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69 Festival de Cannes
Woody Allen inaugura por reflejo condicionado
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El guionista francés Jean-Claude Carriere a su llegada a la ceremonia de inauguración del encuentroFoto Afp

Cannes.

S

egún era de esperarse, Café Society, la más reciente película del prolífico, aunque desgastado Woody Allen, no fue ninguna revelación. Su vocación para hacer cine se ha convertido ya en una especie de terapia ocupacional. Así, el ya octogenario realizador ha presentado una relaboración más de las paradojas del amor, pero hecha con una pereza que contagia hasta a los diálogos. Por una vez, casi no hay apuntes dignos de su antiguo ingenio, salvo una que otra anotación graciosa sobre –otra vez– el dilema de ser judío.

Situada en los años 30, la película no es lo suficientemente graciosa para ser comedia, ni apasionada para calificar como melodrama. Básicamente describe la relación amorosa que un joven judío (Jesse Eisenberg) entabla con la secretaria (Kristen Stewart) y amante de un poderoso representante hollywoodense (Steve Carell), que es además tío del muchacho. El asunto toma varias vueltas irónicas, todas descritas por un omnisciente narrador, por si alguien no entendió. También hay una sobrada subtrama gansteril, que el director aprovecha para escenificar escenas de violencia muy atípicas, como si quisiera emular a Scorsese.

Es la primera producción de Allen que lleva el sello de Amazon Studios y se sabe que la volvió a filmar en buena parte, porque Bruce Willis interpretó en principio al representante para luego ser sustituido por Carell. (Cuando un actor no satisface a Allen, este suele parar y volver a filmar todo otra vez). El ensayo no sirvió para darle un poco de vida a una recreación de época que, por una vez, se siente falsa y acartonada. Por mucho que los diálogos hacen de name dropping sobre estrellas hollywoodenses de los 30, nada hace pensar que los personajes convivan con ellas.

Hasta los actores se ven incómodos y fuera de lugar. Eisenberg, conocido por sus papeles socarrones y autosuficientes, intenta en vano progresar de joven ingenuo a sofisticado hombre de mundo, mientras Stewart hace su mejor esfuerzo por parecer enamorada de galanes tan improbables, sin poner su habitual cara de desdén. En tanto, la constante música nostálgica, que es de rigor en las películas de Allen, parece independiente de las acciones, como si el pianista de un vestíbulo de hotel viejo hubiera irrumpido en la banda sonora.

La reacción en la segunda función de prensa fue de apatía total. Unos cuantos tímidos aplausos se oyeron desde la gayola del teatro Debussy. Eso sí, Woody Allen fue beneficiado por Tláloc, si este tiene vigencia en Francia. A pesar de los pronósticos insistentes de lluvia, el desfile por la alfombra roja inaugural gozó incluso de rayos de sol. Ni una gota de agua cayó sobre el cansado ritual.

También fueron exagerados los reportes de las medidas de seguridad. Ahora el embudo se ha hecho más estrecho para entrar al Palais del festival, pero no se notó una presencia policiaca ni mucho menos. Y la revisión de los ingresantes es más minuciosa. A un fotógrafo que pasaba antes de mí, lo obligaron a sacar cada lente de su estuche. Tal vez los agentes de seguridad, cuya contratación fue anunciada, estaban disfrazados de civiles y su presencia fue disimulada. Vamos a ver qué sucede cuando mañana comience la actividad en las secciones paralelas.

Twitter: @walyder