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La ciudad de los dioses
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o importa cuantas veces se visite, nunca deja de asombrar la grandiosa ciudad que suele conocerse como las Pirámides de Teotihuacán.

Las dos construcciones piramidales del Sol y la Luna son sólo una parte de lo que conforma esa antigua urbe, que es un modelo de urbanismo.

Se trazó con un plan preconcebido, con un eje central, que es la Calzada de los Muertos. Se desvió el cauce de un río para que la cruzara perpendicularmente y se formaran cuatro cuadrantes. A la vera de la larga avenida, que mide cerca de 5 kilómetros, aunque sólo la mitad se ha excavado, se desarrolló la ciudad.

El apelativo Teotihuacán se lo dieron los mexicas que fundaron Tenochtitlán, cuando la impactante urbe llevaba varios siglos abandonada. Fue tal su impacto al ver la grandeza de sus construcciones, que concluyeron que era el sitio donde se habían creado los dioses. Ellos bautizaron las pirámides y la calzada; las investigaciones han determinado que ninguna de ellas tenía el uso que le atribuyeron.

Los basamentos que bordean la amplia calzada de alrededor de 40 metros de ancho, pensaron que eran tumbas y en realidad eran adoratorios. La pirámide que atribuyeron al culto del sol era para la deidad del agua y se cree que representa el cerro de los mantenimientos, la montaña sagrada. La llamada de la Luna era para la diosa de la fertilidad.

A principios del siglo XX se iniciaron los trabajos arqueológicos para recuperar la antigua ciudad. En 1902, se comenzó la traza de lo que hoy es la zona arqueológica de Teotihuacán, afectando algunos pueblos que se habían establecido sobre los vestigios, aunque la gran parte de la que fue una de las ciudades más grandes del mundo en su época, todavía está cubierta por varias poblaciones.

Se calcula que llegó a concentrar una población mayor a 100 mil habitantes en el momento de su mayor esplendor, con una extensión de 22 kilómetros cuadrados.

Porfirio Díaz decidió incluir la zona arqueológica como parte de los festejos por el Centenario de la Independencia de México. Le encargó a Leopoldo Batres que habilitara la zona; entre 1905 y 1910 excavó y reconstruyó la Pirámide del Sol a su ocurrencia: rebajó siete metros tres de las fachadas e inventó un quinto cuerpo al dividir el cuarto en dos.

Los trabajos con una base científica los comenzó Manuel Gamio en 1917; durante tres años encabezó a 40 especialistas, quienes llevaron a cabo un proyecto antropológico integral del valle, dentro del cual se incluyó un estudio interdisciplinario de la región, bajo dos categorías generales: población y territorio. Se trabajó desde la época prehispánica, el periodo virreinal, hasta la fecha de las excavaciones.

A partir de entonces no se ha dejado de explorar y reconstruir científicamente la zona, donde continuamente hay hallazgos sorprendentes. No es de extrañar que de toda Mesoamérica llegaran personas a conocer y muchas a establecerse en la cosmopolita ciudad. Se han descubierto barrios de extranjeros: oaxaqueños, veracruzanos y mayas. A su vez, en esas regiones se han descubierto múltiples influencias teotihuacanas.

Una parte que no siempre se visita son los complejos habitacionales. Uno de los más impactantes es el Palacio de Quetzalpapálotl (Quetzal-Mariposa) que se localiza a un costado de la Plaza de la Luna. Es uno de los edificios más suntuosos, que permite apreciar la exquisita arquitectura de los espacios donde vivía la élite de la ciudad.

Una excelente y fiel reconstrucción permite ver cómo está compuesto por grupos de habitaciones, patios y corredores. El jardín central presenta columnas finamente talladas con aves mitológicas: quetzales, mariposas y lechuzas.

Esto es una diminuta probada de todo lo que hay que decir de Teotihuacán; necesitaríamos muchas crónicas, así es que por lo pronto vamos al restaurante La Gruta. Está en el camino que rodea la zona arqueológica y es espectacular, ya que ocupa el espacio de una inmensa caverna y ofrece sabrosa comida típica de la región.