río tiene la forma de curva donde quiera, porque el abuelo tlacuache había deseado así, que hasta hoy nos está sirviendo su arte y todo lo que él ha hecho anteriormente (mazateco).

El carácter del conejo y del tlacuache es semejante y sus peripecias son intercambiables. Corren las mismas aventuras, aunque los cuentos del conejo son más frecuentes. Tlacuache casi nunca se apega a un modo de ser, pero sí come frutas, detiene piedras, cuida niños, bebe el suero del queso en la laguna sin subir nunca a la luna.

Algunos episodios, sin embargo, son exclusivos de tlacuache; no los comparte el conejo, ya que explican características exclusivas de este pícaro. En la narrativa, como en la realidad, puede fingirse muerto —y por lo tanto revivir—, tiene una bolsa en la barriga, la cola pelona, los testículos alrevesados. En los cuentos siempre es borracho, lascivo, prolífico y tragón —y hasta se cree consumado cazador.


ILUSTRACIONES: Francisco Toledo

EN LOS TIEMPOS ANTIGUOS los hombres no conocían el pulque. Solamente tenía pulque una anciana que vivía en la punta de un cerro. Vivía en la punta de un cerro muy empinado, por eso los hombres no podían llegar hasta allá a tomar pulque. Entonces los antiguos se reunieron para tomar el acuerdo de invitar al tlacuache para robarse el pulque, por tener la habilidad de subir a lugares a donde no llegaban los hombres.

Los tlapanecos recomendaron mucho al tlacuache que la anciana no se diera cuenta de que llevaba la misión de robarse el pulque.

Entonces, el tlacuache dijo:

—Acepto su invitación, señores, voy y regreso para informarles si pude cumplir con su encargo.

Cuando el tlacuache llegó a la casa de la anciana, le pidió: —Deme a probar tantito pulque, señora.

Entonces la anciana le dijo al tlacuache:

— ¿A poco sabes tomar pulque?

—Sí, buena anciana —contestó el tlacuache, el pulque me gusta mucho, por eso me sacrifiqué para llegar a la punta de esta montaña donde usted vive.

—Entonces espera que vaya a recoger aguamiel, tlacuache, para que pruebes un pulque sabroso.

—Muy bien señora — dijo el tlacuache.

Salió la anciana a recorrer mata por mata de los magueyes para recoger el aguamiel. El tlacuache aprovechó para tomarse las cuatro ollas grandes de pulque que guardaba la anciana.

Cuando la anciana regresó a su casa ya no estaba el tlacuache, ya se había ido.

Cuando revisó las ollas grandes, ya no tenían pulque. Entonces la anciana dijo:

—¡Maldito tlacuache, cola-pelada, te acabaste mi pulque! Algún día te encontraré y te mataré.

Pero ya no había remedio, porque el tlacuache ya se había ido.

Cuando el tlacuache llegó a donde estaba la gente esperando dijo:

—Preparen cuatro ollas grandes y échenle timbre en el fondo.

Entonces los antiguos obedecieron, preparando las cuatro ollas.

Entonces el tlacuache empezó a descargar, haciendo brotar por todas partes de su cuerpo al pulque, llenando la primera olla, luego la segunda, así la tercera y la cuarta olla.

Entonces el tlacuache dijo:

—Cumplí con lo que me encomendaron, señores.

Viendo eso los antiguos empezaron todos a tomar el pulque. Cuando se emborracharon empezaron a pelear.

Al día siguiente ya no se querían ver, todos estaban enojados.

Los animales se dijeron:

— ¿Cómo le haríamos para que estos hombres se contenten?

Algunos opinaron:

— Mejor vamos a invitar a un tartamudo para que los contente. Cuando el tartamudo empezó a decir, “gua, gua, la, la, eee, glu, glu”, como no le entendían nada todos empezaron a reír y así se contentaron.

Así aprendieron los hombres a fabricar el pulque (tlapaneco).

La manera de robar el pulque a la anciana es muy semejante al robo mítico del fuego. Otros animales borrachos de los cuentos son el colibrí — que saca con su pico el aguamiel, como si fuera un acocote— y el coyote que bebe en fiestas y, cuando está borracho, grita como machín, canta y toca guitarra como mexicano y es atacado por los perros o apaleado por los dueños de éstos.

