Opinión
Ver día anteriorJueves 30 de junio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Seguirá unido el Reino?
M

e temo que las secuelas del Brexit –la salida británica de la UE– serán tema de varias entregas sucesivas. Promesas y amenazas, entretejidas con engaños y mentiras, fueron los componentes dominantes de las campañas que culminaron en el referendo de hace una semana. Ningún resultado construido sobre tales bases puede asumirse como paradigma de legitimidad. El lamentable desenlace trajo consigo, primero y de inmediato, manifestaciones de odio e intolerancia: días antes de la consulta, una parlamentaria laborista había sido asesinada por un fanático que voceó consignas similares a los eslogans de los brexiteers. Dos días después, fue vandalizado un centro cultural polaco en Londres. Siguió una oleada de agresiones xenofóbas en diversas localidades, que fue tema de preocupación en el Consejo Europeo. Segundo, privaron las contradicciones y la confusión: en la primera semana, tanto en Bruselas como en Londres y otras capitales europeas ningún líder político logró marcar con nitidez el rumbo a seguir. En la cumbre del 28 y 29 de junio se aceptó con renuencia la idea británica de poner la casa en orden –con un nuevo jefe de gobierno, quizá la ministra del Interior, Theresa May, o una elección general– antes de iniciar el proceso formal de retiro, mediante la notificación prevista en el artículo 50 del Tratado de Lisboa. Los 27 no están dispuestos a esperar mucho. Finalmente, hubo intentos de rectificación o cambio de rumbo: a pesar de que en la campaña se aseguró que el retiro sería pronto e irreversible, en cuanto se tuvo el resultado se exploraron otras opciones o se intentó ganar tiempo. En suma, nadie puede sentirse orgulloso de este episodio de la democracia del Reino Unido. Con él, todos –británicos, europeos y los demás– perdimos algo. Europa, con todas sus falencias, escribió Roger Cohen en el New York Times, 27 de junio, fue el sueño de mi generación. La Unión Europea fue una entidad, un organismo sin sangre, que, sin embargo, poseía un corazón palpitante.

Esta segunda nota (la primera, el 16 de junio, repasó el entorno en vísperas del referendo) alude sólo a las secuelas para las relaciones políticas dentro del propio Reino Unido –sacudidas por el vendaval del Brexit.

Pesan en estas consecuencias tanto la modesta mayoría con que se impuso la salida cuanto las marcadas diferencias de los resultados en las diversas naciones del Reino. Respecto de la primera, se ha hecho notar que el histórico cambio de rumbo fue decidido por algo más de un tercio de los ciudadanos: 52 por ciento del 70 que acudió a las urnas. Como se había hablado de participación mínima (75 por ciento) y mayoría calificada (60 por ciento), ahora se escuchan voces que demandan un nuevo referendo para alcanzar una votación mayor y más informada, menos influida por la mendacidad y la demagogia. “Los mayores propagandistas del Brexit ya admitieron que sus dos principales compromisos fueron mentira: No dedicarán 350 millones de libras adicionales por semana al Servicio Nacional de Salud. Tampoco reducirán realmente el número de inmigantes. Si hubieran admitido esto al inicio de la campaña, quizá el resultado habría sido diferente.” (Blake Morrison, en el Irish Times, 28/06/16.)

El carácter exagerado y mentiroso de la propaganda que favoreció la salida encontró parangón en la hipérbole respecto de los costos y calamidades de la propia salida, por parte del gobierno y los tories. El líder de la oposición, Jeremy Corbyn, favoreció la permanencia con realismo y moderación. Esta actitud le atrajo un voto de censura de los parlamentarios laboristas, que puede provocar su defenestración. No hay razón para permitir que los extremistas de ambos lados del debate dicten el final de esta historia, escribió Gideon Rachman en el Financial Times el 27 de junio. Hay un segmento moderado tanto en Gran Bretaña como en Europa que debe ser capaz de construir un arreglo que permita conservar al Reino Unido dentro de la Unión Europea. Por el momento, esta tarea no despierta entusiasmo.

La división territorial del voto en el referendo parece comprometer ahora la noción misma de un Reino Unido. De las cuatro naciones constitutivas, dos –Gales e Inglaterra– votaron por la salida; dos –Escocia e Irlanda del Norte– por permanecer. El 62 por ciento de los escoceses y 58 por ciento de los irlandeses del norte prefirieron el statu quo, mientras que entre 52 y 53 por ciento de ingleses y galeses votaron por salir. En Inglaterra, Londres fue la excepción, con casi 60 por ciento en favor de la permanencia. Se ha dicho, en tono festivo, que de proclamarse ciudad-Estado podría continuar en la UE. Las otras grandes urbes y las poblaciones universitarias también se inclinaron en forma decidida por la permanencia.

En Irlanda del Norte no es aceptable la noción de que vuelva a erigirse una frontera –vigilada, quizá artillada– con el sur de la isla. El voto por la salida revivió el antiguo sueño de la reunificación de la república. Nunca había sentido la necesidad de tramitar un pasaporte británico, escribió el 28 de junio Sarah Crossan, novelista irlandesa, en el Irish Times. ¿Y ahora? Ahora vivo en un país del que no soy ciudadana y en el que ya no me considero bienvenida. Los irlandeses no correrán la suerte de polacos o rumanos, pero es claro que la nacionalidad ha vuelto a tornarse importante.

Para Escocia sería inaceptable, como dijo la premier Nicola Sturgeon al conocer el resultado, que los ingleses los fuercen a abandonar la Unión Europea. Escocia fue la nación que votó en mayor proporción por la permanencia: 62 por ciento, de una participación mayor a dos tercios. Por el momento, en Edimburgo se consideran dos hipótesis: la posibilidad de que el Parlamento escocés bloqueé o vete la implementación de la salida del Reino Unido pues, según una opinión jurídica, se requiere de su consentimiento para llevarla a la práctica. La segunda consiste en organizar un segundo referendo por la independencia –que se perdió en 2014– para que una Escocia independiente mantenga o renueve su participación en la Unión Europea. Sturgeon va a sostener conversaciones directas en Europa. Ambas opciones están cargadas de dificultades de muy diverso orden –no mayores, por cierto, que la negociación de un nuevo estatus entre el Reino Unido y la Unión Europea, tema de la próxima nota.

A una semana del referendo, es evidente que la irresponsable jugada de Cameron al convocarlo no sólo tuvo un resultado indeseable para Europa y el mundo, sino que también compromete la unidad del Reino.