21 de mayo de 2016     Número 104

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Recuperar y poner al día
conocimientos antiguos


FOTOS: La Jornada del Campo

Todavía no está listo el Museo de Papel, pero por lo pronto La Ceiba, en dos talleres dedicados a eso, elabora papel a mano, y también produce tintas litográficas, utilizando una serie de máquinas diseñadas y construidas o reparadas y acondicionadas por Per Anderson. Son máquinas únicas, que no existen en ningún otro lugar y a primera vista parecen salidas de la Edad Media, aunque aditamentos como aspiradoras o termómetros nos regresan al momento actual.

Per nos muestra los aparatos que tiene ya funcionando para elaboración de papel. “Esta máquina es especial para las fibras orientales, tiene aspas de madera, apenas golpea la fibra, la dispersa, la convierte en algo espumoso, como si fueran algodones. Lo que eran jirones apretados, al golpearse se vuelven como nubes. La máquina se llama Naginata. Es un nombre japonés. Creo que es la única que existe en México. Yo he adaptado el diseño un poco pero funciona muy bien. Creo que costó como 30 mil pesos.

“Aquí está otra máquina. La hizo Francisco Beltrán, el maestro tornero con el que trabajamos. Ésta troza las toallas. Se meten las toallas tres veces y la máquina las convierte en estopa. Luego metes todo en un tambo y esperas 24 horas para que quede bien desmenuzado. Y luego pasa a ser molido. Aquí se metieron pantalones de mezclilla, jeans, y con el proceso ya no reconoces el tejido. Se ven algunos hilos, pero el grueso del hilo está desbaratado y esto es la pulpa de papel que va a pasar todavía por un proceso de refinación en otra máquina”.

Per recuerda: “Antes trozábamos las toallas a mano, atornillábamos un pedazo de machete al borde de una mesa y así íbamos cortando y desgarrando la tela. Era juntar tres telas y luego tirar y haces cuadritos. Un día vino el pintor Gabriel Macotela y la mujer que lo acompañaba resultó ser la nieta de Fausto Suárez. Y dijo ‘¡Ay, Jesús María y José, para eso existen las máquinas! Nos obsequió unas duelas con púas que tenía de su familia, que eran de una máquina traída de España en 1935 para producción de estopa. Son como púas metidas a presión, a mano, una a una, de forma cónica. Las cortamos a la mitad y nos sobraron algunos metros. Francisco puso todo esto sobre un cilindro, prensado entre dos rodillos. Hay algo que lo sostiene y algo que lo arrastra. Le puso un motor y un volante. Y quedó la máquina.

“Con Francisco hemos creado un montón de prensas, objetos así no existen más que los que aquí tenemos, pero con ellos hemos habilitado la producción de papel. También trabajamos con un taller fundidor de fierro viejo, aluminio y bronce. Con ellos mandamos a hacer placas de bronce y varias cosas más.”

Per nos muestra una tina de baño convertida en pila holandesa. Allí se junta la pulpa. El 99 por ciento de lo contenido es agua y el uno por ciento es fibra. “En este caso son fibras recuperadas de cartones de leche”. Las manipula: “con estos movimientos se entrelazan las fibras y se forma una nueva red. Cuando estaban en la planta, el interés de estas fibras era transportar agua de la raíz a la copa. Pero ahora las mismas fibras, liberadas de lignina, se entrecruzan, cumplen una función distinta. Nosotros los humanos les imprimimos un deseo, pero la materia es la misma”.