EL PÁJARO CARPINTERO hizo una guitarra y se la dio a la mariposa para que tocara; mientras, el gallo bailaba, el grillo también bailaba con el chapulín y la gallina cantaba. Llegó el coyote por ver la fiesta, y vino la zorra llevando algunas tunas muy dulces. Dio una al coyote diciéndole:

—Vamos, hermano coyote, come un bocado.

La tuna estaba pelada y le supo tan bien que el coyote pidió más. La zorra le dijo:

—Te daré más tunas, pero has de comértelas con los ojos cerrados.

Le dio otra que estaba sin pelar, y se le espinó el hocico. El coyote, enojado, quiso comerse a la zorra. Pero ésta le dijo:

—No te enojes, hermano coyote: te voy a dar de beber; y no grites, porque hay perro cerca.

Fue a traer tesgüino, y se lo llevó al coyote diciéndole:

—Toma, hermano coyote, bebe esto—. El coyote bebió dos jícaras, y luego una tercera. Se emborrachó mucho y comenzó a aullar y le preguntó a la zorra:

—¿Por qué están bailando?

—Están bailando porque don Grillo se casó con doña Chicharra; por eso la mariposa está tocando la guitarra, el gallo bailando y la gallina cantando.

—Que no cante la gallina; me la quiero comer.

Entonces la zorra llevó al coyote a la barranca y le dijo que se estuviera allí mientras le llevaba la gallina, para que se la comiera. Llamó a dos perros muy bravos, los metió en un costal y los llevó a donde esperaba el coyote, que muy borracho y muy enojado reclamaba a la zorra:

—¿Por qué me has hecho esperar tanto?

—No te enojes, hermano coyote; aquí te traigo muy buenas gallinas. Me he tardado tanto, porque te estuve juntando varias. ¿Quieres que te las suelte una por una, o todas juntas?

—Suéltamelas todas juntas, para acordarme de mis buenos tiempos. Entonces la zorra abrió el costal y soltó a los dos perros bravos que cayeron sobre el coyote y lo despedazaron. La zorra corrió a esconderse, pero volvió después, recogió las uñas del coyote y las arrojó a un pozo (tarahumara).

Las parejas de contrincantes varían; aquí, la víctima es nuevamente el coyote, engañado esta vez por el tlacuache y no por el conejo.

EL TLACUACHITO-FLOR iba por el camino y vio venir al coyote haciendo ruido en la hojarasca. Se espantó y pensó: “Para que no me coma, le voy a decir que estoy sosteniendo esta peña que quiere caerse, que la estoy atajando”.

El coyote llegó a decirle al tlacuache flor:

—Tlacuache-flor, te voy a comer.

—No me comas —pidió el tlacuache—, estoy atajando esta peña y ya me desesperé porque no me vienen a dar de comer. Me muero de hambre y no aparece nadie.

—Si en verdad te mueres de hambre, yo detendré la peña; tu vete a traer tortillas —le dijo el coyote.

El coyote se quedó allí atajando la peña. Vio que una nube pasaba sobre ella, pensó que ya se le venía encima y empujaba con más fuerza, apoyándose en las patas.

El tlacuache no aparecía, se fue por allí. Cuando el coyote se cansó, brincó y volteó a ver si en verdad se había caído la peña; no, seguía allí, donde siempre: donde está, está.

—¡Me engañó el tlacuache-flor! —gritó furioso—. Cuando lo encuentre, de por sí me lo como. […]

Otro día el tlacuache-flor llegó hasta un lugar en donde estaba tirada una bestia, pudriéndose. Los zopilotes se la estaban comiendo. El coyote llegó preguntando:

—¿Qué haces aquí tlacuache-flor?

—Estoy cuidando los totoles —le respondió el tlacuache. ¿Ves mis guajolotes? Los estoy cuidando para que no se vayan; desde hace rato estoy esperando que me traigan que comer y no aparece nadie.

—Ve a traer las tortillas y yo cuido los guajolotes —le dijo el coyote.

Cuando el tlacuache se fue, el coyote se abalanzó esperando atrapar un guajolote: ¡dónde!, si todos volaron. De balde fueron todas las carreras que dio.

