18 de junio de 2016     Número 105

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

El maíz en Tlaxcala: cultura, alimentación y políticas públicas

Yolanda Massieu Trigo UAM-X

Tlaxcala significa “lugar de la tortilla”. Desde su nombre está presente su arraigo al maíz y su rica cultura culinaria. Se produce maíz en casi todo el estado; los municipios con mayor volumen son Huamantla, Cuapiaxtla, Altzayanca y Tlaxco. La mayor parte del cultivo se siembra en pequeñas parcelas de temporal, si bien existen algunos grandes productores con riego, algunos de ellos ganaderos que siembran maíz como forraje. Los productores campesinos frecuentemente recurren a otros empleos, pues la agricultura no da para ser la única ocupación.

En varios municipios, como Españita e Ixtenco, hay una cultura ancestral de siembra de maíces nativos, que lleva a que sean importantes preservadores de estas variedades. A partir de la posible liberalización de maíz transgénico a escala comercial, muchos de los productores tlaxcaltecas se organizaron para preservar la riqueza en maíces nativos. Destaca el Grupo Vicente Guerrero (GVG); un logro de esta y varias organizaciones sociales es la aprobación en el Congreso estatal en 2011 de una Ley de protección al maíz como patrimonio originario y en transformación. Esta ley a la fecha no se aplica porque aún hace falta aprobar su reglamento, pero es un precedente importante para todo México. La conformación del nuevo Congreso estatal electo este año será fundamental para aprobar el reglamento y lograr la aplicación de dicha ley, con la cual se tomarían medidas de política pública para proteger a las variedades nativas, apoyar a los productores que las cultivan e impedir la siembra de maíz transgénico.

Esto influiría en promover un modelo agroecológico, sustentable y respetuoso de la cultura campesina y alimentaria, labor que realiza hace décadas el GVG, al fomentar técnicas agroecológicas en las comunidades. Un resultado palpable de esta labor son las ferias del maíz, de las que el GVG acaba de celebrar la número 19, y cuyo ejemplo ha cundido en otras comunidades, como Ixtenco, Benito Juárez y Tetlanohcan.

Las variedades nativas tienen todo un potencial de mejoramiento y diversificación de mercados, llegan a tener rendimientos de hasta cuatro o cinco toneladas por hectárea en buen temporal, pero no hay un esfuerzo de investigación nacional al respecto, y a ello se aúnan los problemas de propiedad intelectual, pues estas variedades son consideradas como bien común por los campesinos, y como bien privatizable individualmente por la industria.

En contraste, como sucede en todo el territorio nacional, la política gubernamental para la producción de maíz promueve el modelo de monocultivo basado en variedades híbridas de alto rendimiento, agroquímicos (vendidos principalmente por empresas trasnacionales), mecanización y riego. La Fundación Produce del estado ve en este modelo la única posibilidad de aumentar la producción y emular los altos rendimientos de los productores de Sinaloa. Es un modelo muy costoso, accesible sólo para la minoría de grandes productores con riego y queda fuera el grupo mayoritario de productores campesinos temporaleros.

Destaca la verticalidad con la que se impone este modelo. Un ejemplo es que la Secretaría de Fomento Agrícola colabora con el programa MasAgro, cuyo objetivo es “modernizar” a los pequeños productores, sin consulta previa ni diagnóstico de sus problemas. MasAgro se distingue además por una lógica modernizadora, como continuidad del Programa Estratégico para la Seguridad Alimentaria (PESA), programa alimentario de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que se aplica en cerca de cien países, como si las diferencias agroecológicas, socioeconómicas y culturales no contaran.

