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Foro de la Cineteca

Cementerio de esplendor

M

alestar tropical. Cuando la señora Jen (Jenjira Pongpas Widner) llega a la ciudad de Khon Kaen, en el noreste tailandés, para visitar a su amiga enfermera Ten en busca de alivio para su pierna enferma, lo que descubre es un pabellón de soldados afectados por una misteriosa enfermedad que los sume en un estado de profunda narcolepsia. Keng, una joven vidente, auxilia a su vez a los familiares a establecer contactos esporádicos con los pacientes. Nada de esto es inusitado en el mundo fantástico del tailandés Apichatpong Weerasethakul (La leyenda del tío Boonmee, 2010), donde es común ver cómo las vidas pasadas se confunden con las presentes y los seres fallecidos suelen reencarnar en especies distintas o inclusive en fragmentos de un mundo mineral. En Cementerio de esplendor (2015), sin embargo, es toda una época histórica la que yace bajo los cimientos del hospital que alguna vez fue un palacio imperial, y son los reyes de tiempos lejanos los que aún libran sus batallas mientras extraen vitalidad y energía de los enfermos ahí adormecidos.

Entre todos los enfermos, la señora Jen elige a uno solo, Itt (Banlop Lomnoi), a quien cuida de modo maternal y cómplice, acompañándolo en sus raros momentos de vigilia, llevándolo a cenar y al cine, hasta que el paciente vuelve a su pabellón de narcolépticos para recibir una sicoterapia experimental a base de luminosidad en variaciones cromáticas, las mismas que marcan los registros fantasmagóricos en la sugerente fotografía del mexicano Diego García (Fogo, Olaizola, 2012; Manto acuéfero, Rowe, 2013). En una secuencia notable, la vidente Keng adopta la identidad de Itt y conduce a la señora Jen por un recorrido detallado del hospital que cobra nueva vida como el magnífico palacio de otros tiempos. Jen se presta a la simulación, y el espectador asiste, a su vez, al desvanecimiento total del presente en el pasado y de la realidad en la ficción. En la pantalla sólo aparecen las ruinas y los escombros de una nación actual sumida en la degradación y la desesperanza, todo a la manera de un comentario político, en el cineasta tan amargo como inusual, sobre lo que en el presente queda de los antiguos esplendores de la monarquía tailandesa.

El cine poético de Weerasethakul no se limita ya a mostrar la migración de las identidades ni el misterio de las rencarnaciones en un contexto budista; esta vez, yuxtapone épocas históricas y registros de ficción y realidad para señalar una fría modernidad y una decadencia política donde los hombres viven en un letargo permanente, caminan errantes como sonámbulos, y en sus pocos momentos de lucidez aparecen tan atónitos y desencantados como la propia señora Jen en la última imagen de la película. Cementerio de esplendor es, a un mismo tiempo, una experiencia gratificante y perturbadora.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 12 y 17:30 horas.