Opinión
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Guacamaya de mil colores
Q

uetzalcóatl y sus rayos con pluma de Quetzal, pájaro azul, colibrí, guacamaya se adelantaron a una nueva concepción del tiempo y el espacio (ver Caso, Antonio, El pueblo del sol, FCE, 1953) y anticiparon el desmadre nublesco citadino de la luz a las sombras, al igual que la luna de carasol gira alrededor del sol, rozando sin tocar la invisible y móvil línea sol-sombra imantada al plumaje de los pájaros de mil colores. Derretido el sol en la nieve caperuza del Popocatépetl, comunica caricias de lava volcánica, a su amante Iztaccíhuatl, esperando que sobre tierra blanca, el sol desaparezca cocido a mordidas tigrescas, sobre campo helado donde la ronca voz de las lenguas de fuego lance sus ayes inútiles.

Desaparecerá el sol tras las cimas del Popo y el Izta y la sombra envolverá a las montañas, con un manto de crespón, magia de la belleza azteca sobrenatural del día que muere y la noche que nace fuera del tiempo y el espacio, mientras la azulada niebla del crepúsculo tenderá sus alas sobre las montañas que nos hablan de permanente fiesta en el espacio que causará sensación.

Cachondeo astral del tocar sin tocar, de la luna al sol, creación de espacio vacío, del estar y no estar, dinámica que se crea jugando, escribiendo, sexuando y devela no obstante la vaciedad del espacio recién creado, articulación vida-muerte, sólo captable en la sombra que dibuja los pases entre astros.

La luna se levantará entre ligeras nubes más allá de los montes, se enroscará al sol en la cintura cual serpiente azul y rematará como duende, grabando a fuego, en pase astral que termina y da inmediato nacimiento al que sigue, en el instante en que la suerte se quiebra para el giro y se desgarra el ímpetu de la cabeceada del sol en salida. Tiempo azteca imperfecto oculto tras el grito de los teotihuacanenses, que verán cómo pasan los rayos del sol, cerca de la luna y no verán, por la emoción misma, si los rayos han salido en anarquía, siguiendo su propio ímpetu, o si su camino es la roja cuesta curva de la luna.

Instante de la culminación del ritmo lunar sobre el sol donde se cumple la exigencia del imperio y limpieza del arte azteca. La curva se abre con generosidad y fuerza de un crepúsculo en que el sol resbala sus dorados rayos sobre el otro lado de la luna, se revuelve por el otro dócilmente, trazado sobre el espacio vacío del arco negro del perfecto cometa de jade, expresión astral del deseo siempre insatisfecho.

La luna ya espiga de oro, permanecerá erguida y soberbia, siguiendo con la vista los rayos del sol, y en el centro, la cintura se quebrará en un ademán leve y ondulado para permitir al brazo desnudo, todo el imperio y acento del abrazo que no abraza, previo a la muerte que se dibujará en el siniestro brillo de la mirada atigrada de la luna.

La luna soberbia y omnipotente a su vez desaparecerá como ilusión que se disipa, como arte religioso original, pero los sueños y los recuerdos, hijos de su oscuridad, se quedarán junto con ella, bajo el verde abanico de una palmera, mudo testigo del deseo que no se cumplirá, al volver a salir el sol por el oriente, vencedor de las sombras en busca otra vez, de la curva roja lunar.