MasAgro es dirigido por el Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMyT), instancia internacional de centros de investigación agrícola caracterizada por una lógica productivista y homogeneizadora, que asume a todos los campesinos como agricultores de tiempo completo y aspirantes a empresarios. Busca aumentar los rendimientos usando semillas mejoradas (las semillas nativas son consideradas sólo como un insumo para investigación) y labranza de conservación, y afirma que con ello los productores obtendrán más ingresos; soslaya los problemas de comercialización. La volatilidad de los precios del maíz provoca incertidumbre en los productores: puede ser que logren obtener un excedente con precios altos, o que el precio caiga y no cubra ni los costos, pues las importaciones entran al país cuando cosechan. Los beneficiarios de esta situación son los grandes intermediarios, tanto los locales como Cargill, Maseca y la industria tortillera y avícola, en detrimento de los productores.

En tiempos más recientes contribuye a esta incertidumbre el cambio climático, pues los desastres climatológicos en fechas no esperadas pueden arruinar cosechas enteras, como sucedió con las heladas en 2011. En resumen, las políticas públicas distan de ser adecuadas para la situación de los productores campesinos, quienes han encontrado en la pluriactividad y la migración una manera de atenuar los riesgos que implica la producción maicera.


Sistema de herencias
y sucesión de tierras

Aurelia Flores Hernández CIISDER-UATx

La aceleración de las migraciones, la ausencia de una política de reactivación económica del medio rural, los cambios demográficos, la crisis alimentaria y los complejos efectos derivados del cambio climático, entre otros factores, están conduciendo a la feminización del campomexicano, término que alude al progresivo aumento de la participación y presencia de las mujeres en actividades y ámbitos del sector agropecuario que ellas no ocupaban tradicionalmente.

Sin embargo, si buscamos en cifras un rostro femenino en el agro tlaxcalteca difícilmente lo podremos notar. Según registros oficiales, 88 de cada cien personas ocupadas en el sector agropecuario son hombres; asimismo sólo 19.9 por ciento de las mujeres rurales se encuentran ubicadas en este sector y apenas 13.5 por ciento son consideradas productoras agropecuarias. Esto significa que sólo dos de cada diez mujeres que viven en áreas rurales de nuestro estado están registradas como campesinas o productoras.

Si consideramos exclusivamente esta mirada, la feminización del campo no estaría ocurriendo. Pero en los hechos se observa que la presencia masculina en el campo está diluyéndose. ¿Quiénes, etonces, están al frente de las tierras?

El sistema de propiedad de la tierra en Tlaxcala, como en el resto del país, se encuentra regulado por dos fórmulas centrales: la propiedad privada y la organización ejidal. De la primera, la información estadística es insuficiente. En cuanto a la propiedad social o ejidal, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en México sólo 20 por ciento de las mujeres son propietarias de tierras, y de un total de 11 millones de mujeres que trabajan la tierra sólo el 5.45 por ciento, o 600 mil poseen títulos de propiedad.

En particular, la tenencia ejidal en Tlaxcala ocupa 189 mil 598 hectáreas, que representan 47 por ciento de la superficie total del territorio, de 399 mil 700 hectáreas. El Registro Agrario Nacional indica que en un total de  242 ejidos hay 69 mil 543 sujetos agrarios, de los cuales 51 mil 301 son hombres (74 por ciento) y 18 mil 242 son mujeres (26 por ciento). Estas últimas tienen a su cargo menos de cinco hectáreas en promedio; además, sólo cuatro ejidos están representados por una mujer.

En concreto, los datos indican la falta de seguridad legal para las mujeres como propietarias. Pero resulta más complejo aún el efecto producido por la “ley de la costumbre” o las normas locales/familiares, que las inhabilitan culturalmente como potenciales dueñas de tierras. Distingamos cómo las mujeres tienen acceso a las tierras y qué desafíos enfrentan en ambos sistemas de organización de la tierra en los casos de dos poblados del centro-sur y noroeste de Tlaxcala, La Aurora, en el municipio de Tepeyanco, y Santiago Tlalpan, en el municipio de Hueyotlipan.

