Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de junio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Nosotros ya no somos los mismos

El cruel decreto de excomunión del cura Hidalgo

¿Matrimonios iguales o igualitarios?

La Arquidiócesis y las mascotas

P

ara abrir boca y entrar en materia, tan sólo un párrafo del decreto de excomunión del cura Miguel Hidalgo y Costilla, emitido por el obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, el año de 1810. Estoy convencido de que si la gente, toda la gente, tuviera acceso a este documento, de entrada lo cuestionaría y dudaría de su autenticidad pues, la insania, la crueldad que exhibe, evidencia un desequilibrio emocional y síquico inimaginables en un altísimo dignatario de la única religión verdadera: la del amor, la caridad y el perdón.

No es posible transcribir todo el texto porque es vasto, y los descendientes de don Manuel (Abad y Queipo) podrían cobrarme derechos de autor. Me concreto a citar un párrafo en esta ocasión y, si da lugar, un segundo posteriormente.

Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla en dondequiera que esté, en la casa o en el campo, en el camino o en las veredas, en los bosques o en el agua, y aun en la iglesia. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber, en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando; estando de pie o sentado, estando acostado o andando, mingiendo o cantando, y en toda sangría. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes; en su frente y en sus oídos, en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta, en sus hombros y en sus muñecas, en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. (Esta transcripción es apenas un párrafo).

Podría llenar un titipuchal de páginas dando nombres de las películas de terror que han trastornado a millares de cinéfilos de todo el mundo a partir de principios del pasado siglo, cuando por primera vez cobra vida en la pantalla el mito de Frankenstein (J. Searle Dawley), considerada la primera cinta de terror. Le siguen El gólem, El fantasma de la ópera, El testamento del doctor Mabuse. Y después de grandes maravillas como la obra de Rouben Mamoulian, Doctor Jekyll and Mister Hyde, en 2015 registramos, con toda la tecnología computacional de punta, algunas asombrosas producciones como La cumbre escarlata, Sinister, Extinction y, en este año, No crezcas o morirás, El bosque de los suicidas y, muy sugerente, Exorcismo en el Vaticano. No soy proclive al cine de terror, ni siquiera al de horror (uno es causa de miedo, pánico, y el otro, de asco, repulsión y rechazo). Menos aún aguanto el género llamado gore, cuya característica es la violencia extrema, la tortura y un derramamiento de sangre que alcanza hasta la décima fila de los espectadores.

Habiendo confesado un modesto conocimiento sobre estos géneros cinematográficos, lo que voy a decir no puede ser tomado sino como una aventurada opinión: pienso que adaptado como guión fílmico y traducido a imágenes el decreto de Abad y Queipo, no resultaría fácil encontrar alguna empresa productora capaz de atreverse a realizar esta película, tan contraria como ninguna otra, a los valores esenciales del género humano. Ni los filmes diseñados por Goebbels, justificadores del Holocausto, se atrevían a proclamar abiertamente su enfermiza voluntad de destrucción de seres humanos. ¿Cuál fue la causa real, eficiente de la condena, la execración y el castigo abominable al cura Hidalgo? No, por supuesto, la violación a sus votos de pobreza (en ella vivía), tampoco de castidad (dicen que se daba sus escapadas), sino la comisión de un crimen considerado de lesa religiosidad: se atrevió a pensar y decidir en conciencia. Escogió la opción realmente cristiana, la de los pobres, los humildes; aquellos de los que no se tenía certeza de que fueran humanos, que tuvieran alma. Si el pecado hubiera sido la fornicación, Maciel y Prigione no estarían en la antesala de la beatificación. Y tras de ellos, miles y miles de clérigos, párrocos, superiores de infinidad de órdenes y congregaciones, obispos, cardenales, miles de monjitas y, por supuesto, ese Papa sensible y profundo, que con frecuencia y emoción bajaba al terrenal mundo para encontrar, no en la oración y la meditación con el altísimo, el camino de la luz, la verdad y la vida, sino con la filósofa alemana Anna Teresa Tymieniecka, con quien en plácidos e intensos picnics debatía el meollo de la existencia: ¿quiénes (decimos que) somos?, ¿de dónde venimos? y ¿a qué hora nos vamos?