Posteriormente Per nos habla del proceso propiamente dicho de elaboración de papel. Comenta que los pasos que sigue están cercanos a los de la época preindustrial, pero con adaptaciones propias de la modernidad. Muestra dos moldes de papel. “Aquí hay una persona que es el formador, otro es el couch y el tercer es el que antiguamente metía la estiba de papel en la prensa. Hay imágenes en libros de litografía que muestran esta composición de tres personas haciendo papel en el siglo XVIII. Pero aquí tenemos una aspiradora, que es una adaptación de la modernidad, para realizar la succión, la extracción del agua”, dice Per y comenta que entre él y Thomas elaboran el papel. “Mientras yo formo, coloco acá y saco agua, Thomas deposita una fibra intermedia, una microfibra de las que se usan en cocina, para secar, para extraer agua. Entonces se forma un altero de 50 hojas y se mete dentro de la prensa, se aplica presión, escurre el agua, y ya cuando se considera que está lo más escurrido posible, las hojas se cuelgan en el corredor, en el fondo en una especie de tendedero de ropa, y tardan tres días en secarse. De allí se desprende la hoja, se prensa y se calandrea, y según para qué va a ser utilizado el papel, se modifica la textura.

“Finalmente el papel es soporte para técnicas tradicionales como este grabado de metal o litografía; hasta impresiones digitales podrían hacerse con este papel”.

De esta manera, comenta, “nos escapamos de una dependencia gruesa de importación de papel. Y eso forma parte de la obra artística misma, porque detrás de la creación del autor hay tantas y tantas decisiones y acciones previas que, aunque no se vean, luego quedan en la obra”.

Y es que “no es lógico que nosotros que vivimos en México tengamos que traer de España, Francia, Italia o Alemania todo el papel que consumimos. ¿Por qué, si podemos hacer nuestro propio papel, igual que los demás insumos de la litografía?, ¿por qué depender de tanto? Durante la época colonial, la Corona Española prohibía asentamientos de molinos de papel en México porque de otra manera no podía controlar la producción, no podía gravarla. En cambio todo el papel hecho en España que se enviaba a México estaba medido y pagaba impuestos. Era un negocio para la Corona. Esa visión quedó y hoy día el papel que se usa en artes gráficas en México en general es importado”.

Per comenta que en ocasiones la producción de papel en La Ceiba se ve interrumpido, pues “Thomas ha estado haciendo trabajos de carpintería. Tenía que hacer una rueda dentada de madera, una especie de matraca, un mecanismo para colgar los papeles a que sequen”.

Dice que La Ceiba ha realizado venta de papel, pero en circuitos muy cerrados, para obtener comentarios de los compradores, que sirvan para mejorar los procesos de producción. “Les preguntamos ‘¿nuestro papel te benefició o te perjudicó a la hora de la impresión?’. Incluso hay un fotógrafo de Veracruz que nos ha comprado miles de hojas en cinco años”, lo cual es poco común pues los fotógrafos digitales normalmente compran su papel traído de Alemania, es un papel muy fino y muy caro.

Per comenta que hacer papel es algo muy complejo, porque se trata de reconstruir viejas prácticas y adaptarlas a la actualidad, incorporando elementos nuevos como la aspiradora y las microfibras. “Aquí, con una humedad tan elevada, de 90 por ciento casi todo el año, el ambiente resulta propicio para que tengamos hongos en el papel. Entonces debemos absorber el agua en el menor tiempo posible, la microfibra absorbe tres veces lo que los tradicionales lienzos de lana. Esta es una muy buena solución”.

En cualquier actividad debe prevalecer la decencia, dice Per. Que lo que se diga se compruebe y esté respaldado. Esto lo comenta a propósito de la fábrica Fabriano, de Italia, la cual inició en 1273. “En su museo muestran un video donde los empleados están vestidos a la usanza medieval, cortando a mano sus trapitos. Yo dije ‘¡guau!, quiero ir. Estuve en el lugar 15 días, y nada más para llevarme un chasco, lo del video era pura faramalla. El maestro papelero de allí te dice: ‘la mejor fibra es la de algodón, que cultivan en Egipto. La fibra la larga va a la industria textil. Y la fibra corta a la de papel, la mandan a Estados Unidos, donde hay una concentradora, Linder se llama; allí preparan la fibra para que sea un papel como cartón. Lo envían a Italia en toneladas y con ello Fabriano forma sus hojas de papel. Entonces cuando tú compras ese papel en México, te preguntas ‘¿cuántas veces cruzó el Altántico?’ Eso no es lo que el video mostraba. Ellos tienen una larga tradición, pero están adaptados a circunstancias de mercado que los obligan a comportarse así, de manera no tan honesta”.