Cuando las mujeres viven en el sistema de propiedad privada, la herencia proveniente del padre o de la madre, la sucesión de parte de terceros, la compra, el alquiler o renta, el empeño y el préstamo son las formas de acceso a tierras agrícolas. Cabe precisa que el patrimonio familiar, formado por la casa y las tierras como ejes centrales, es privilegio del hijo menor (el xocoyote), sin embargo esta norma en tiempos modernos se tambalea debido a la pérdida del valor económico de la tierra, la acelerada migración masculina, el aumento de la población y porque “los hijos ya no responden como antes”; así es como las mujeres logran colocarse en posición de potenciales herederas.

Las prácticas vigentes en torno a la herencia se cimientan en todo caso en una elección marcada por preferencias de un hijo sobre otro; en predilecciones de edad y de sexo, así como en la capacidad económica que los potenciales herederos tengan para el mantenimiento de las propiedades y de los progenitores.

En general, las normas de herencia muestran privilegios masculinos que sitúan a las mujeres en desventaja para heredar, en posición secundaria y ocupando el último escalón como posibles herederas, porque, como diría un aurorense “los cinco dedos de la mano no son iguales” y las mujeres en esta cosmovisión ocupan la posición del dedo meñique. A pesar de esto, cuando ellas se afianzan como dueñas, reciben una proporción más pequeña en comparación con la que obtienen los hombres y heredarán tierras en condiciones naturales desfavorables para la producción agrícola, alejadas de agua y de caminos o que difícilmente podrá destinarse a un uso alternativo que fortalezca la vida económica de las mujeres y sus familias. El tamaño y la calidad de la tierra son dos elementos que demuestran el escaso valor otorgado a lo femenino.

Ahora bien, en el ejido la sucesión de los derechos puede ocurrir por dos vías: en una, las mujeres reciben herencia de parte del esposo o padre; en la otra, la madre hereda preferentemente a los hijos. En Santiago Tlalpan, las ejidatarias adquirieron la posesión por sucesión directa, es decir, desde la conformación del núcleo ejidal ellas fueron nombradas ejidatarias, y en los casos que ya han tenido que ceder derechos, ninguna lo hizo, ni lo pensaba hacer a favor de alguna mujer. Algunas razones que justifican la desprotección de las mujeres como herederas son la creencia de que los hombres participan desde pequeños en las actividades agrícolas; se hereda en razón del afecto y de obligaciones morales o porque las aportaciones económicas masculinas son mayormente significativas, y sobre todo, considerando que, en comparación con las mujeres, ellos tendrán mayor éxito para preservar el patrimonio. Con esta lógica comunitaria, las mujeres en el ejido son quienes menos posibilidad tienen para ser nombradas sucesoras preferentes.

Las mujeres reconocidas legalmente como ejidatarias afrontan importantes obstáculos, uno son las obligaciones económicas comunitarias que deben cumplir en órdenes religiosas, la asistencia a asambleas, el establecimiento de contratos de compra-venta de su producción, la falta de capacitación técnica, la participación activa en una red de autoridades netamente conformada por hombres y sobre todo el mito de que “las mujeres no saben trabajar las tierras”. Así, aun teniendo la titularidad legítima, las tlalpenses resisten complejos riesgos sociales para asumirse de manera efectiva como “dueñas de tierras”.

Estos son dos ejemplos de las realidades propiciadas por la desigualdad de género, que surten efecto directo e indirecto en gran parte de los 19 millones de mujeres rurales que están padeciendo el deterioro del campo. La ciudadanía “prestada” que dota temporal y circunstancialmente a las mujeres de derechos y ejercicio efectivo sobre las tierras se hace invisible al regreso del esposo o el hijo migrante, retorno que las ubica nuevamente en una posición de subordinación y dependencia. Los procesos migratorios han sido detonantes centrales de que el campo tenga un rostro de mujer y de adultos envejecidos. Pero las mujeres continúan sufriendo relaciones de desigualdad y desventaja.

opiniones, comentarios y dudas a
[email protected]