—Otra vez me engañó el tlacuache-flor —dijo—; no eran guajolotes, sino zopilotes. Donde lo encuentre, me lo como.

El tlacuache-flor llegó a un temascal y vio que el coyote lo iba a alcanzar; éste llegó preguntando:

—¿Qué haces aquí? Ahora sí te voy a comer.

El tlacuache-flor le contestó:

—Nosotros somos muchos: algunos tlacuaches somos de peña, otros tlacuaches somos de totoles, otros espinudos, otros ratones, otros de flores. Yo soy tlacuache de temascal —le dijo engañándolo, pura mentira—. Sí, ya te han hecho bastantes cosas, mejor te baño para que te repongas.

El coyote obedeció. El tlacuache flor atizó el temascal e hirvió el agua. Molió chile dentro de un molcajete grande y lo revolvió con agua hirviendo.

—Entra al temascal— le dijo al coyote, ya está todo listo.

Le dio al coyote una jícara con agua de chile para que cuando él le avisara, se lavara la cara. Tapó el temascal con piedras y hojas de plátano para que no se saliera el vapor. El tlacuache-flor le gritó al coyote:

—Lávate la cara.

El coyote se vació el agua caliente y ahí murió asfixiado (náhuatl).

La versión chinanteca explica el porqué de las manchas del ocelote o del tigrillo e incluye muchos otros engaños. La amenaza del diluvio y la salvación que le ofrece al encerrarlo en un tenate es un episodio más frecuente entre tigre y tlacuache que entre conejo y coyote. A pesar del rigor del trato, muchas veces el tigrillo sobrevive.

ENTONCES DECIDIÓ que ahora sí se comería al tlacuache y fue a buscarlo, pues otra vez había desaparecido. Cuando lo encontró estaba parado cuidando su milpa, porque los animales del monte dañaban el maíz, se lo comían. Entonces le dijo:

—Vete en medio de mi milpa, siéntate ahí y cuídala.

Y dizque él se quedaría en la orilla a cuidarla. El tigre contestó:

—Está bueno, me voy.

Cuando el tlacuache llegó a la orilla prendió fuego alrededor de la milpa; al poco tiempo ya no parecía una milpa sino un camalotal y otra vez engañó al tigre porque con la lumbre se hizo mucho humo donde él estaba.

El tigre empezó a gritar y no sabía donde ir cuando vio la lumbre y el pobre quemó su vestido y por eso ahora se llama Tigre […]

Esta vez encontró al tlacuache comiendo coyol. El tigre le dijo: —¿Qué cosa estás haciendo tú aquí?

Y le respondió el tlacuache:

—Comiendo coyol.

El tigre le dijo

—Ahora ya no te perdono, llegó la hora de comerte porque eres muy mentiroso.

Y contestó el tlacuache:

—¿Por qué dices que me vas a comer?, ¿quieres comer coyol?

El tlacuache tiró el coyol y el tigre dijo:

—¿Cómo se raja esto?

Y respondió el tlacuache.

—Pégale con los huevos.

El tigre se revolcaba en el suelo diciendo:

—¡Ay!, dolió mi corazón.

El tlacuache se bajó y se fue. Cuando el tigre se alivió del corazón fue otra vez en busca del tlacuache y lo encontró en una cueva.

El tlacuache decía un mmm y el tigre se quedó quietecito, oyendo que el tlacuache estaba hablando con la gente y decía:

—Lleven ustedes carabinas, machetes y arpón. Vamos a matar al tigre porque está embrujado y no está ni frío ni caliente, se va a morir.

Entonces el tigre se fue corriendo y el tlacuache también se fue. Más tarde el tigre volvió a la cueva, pero todo estaba silencio, no había nadie.

Al no encontrar al tlacuache lo volvió a buscar. Esta vez lo encontró arriba de un árbol de zapote mamey y le dijo el tlacuache al tigre:

—Métete dentro de esta bolsa de petate porque va a haber un aguacero de piedras y agua caliente.

El tigre se metió adentro, donde había algodón.

Entonces el tlacuache se orinó encima de la bolsa y la golpeó con piedras y gritó:

—¡Aguacero de piedras y agua caliente está cayendo!

—¡Me muero!

Y volvió a decir al tigre: —Silencio, acuéstate porque viene otra vez el aguacero de piedras.

