Opinión
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La celda de los gargajos
U

n ingenioso escritor que no viene al caso nombrar, comparó el mercado capitalista con un asesino serial. Para ello puso de ejemplo el relato policial Los diez negritos, de Agatha Christie, título inspirado en una antigua tonada infantil.

El relato narra la secuencia de asesinatos durante un banquete organizado por un personaje misterioso. Uno a uno, los comensales van muriendo, de forma similar a la que se menciona en la canción: Ya no quedan más que nueve / ya no quedan más que ocho / ya no quedan más que siete...

Desde ahí, el escritor nos remite al famoso filme de ciencia ficción La mancha voraz (1958), forma viscosa que se expandía y dilataba, devorándolo todo. Observa: con la diferencia de que el mercado, en lugar de expandirse y dilatarse, se concentra. Pero así como en el relato de Agatha, no mueren todos. Mueren los débiles en el desierto del nihilismo económico.

En el siglo pasado, el fantástico imaginario de escritores agoreros y con gran capacidad de persuasión (en particular, sus ideas), cautivaron a generaciones. Sin embargo, sus ejercicios de ficción fueron aplastados por la realidad objetiva. Y nada volvió a sorprender después de Auschwitz, Hiroshima, o la hollywoodense caída de las Torres Gemelas.

La caída (1956), justamente, fue la novela en la que Albert Camus visualizó un futuro intoxicado por la tergiversación de los valores, la ausencia de moral, la inviabilidad de las causas justas, el absurdo del altruismo. Recordemos, por ejemplo, la celda de los gargajos, que el autor existencialista describe en su texto.

La celda de los gargajos era una variable de tortura que consistía en mantener a un prisionero inmóvil y de pie, apoyando su mentón y asomando el rostro por una ventanita en la puerta del calabozo. Los guardias que pasaban por fuera lo escupían, sin que el prisionero pudiera limpiarse la cara. Sólo le estaba permitido cerrar los ojos.

Pues bien: en esa deplorable situación se encuentra 70 por ciento la población mundial, prisionera del caos manipulado por el capitalismo salvaje, las ofensivas ultraderechistas, la bancarización de la economía, el cinismo de los intelectuales moralistas, el terrorismo mediático y militar de las grandes potencias, y el periodismo formateado para vaciar de sentido las ideas, la política y la cultura.

Limbo ideológico urbi et orbi, y a la postre nada ajeno a lo sugerido en Project for the new american century (2000), manual premonitorio de la destrucción global planificada, que fue publicado (casualmente…), un año antes del nunca aclarado ataque del 11-S.

En América Latina, tras 10 o 15 años de gobiernos democrático-populares (1998/15), el cuadro se muestra incierto y complejo. Parecería que después de las muertes de Néstor Kirchner y Hugo Chávez, en algún tramo de la cuesta se perdió la brújula. ¿Rápido despegue del llano, o excesivo optimismo sin anclajes en la realidad?

Brasil y Argentina, tractores del proceso de integración, volvieron al hoyo negro neoliberal, en tanto menudean las voces que prevén igual desenlace en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Como fuere, en política nunca está dicha la última palabra.

En los medios hegemónicos y en los alternativos, la información luce dispersa, inconexa, confusa. Las derechas anacrónicas cantan victoria sin la convicción de otras épocas, y las izquierdas clasistas repiten lo mismo que en la España de 1938, o tras la caída de la Unidad Popular en el Chile de 1973: no pasarán.

Escasas, muy escasas, las cabezas que se mantienen lúcidas. A finales de mayo, el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, dijo en una mesa que compartió con el sociólogo brasileño Emir Sader y el politólogo argentino Eduardo Rinesi en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires: Ellos son muertos vivientes, nosotros somos el futuro.

Agregó: “Cuando uno es opositor importa más el discurso, tener ideas y propuestas de economía más o menos creíbles. Cuando uno se vuelve Estado, la economía se vuelve lo decisivo (…) Si no hay satisfactores básicos, ningún discurso sirve, por muy esperanzador que sea (...)

“Gobernar para todos no significa entregar los recursos o tomar decisiones que debiliten tus bases sociales, que serán las únicas que saldrán a la calle cuando las cosas se pongan difíciles (…) Las constituciones tienen límites. Este es un tema nuevo y en el que los revolucionarios no se preocuparon, no era necesario...

Dicen que los populistas son caudillistas. Pero si las revoluciones no las hacen las instituciones, tampoco hay revolución verdadera sin líderes ni caudillos. Tenemos algo que cuenta en nuestro favor. El tiempo histórico está de nuestro lado. Ellos no tienen proyectos de superación.

Si cabe el optimismo, el estado de creciente violencia on line no es más que la respuesta a las luchas que los pueblos ejercen sobre el terreno concreto. Pueblos que, más allá de confusiones y el oportunismo de los que saben, ya no permitirán que los sigan escupiendo.