Además, según el prontuario que dio a conocer hace unos días el cardenal Suárez Inda, Hidalgo utilizó su tornillo de una manera correcta, idónea, tanto que cumplió con el objetivo y razón de ser de las relaciones sexuales según el dicho cardenalicio: preservar la especie. Luego agrega: Mi única intención es defender el matrimonio, la vida y la familia como base de la sociedad. Si eso fuera mínimamente cierto, renunciaría a su falda larga y la dejaría como atuendo de la compañera con la que se matrimoniaría a fin de constituir la base de la sociedad y garantizar la continuidad del género humano, pero, sobre todo, le daría a su tornillo la función que el Hacedor Supremo le asignó. Eminencia, con todo respeto le sugiero: no le enmiende la plana al Señor. Él, que todo lo sabe desde siempre, si hubiera considerado la castidad o al menos el celibato como condición indispensable para quienes fueran a ser sus representantes en este planeta (que tal si hay reglas diferentes entre los pobladores de cada uno de los otros), les habría otorgado un diseño anatómico, endocrino y funcional diferente. No se vale ni predicar desde la barrera ni menos sermonear desde el púlpito, lo que no se acata en la sacristía.

Eminencia, recuerde los orígenes del cargo que ostenta. Cardenal significa eje, gozne, bisagra en la que gira el edificio de la Iglesia. Su influencia entre su grey es enorme. En igual medida su responsabilidad por lo que dice y cómo actúa.

Amparados bajo el cobijo de su púrpura y escarlata jerarquía, surgen voces que propalan ideas erróneas y otras verdaderamente injuriosas y despectivas. En estas mismas páginas el párroco de San Andrés Apóstol, en Chiapas, publica un artículo en el que se trasluce su buena fe y aun su postura comprometida y progresista ante problemas del momento; sin embargo, su mentalidad dogmática le impide la menor apertura para el problema de la diversidad sexual en el que, desde los orígenes, nos metió el Supremo Hacedor (según la doctrina creacionista, el universo y todo ser viviente surgen de un acto divino. ¿Luego de dónde y con qué derecho ese rechazo y esa persecución de siempre a nuestros llamados hermanos en Cristo?) Dice este querible párroco que “toda persona tiene la misma dignidad y el mismo derecho. Por tanto, estas mexicanas y mexicanos, en sus legítimas preferencias sexuales, tienen pleno derecho a constituir entre ellos o entre ellas su deseada unión de convivencia (…) Pero nadie podrá convencer a nadie jamás de que ‘tales uniones’ (sic), muy dignas y respetables, son matrimonios igualitarios”, o sea, matrimonios iguales. Apreciable padre: no está para saberlo, pero no hay matrimonios iguales, nunca los ha habido, estén compuestos por sexos semejantes o diferentes. La igualdad que se reclama es la que se da ante la ley. Los cónyuges voluntariamente contraen derechos y obligaciones que deben ser tutelados unos y exigidas las otras de manera que ambas partes, a la vez, estén parejas. (Lo que sí debe quedar fuera de toda discusión es la paridad de género en cualquier tipo de unión que se decida). Y por favor reflexione: ni la familia ni menos el matrimonio son una institución natural, invariable. De ser así, el joven Caín la habría sepultado casi nonata. Ambas son producto del desarrollo y evolución de la sociedad de los terrícolas. Por eso familia y matrimonio han cambiado permanentemente y lo seguirán haciendo.

No he terminado. Con náusea y todo me referiré a las declaraciones de la Arquidiócesis Primada de México, que convierte, con su acostumbrada generosidad, a los niños adoptados por parejas del mismo sexo en muppets o mascotas.

El día del triunfo de Javier Corral le envié un correo que transcribiré, ampliado, la próxima semana. Su doble triunfo: dentro de su partido, primero y, ante los ciudadanos chihuahuenses, después, a todos los mexicanos beneficia. ¡Gracias, Javier! ¡Felicidades, Chihuahua!

Perdón a quienes no he contestado sus correos. Soy lento, pero no ingrato.

Twitter: @ortiztejeda