Opinión
Ver día anteriorLunes 8 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La disputa por el Senado
S

e inicia la segunda parte del proceso electoral en Estados Unidos y una cuestión pende en el ambiente político: ¿podrá concluir Donald Trump la campaña sin destruir totalmente al partido que lo postuló? La pregunta tiene base no solamente en los 10 puntos con los que Hillary Clinton supera al candidato republicano en la mayoría de las encuestas de opinión. El problema es más profundo: su infinita incapacidad para entender que sus desplantes, ocurrencias e insultos lo convierten día a día en candidato, no a la presidencia del país, sino al de una institución mental. En amplios sectores, lo mismo conservadores, liberales o independientes, crece día con día la sensación que de seguir por ese camino, le será casi imposible disputar la Casa Blanca a la señora Clinton.

Por ello, no es extraño que en el Partido Republicano varios de sus más conspicuos miembros hayan mencionado su intención de votar por la candidata demócrata. A partir de esas expresiones se puede colegir que los republicanos han decidido volcar sus esfuerzos para apoyar a los candidatos de su partido que el próximo noviembre se disputarán el Senado, la Cámara de Representantes, mas no a su candidato a la presidencia. Para este instituto político sería una tragedia perder no sólo la presidencia, sino también la mayoría en el Senado y su amplia ventaja en la Cámara de Representantes. Por ello la alarma ha sonado y la estrategia electoral dio un viraje inesperado.

Por el momento, el Senado es la mayor preocupación de los republicanos. Del total de las 100 curules en esa institución, 34 estarán en disputa. Varias organizaciones de análisis políticos consideran que por lo menos seis senadores republicanos pudieran perder la elección. De ser así los demócratas tendrían la mayoría en esa cámara.

Tradicionalmente el partido que gana la presidencia también obtiene la mayoría de las candidaturas al Senado. Pero esta elección no es una que se pudiera distinguir por su semejanza con otras. Por ello, cabe considerar las posibilidades que los candidatos presidenciales tienen de ganar la elección. Trump pierde día a día esa posibilidad, y al parecer no tiene remedio. En torno a Hillary Clinton aún existen dudas sobre su integridad, pero cabe preguntar por qué aún se desconfía de ella. Ha sido absuelta por los legisladores republicanos de los interminables juicios sumarios que, por razones estrictamente políticas, ellos mismos han perpetrado en su contra. Las dudas que algunos votantes independientes y progresistas han planteado en torno a sus relaciones con Wall Street es necesario entenderlas en un contexto más amplio. Ella no es responsable de la legislación que abrió las puertas a la entrada irrestricta de dinero en el proceso político; en todo caso, al igual que los conservadores la ha aprovechado. Parafraseando a Bernie Sanders: es necesario acabar con la corrupción que propician los barones financieros, pero para ello, también es necesario cambiar las leyes y con ellas la composición de la Suprema Corte, cuyas decisiones más trascendentes han jugado a favor de los republicanos.