Y se bajó del palo de zapote-mamey y se fue.

Más tarde al ver que ya no sucedía nada el tigre rompió la bolsa. Y otra vez volvió a buscar al tlacuache y lo encontró en el rincón de una peña. Entonces dijo el tigre:

—Ahora me llegó la hora de comerte.

El tlacuache respondió:

—Perdóname, yo no tengo la culpa, yo no te hice nada.

Cuando el tigre estaba agarrando al tlacuache, éste enseguida se metió a una cueva chiquita, pero el tigre le agarró la cola, hasta que se le peló la cola al tlacuache que tenía agarrado el tigre; por eso está blanca la cola del tlacuache hasta ahora (chinanteco).

La manera de narrar en mixe es parca en esta ocasión: se limita al engaño de los alumnos en la escuela —las avispas pican al tigrillo— y a un último enfrentamiento de los enemigos.

AL ANOCHECER, el tigre se encontró de nuevo con el tlacuache, que estaba muy campante a la orilla de un río. El tigre le dijo muy enojado:

—Me engañaste, dijiste que me ibas a conseguir comida y nunca regresaste. Además, las avispas me picotearon.

—Ven —le dijo—, me he tardado porque tu comida se me cayó al agua y no puedo sacarla yo solo. Si me ayudas, podremos comer.

El tlacuache señalaba el río haciéndole creer al tigre que los reflejos del agua eran la comida que se había caído al río.

—Contaré hasta tres y nos echamos un clavado para sacarla.

—Sí, sí, de acuerdo.

Y el tlacuache contó:

—A la una, a las dos y a las…

El tigre se tiró al río y lo arrastró la corriente, mientras que el tlacuache se quedó en la orilla. Había engañado al tigre (mixe).

Hay episodios escatológicos en varios relatos:

—PUES, AHORA sí no te dispenso. Me engañaste mucho por muchas veces. ¡No me trates de decir que fueron unos compañeros porque no lo creo! ¡Dios quiere que aquí nos encontremos y ahora sí te voy a comer!

—Muy bien, tigre. Pero me tienes que prometer no mascarme. Entero me vas a tragar.

—Muy bien, tlacuache. Entero te voy a tragar.

Y así lo hizo. Entero lo tragó así nomás. Al otro día cuando fue al excusado el tigre, salió el tlacuache otra vez entero y corrió. Ya nunca encontró al tigre otra vez (mixe).

LUEGO el coyote y el tlacuache se volvieron a encontrar. Allí había una plataforma rocosa y dentro de la misma, un agujero: allí el tlacuache estaba removiendo un palo. Había agua mezclada con el excremento que había cagado el tlacuache.

Entonces le dijo: —Te voy a matar, me engañaste a la mala.

Entonces contestó el tlacuache: —No me mates, quiero hacer velas. ¡Mira! Ayúdame y revuelve junto conmigo para que no se enfríe la cera y vamos a hacer velas. Cuando se acercó el coyote, agarró el palo y empezó a moverlo. Luego le dijo el tlacuache:

—Tú muévelo, yo voy a cagar. Así se fugó (cora).

A veces hay paz entre ambos; el tlacuache se muestra humilde ante el tigre, su poderoso compadre, porque vive hambreado, débil, lleno de hijos —además es algo tonto.

UN TLACUACHE vivía con su mujer. Tenían varios hijos y los tlacuachitos tenían hambre. La tlacuacha le dijo a su marido:

—Vete a donde está el compadre, para que vayan a buscar carne que coman nuestros hijos. ¡No se vayan a morir de hambre!

—Está bien.

Y el tlacuache fue a donde estaba su compadre el tigre. Llegó y se saludaron. Le dijo a lo que iba y salieron juntos a buscar carne para los tlacuachitos.

Llegaron a donde estaba una vaca muy grande. El tigre enredó su cola con la de la vaca, la tumbó y la mató. Arreglaron la carne.

El tlacuache se llevó la panza para los tlacuachitos. Pasaron dos, tres, cinco días y la tlacuacha le dijo que otra vez ya no había carne.

—Ahorita voy, no costó nada matar a la vaca, ya me fijé como hace mi compadre.

