Opinión
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Ciudad Perdida

Cosas que cambiar

Encuestitis a modo

¿Quién controla la veracidad de sondeos?

S

on muchas las cosas que deben cambiar en eso del quehacer político. La reconstrucción, es decir, la reforma de los órganos electorales, parece impostergable, y con ella la reconstrucción de la vida interna de los partidos, hoy convertida en mercado de ideologías y militantes que se venden y compran sin mayor recato, y dentro de eso y más, la revisión de la utilidad de las encuestas resulta también inaplazable.

Por lo pronto, de todos es sabido que el resultado de las encuestas es de quien las paga. Las mediciones más recientes no han sido atinadas, por decirlo de algún modo, pero si bien no tienen, al parecer, soportes técnicos bien cimentados y ponen en duda su credibilidad, aún ahora son temidas por los actores políticos, que saben que en la guerra de las encuestas el impacto entre la población, que difícilmente lee los métodos que se usan para conseguir los resultados de las mediciones, crea opiniones que regularmente van de acuerdo con las metas que persigue quien las manda levantar.

Se habla, entonces, de las encuestas reales, esas cuyos resultados muy pocos conocen, y las de ataque, que son las que pretenden crear opinión en favor o en contra de quien pague por hacerlas. Esas son las que circulan de un lado a otro, se comentan como secretos de café y terminan ardiendo en la hoguera de los chismes.

Les contamos todo esto porque, sin querer, fuimos testigos de tres fallidos intentos por encuestar a otras tantas personas. En el parque de la colonia Condesa, un trío de jóvenes, lápiz en ristre, se acercaban a la gente para interrogarlos, y en todos los intentos fueron rechazados. Ustedes ponen lo que se les da la gana, aseguró uno de los posibles encuestados, quien molesto se alejó de una joven encuestadora.

La sentencia del hombre que no permitió que se le cuestionara resultaba cierta, o así parecía, cuando tres encuestadores, sentados en una de las bancas del parque, parecían rellenar las papeletas con datos que al parecer uno de ellos ya tenía listos.

Nos acercamos a preguntar qué empresa los había contratado y de qué se trataba la encuesta que realizaban. No soltaron prenda, a lo más nos dijeron que preguntaban sobre un nuevo producto de limpieza para el hogar y que no tenían idea de quién era su contratante.

No obstante, antes, uno de los que se resistió a ser encuestado nos había dicho que se le preguntó sobre el desempeño de los partidos políticos en la Ciudad de México, pero los jóvenes encuestadores negaron tal referencia, y uno, de cuyo cuello colgaba una identificación imposible de leer, ordenó que se alejaran de lugar.

Sin poder asegurar que la situación sea generalizada, siempre hay alguien que se salva. Parecería que muchas encuestas tratan de crear atmósferas con datos no muy apegados a la verdad, pero que sirven a las intenciones de alguien. Pareciera que no existe nadie que controle la veracidad de las mediciones, porque de lo que se trata es de eso, de hacer creer que lo que se dice tiene la validez de la opinión pública que, cuando menos en los casos que les platicamos, no fue así. Aguas.

De pasadita

Y ya que andamos por los rumbos de la Condesa, nos sorprendió una manta que colgaba de las paredes de una escuela primaria que se halla en la glorieta conocida ahora como de la Cibeles, donde se leía: La comunidad docente de la escuela Manuel López Cotilla condena los hechos ocurridos en el estado de Oaxaca. Hacemos un llamado al gobierno federal, a fin de evitar más derramamiento de sangre. ¿Qué necesita pasar?, ¿que horror tiene que suceder para que las autoridades entiendan que gobernar no es reprimir? Esto último es nuestro.