La tinta. Per habla de otro proceso antiguo que se realiza en La Ceiba, que es la elaboración de tintas para la litografía. Se debe preparar aceite de linaza, y luego se le integran molidos los pigmentos que son útiles para este propósito –los cuales suman un número reducido, son resistentes a la luz y permiten su mezcla con el aceite mencionado–; esto se mezcla con algún otro ingrediente como un poco de cera o brea, según lo muestran diversas recetas antiguas. El proceso exige aceite de linaza, pues sólo así la tinta resultante no ensucia la piedra litográfica, lo cual es una complicación pues ésta hierve a 340 grados centígrados, es muy inflamable y despide unos gases muy tóxicos.

“Tuve que construir una campana de humo que tiene un chacuaco arriba e implementar un sistema eléctrico para hervir el aceite de linaza. El aceite rebosa y se escurre un poco; y tan sólo los gases ya son inflamables. Tuve incendio en dos ocasiones. Entonces un ingeniero me ayudó a hacer un censor de un termómetro; lo programo para que llegue a 340 grados y no más; al alcanzar esa temperatura interrumpe la energía, y si se baja demasiado vuelve a subirse. Así mantengo el control por mucho tiempo, por una hora y media o dos, y logro de forma segura la cocción. Para nosotros, es un triunfo que existan cosas en la modernidad que son muy útiles. La cocción hace que el aceite se vuelva espeso, cualidad que requiere la elaboración de tintas. En cuanto a los pigmentos, tenemos un molino de tres rodillos para hacer las mezclas.”

“Vaya que costó trabajo recuperar este conocimiento. Antiguamente había ferias industriales mundiales –en París, en 1879, cuando se inauguró la torre Eiffel, y en otros años Chicago, Filadelfia, etcétera– y éstas daban premios a quienes tuvieran las mejores soluciones para hacer quesos o vinos o máquinas, pero llegó un momento, alrededor de 1900, cuando ya no se dio la fórmula sino que se estableció el secreto industrial. Se daba el premio pero el ganador no revelaba su fórmula. Se empezó a patentar todo. Hasta este momento, la literatura es rica en cómo hacían los franceses su tinta, los que ganaron premios en sus ferias internacionales. De allí he tomado muchos conocimientos, muchas recetas, pero hoy día eso no se consigue, hay mucho secreto También conseguí un libro publicado en Inglaterra, de 1957, que habla de la historia de la tinta desde la época de Gutenberg hasta 1840; allí describe las recetas que se conocían, cuáles eran los cambios y cómo se procedía. Ésta ha sido mi fuente más certera.”

Per muestra el molino para obtener las tintas. Esta máquina fue hecha en Dinamarca hace unos 50 años y sirve para integrar los pigmentos al aceite de linaza. “Cada año que iba yo a la Academia de Litografía de Suecia veía que tenían esta máquina y no hacían uso de ella. Me explicaron que la habían recibido regalada de un laboratorio que hacía tintas y que para ellos era obsoleta; que a ellos les resultaba más barato comprar las latas de tinta ya hecha en Suiza e Inglaterra. Hicimos un intercambio: me mandaron la máquina –pagamos sólo 17 mil pesos de transporte marítimo– y ellos tuvieron unas estancias en La Ceiba. Como aquí no tenemos opción de comprar nada en Suiza ni Inglaterra, sino fabricar aquí nuestras tintas, tenemos trabajando la máquina. El motor estaba embobinado para 380 voltios, un ingeniero logró bajarlo a 220, y quedó fantástico. Estamos felices, porque antes hacíamos las tintas con un metate, de forma muy primitiva. La máquina tiene tres rodillos con velocidades diferentes, de manera tal que produce un arrastre, donde se muele la tinta; se integra el pigmento al aceite. Podemos hacer seis u ocho latas diarias. Cuando llegó la máquina, la desarmamos hasta el último tornillo, la limpiamos y la volvimos a armar y santo remedio”.

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