El tlacuache se fue. Llegó, enredó su cola con la de la vaca pensando que sería muy fácil tumbarla. Pero no, la vaca se echó a caminar, llevándose colgado al tlacuache. Se orinó y se cagó encima del tlacuache.

—Ya pasaron dos, tres días, seis, siete días y el tlacuache no llega —decía su mujer.

Salió a ver a su compadre y le explicó que desde cuando había salido el tlacuache y nada que volvía, que cómo estaba eso.

El compadre fue a buscarlo y lo encontró todo orinado, todo lleno de espinas, colgado de la cola de la vaca.

Jaló a la vaca de la cola y la mató. Allí pudo desenredar a su compadre, separándoles las colas (mixteco).

El carnívoro mayor enseña al pequeño a cazar en muchos cuentos: la zorra aprende también del tigre. En otros lares —África, por ejemplo— hay cuentos y chistes donde se habla de lecciones de cacerías idénticas a éstas:

—MIRE, COMPADRE, usted se va a quedar aquí abajo y yo me voy a subir a esas piedras grandes que están arriba del pozo. Cuando usted vea venir a algún animal me avisa.

Así hicieron y al rato el tlacuache vio venir a un armadillo y en seguida le avisó a su compadre. Pero el tigre dijo que ese animal es muy feo, que a él no le servía de comida. Al rato apareció el tejón y de nuevo el tlacuache le avisó al tigre.

Pero el tigre volvió a decir que ese animal era muy feo y que no le servía para comer. Pasó otro poco de tiempo y llegó la zorra. Cuando la vio, el tlacuache avisó a su compadre y de nuevo dijo que esa comida no era para él. Al rato llegó el venado y cuando el tlacuache le avisó al tigre, le dijo que ese animal tenía las piernas muy flacas, que no servía para comer. Al ratito llegó el jabalí y otra vez el tigre dijo que esa no era comida que le gustara. Pasó el tiempo y llegó una vaca flaca a tomar agua, tampoco quiso comerla el tigre, porque era un animal demasiado delgado. El tlacuache estaba impaciente y le preguntó cuál animal serviría; el tigre le respondió:

—No se preocupe compadre, pronto llegará la comida que nos sirve.

Estaban hablando cuando apareció un novillo bien gordo; bien grande. Cuando lo vio el tlacuache le avisó al tigre y éste gritó:

—Ésa es la comida de su compadre —y se arrojó desde el peñasco sobre el toro, se arrojó sobre él y le quebró el cuello–. Después de que lo mató, le cortó una vena e invitó al tlacuache para que comiera. El tlacuache chupó y chupó la sangre y con eso nomás se llenó su pancita. El tigre lo invitaba a comer la carne, pero el tlacuache estaba tan lleno que no podía comer más […]

A los tres días se acabó la carne que el tlacuache había llevado a su casa y le dijo a su esposa que lo acompañara, que él iba a conseguir más carne, tal y como le había enseñado el tigre. Se fueron a la misma poza de agua y el tlacuache se subió a la piedra más alta, después de decirle a su esposa que le avisara si algún animal se acercaba a tomar agua. Al rato llegó el armadillo y la tlacuache le avisó a su esposo, pero éste dijo que esa no era la comida del compadre.

Después llegó el tejón y de nuevo el tlacuache dijo que su compadre no comía eso. Cuando la tlacuache le avisó que llegó la zorra, de nuevo se negó el tlacuache a cazar diciendo que su compadre no comía eso. Igual pasó cuando llegó el jabalí. Igual cuando vino el venado, el tlacuache dijo que a su compadre no le gustaban las piernas del venado. Cuando llegó la vaca, dijo que estaba muy flaca. Pero cuando su esposa le avisó que llegaba un novillo bien grande, el tlacuache gritó:

—¡Esa es la comida de mi compadre! —y se arrojó sobre el toro. Pero cuando cayó sobre el animal, quedó ensartado en uno de los cuernos, salió corriendo el novillo con el tlacuache clavado en uno de sus cuernos. Así murió el tlacuache.

Su esposa se fue a ver al tigre para contarle lo que había pasado y le dijo: —Fíjese lo que le pasó a su compadre, él creía que el novillo era igual a los pollitos que mata él. Se lamentó el tigre, pero así fue la suerte del tlacuache. (chatino).

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