Opinión
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Paralelo imaginario: 1913-2016
D

urante mucho tiempo he pensado en las conversaciones que pudieron haberse tenido en muchas partes de Europa a principios de 1913. No me refiero a las que se dan entre especialistas, sean estos: profesores, periodistas, políticos, militares, policías o espías, en fin, los expertos. Tampoco a las que tienen los magnates empresarios y financieros para proteger sus intereses en los mercados alrededor del mundo.

Pienso, más bien, en los cafés, los clubes, los corrillos de estudiantes, las pláticas entre las familias, en los sindicatos, las asociaciones religiosas, o sea, entre lo que podemos llamar la gente común.

En el primer semestre de 1913 había ya sobradas evidencias de las crecientes tensiones políticas entre las naciones europeas. Francia y Alemania eran rivales antiguos y la más reciente guerra entre ambos fue en 1870-71. Inglaterra y Alemania pugnaban por el comercio mundial y por las colonias. La misma expansión colonial y los intereses económicos más amplios enfrentaban a Francia y Rusia.

La hegemonía territorial era un componente clave de las rivalidades en el continente, como ocurría en el caso de los Balcanes entre Austria y Rusia. Así, se crearon alianzas de las potencias de la época. Una se estableció entre Francia, Rusia e Inglaterra, y la otra entre Alemania, Austro-Hungría e Italia.

En aquellas conversaciones imaginarias la gente comentaría las noticias y los reportajes que se publicaban en los periódicos y revistas. Algunos leerían los artículos que Karl Kraus escribía en Viena en su revista Die Fackel (La Antorcha), en los que consideraba las condiciones que llevaron a la Gran Guerra y el tratamiento que le daba la prensa liberal de la época.

La gente hablaría de todo ello, elaboraría argumentos, tomaría posiciones frente a lo que hacían los gobiernos, las posturas de los políticos, del ejército y las acciones de los revolucionarios y los anarquistas de entonces. Tendrían dificultades para armar un escenario coherente, disputarían acerca de los acontecimientos y se asombrarían de los hechos que iban ocurriendo a diario.

Buscarían armar alguna interpretación sobre un escenario de confrontación cada vez más confuso, pero de consecuencias muy graves y más creíbles. Y, luego, necesariamente, terminarían aquellas conversaciones para irse al trabajo, o a sus casas a dormir con su familia. Hasta el día siguiente en el que habría nuevos acontecimientos y renovados motivos de discusión en un entorno de evidente caldeamiento político y prebélico y de mayor temor. ¡Vaya!, que les ocurría lo mismo que a nosotros hoy mismo.

El líder de la unificación alemana de 1871, Otto von Bismarck, había anticipado que: Un día la gran guerra europea provendrá de un maldito asunto absurdo en los Balcanes. Y fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, el hecho que se reconoce como precursor de la guerra. Hoy, igualmente, sólo parece faltar un precursor suficiente para desencadenar el gran conflicto global.

Claro está que las condiciones 100 años después son muy distintas. Los conflictos tienen siempre un sustrato en las fuerzas económicas, las de hoy tienen sus propias características y generan luchas particulares. Las enormes fricciones políticas y militares se han ido acumulando desde la caída del Muro de Berlín y el fin de la URSS, con otro fuerte impulso tras el ataque en Nueva York en septiembre de 2001, y la secuela de las guerras en Afganistán e Irak. Ahora se suman la devastación de Siria y sus repercusiones.

El fundamentalismo musulmán es un componente cada vez más agresivo y pone en jaque a los países de Europa, a Estados Unidos y otros en muchas partes del planeta. Ahora ya no hay un zar en Rusia, pero tampoco la URSS surgida en 1917 en medio de aquella Primera Guerra Mundial. Putin es un factor relevante en el entorno actual.

Como debe haber ocurrido en 1913, hoy todos los días hay un nuevo motivo de tensión que desata inevitablemente una reacción que retroalimenta el conflicto y, por decir lo menos, el peligro arrecia así como los riesgos de una guerra que tendrá muy poco que ver con las de 1914 y 1939. Tan sólo la semana pasada se dieron el atentado en Niza y la tentativa de golpe de Estado en Turquía.

La parte más desarrollada del mundo está en jaque. En la Unión Europea la situación de creciente fragilidad está pasmada ante los hechos: la inmigración masiva, el rompimiento institucional, el resurgimiento de la extrema derecha, la crisis económica que no se supera y la mayor desigualdad social. En Estados Unidos, el resultado de las elecciones de noviembre marcará sin duda el escenario global.

La tendencia es crear nuevas barreras que separen a las naciones como una ambigua manera de defensa ante los otros y que irremediablemente llevarán a más enfrentamientos. Hay ocasiones en la que las bardas reales o virtuales sirven para proteger, otras en que nos exponen más. Este es un dilema presente.

Un detonador suficiente parece ser lo que falta para encender una confrontación global. La tecnología es diametralmente distinta a la que había en 1913, en lo militar y en las comunicaciones de todo tipo. Esta vez, quizás no sea necesario un Gavrilo Princip que apriete el gatillo de manera solitaria en alguna calle de una ciudad. Ahora las cosas son masivas.