Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

De milagro

J

osé vino temprano para decirme que le había salido un flete a Toluca y regresará tarde. No me gusta que maneje en esa carretera, y menos cuando llueve. Le di su bendición y me quedé viéndolo alejarse en la camioneta que le presta su tío.

Me entristeció pensar en mis hijos solitos en la casa, esperándonos. Lo bueno es que mi vecina les da sus vueltas, pero no es lo mismo a que estén conmigo. Guardé rápido mis moldes. Ya estaba lista para irme cuando se soltó el aguacero. Imposible salir. Llamé a mis hijos para avisarles que iba a tardarme un poquito. Me contestó Lucio. Lo noté raro. ¿Estás llorando? Mi hermana me pegó. July le arrebató el teléfono para darme su versión del pleito: Sí, le di un guantón porque me gritó cosas bien feas. ¿Pues qué le hiciste? Nada más le dije que siempre no vas a llevarnos de vacaciones y se enfureció.

Le recordé que ser la mayor no le da derecho a pegarle a su hermano, y me salió con que todo el tiempo le doy la razón a Lucio nada más porque es chiquito. Mentira: no tengo favoritismos. No quise discutir, sólo le dije que por ningún motivo fueran a salirse a la calle.

II

Mis compañeras estaban en la cocinita donde comemos, esperando que dejara de llover. Como siempre que nos reunimos, hablaban de sus problemas: Carmela, de que la han robado tres veces en el puente; Olga, del temor a que sus hijas anden en malas compañías; Rosa Elena, de lo caro que está todo; Santa, de que ya no soporta a sus nuevos vecinos. Como no decía nada, Carmela me preguntó por qué estaba tan callada.

–Lucio y July se pelearon otra vez. Los pobres se quedan mucho tiempo solos, no dejo que salgan ni al patio a jugar y su única diversión es la tele. Se aburren y por cualquier babosada se agarran. A lo mejor sería distinto si hubiera más niños en la casa, ¿no crees, Rosa Elena?

–No. Siempre es igual. Tengo el mismo problema que tú, y eso que vive conmigo una tropa: mis cuatro niños y el hijo de mi hermana Karla. Ella, como trabaja en dos lugares, no puede atenderlo. Los escuincles a cada rato se pelean. Ha de ser porque están muy apeñuscados en el cuarto...

–Por eso es necesario ir con los niños de vacaciones, aunque sea pocos días, a un sitio donde puedan correr, meterse a una alberca, sentirse un poquitito más libres.

–Sí, Olga, pero sabes que muchas veces, aunque uno quiera llevarlos de paseo, es imposible. El dinero no alcanza para los gastos del diario, menos para hotel, pasajes y todo lo que se ofrece estando fuera.

–Y donde que los niños son tan antojadizos: lo quieren todo.

–Ni me lo digas, Carmela. Cuando van conmigo a la panadería no falla que me digan: Cómpranos un helado, una pizza... Siento feo de no poder darles gusto y por eso mejor ya no los saco.

–Ay, Rosa Elena, tampoco es para tanto.

–No exagero, Carmela, digo la verdad. Sabes que en el taller andamos mal. Esta temporada tuvimos muy pocos pedidos de juguete. Desde hace tres años no hay aumento de sueldo y las cosas están mucho más caras. Así, ¿quién va a pensar en vacaciones? ¡Nadie! ¿Por qué me miras, Santita? ¿No me crees?

–Pienso como tú: estamos de la chingada. Así y todo voy a llevar a mis hijos de vacaciones. Lo hago por ellos, pero también por mí. Quiero disfrutarlos, que convivamos, porque casi no los veo. Cuando salgo a trabajar todavía es de noche y cuando vuelvo ya anocheció. Llego tan cansada que les doy de cenar y me acuesto. Así que ya se los dije: Niños: nos vamos de vacaciones.

–Santa, ¿no me habías dicho que te dieron el préstamo?

–Ay, Carmela, ¿qué no conoces al patrón? Aparte de negármelo se enojó porque se lo pedí. No me importa. Decidí que nos vamos de vacaciones, ¡y nos vamos! Sacaré el dinero poniendo una venta de garaje. Así le hizo mi comadre en diciembre y con lo que ganó pudo llevar a sus hijos a Tequisquiapan.

–¿Y qué vas a vender, Santita?

–¡Todo, Olga, todo! Mi lavadora vieja, la ropa y la herramienta que me dejó Manuel cuando se largó, la silla de ruedas que usaba mi papá y hasta mi vestido de novia. Por ese me darán al menos 300 pesos. Está lindo, todo blanco.

–Ay, Santa, no vayas a salirnos con que te casaste virgen.

–No, Rosa Elena, ¡para nada!, pero hacía milagritos. Oigan, ya no llueve. Vámonos antes de que caiga otro aguacerazo. Y tú, muñeca, oye lo que te digo: haz tu venta de garaje para que puedas llevar a Lucio y a July de vacaciones.

Pienso seguir el consejo de Santa. Nada más con lo que me den por los aparatos eléctricos descompuestos y los juguetes que mis hijos ya no quieren juntaré buen dinerito. Lástima que José nunca haya podido comprarme el traje de novia.