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La UACM, un espacio para construir
L

a puesta en marcha de la UACM ha sido un proceso singular. Es un acierto identificar la celebración de sus primeros 15 años de vida con la frase un espacio para construir, pues desde su inicio en 2001 se puntualizó a estudiantes, maestros y trabajadores que se les invitaba a construir una casa, no a habitar una casa. Para ello se fundó una institución democrática, comprometida con el mejoramiento económico, social y cultural del pueblo, abierta a todas las formas de pensamiento y a la gran variedad de propuestas e intereses intelectuales de estudiantes y maestros, con una sola condición: su clara correspondencia con la tarea cultural y social de la UACM.

La respuesta fue magnífica, alimentada, en parte, de la insatisfacción de muchos académicos y profesionales con las deficiencias y limitaciones de nuestro sistema de educación superior. El anuncio de la construcción de un espacio abierto para innovar generó la reacción entusiasta de buen número de ellos dotados de una sólida formación. Hoy, la planta académica de la UACM (835 profesores-investigadores de tiempo completo y 35 de tiempo parcial) cuenta con las mejores credenciales formales (73 por ciento con posgrado, 68 son miembros del SNI, 25 por ciento con licenciatura). Sin título hay nueve maestros (uno por ciento), pero todos tienen formación y experiencia excelentes, reconocidas con múltiples premios académicos (de éstos, dos han recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el máximo galardón que se otorga en este país). Pero, sobre todo, a la gran mayoría los caracteriza su compromiso con el conocimiento, con la cultura y con el desarrollo intelectual y personal de los estudiantes. Son sus iniciativas, y no las de algún grupo de expertos, las que integran tanto la oferta educativa de la UACM como la cartelera de actividades culturales y los esfuerzos de colaboración con las comunidades.

Por lo que se refiere a los estudiantes, acudieron muchos que habían encontrado cerradas las puertas en otras instituciones. Puertas cerradas con mecanismos de selección carentes de valor académico y que, además, con gran injusticia, los hacían a ellos culpables de su exclusión. Esto, señalado por la UACM hace 15 años (y que fue motivo de escándalo y escarnio) hoy se reconoce implícitamente con el programa cero rechazados de los gobiernos federal y local. No obstante la cerrazón del sistema, miles de jóvenes –unos, y otros no tan jóvenes– víctimas de ese ruin mecanismo perseveraron en su decisión de estudiar y acudieron al llamado de la UACM. Hoy, además, miles de estudiantes (más de 30 por ciento de los que ingresan) eligen a la UACM como primera opción de estudios universitarios.

Escuchemos sus voces, como las hechas públicas en el libro Somos uacemitas, nuestras historias, nuestras vidas, editado por la misma UACM. Estos testimonios y otros muchos recogidos personalmente aportan experiencias reales que demuestran falsedad de deducir de ciertas teorías –como las de la reproducción de algunos sociólogos, o la de infancia es destino de algunos sicólogos– una condena fatal de los desposeídos. Demuestran, asimismo, la ilegitimidad de justificar en esas teorías la imposición de políticas educativas selectivas, discriminatorias y excluyentes.

Así, la UACM se construyó –se está construyendo– con gran mayoría de académicos y estudiantes comprometidos, fuertemente motivados, que conforman una comunidad muy dinámica. Eso explica también que a pesar de las múltiples agresiones, difamaciones, insultos, restricciones y demás, se mantenga un espíritu animoso y un compromiso efectivo para defender la institución y su proyecto. La experiencia misma de participar en la construcción de esta universidad ha sido oportunidad de constatar, por sí y para sí, sus capacidades y fuerzas.

Las luchas en defensa de su universidad también han tenido como beneficio una más clara conciencia de la situación que vive el país. Porque, por una parte, estudiantes y maestros leen en la prensa y ven y oyen en la radio y la televisión los vituperios lanzados contra su institución, provenientes incluso de funcionarios y políticos cuya responsabilidad es apoyar a la UACM. Por otra parte, su vida diaria en ella, su experiencia en sus aulas, sus bibliotecas y laboratorios, en los pasillos y otros espacios, les demuestran de manera viva el carácter prejuicioso e interesado de tales ataques. Constatan así uno de los problemas más graves de nuestro país: la corrupción de la política, el predominio de los intereses personales o de grupo por encima de las responsabilidades, y la malevolencia de medios –prensa, radio y televisión– que sin la menor ética profesional, sin hacer el mínimo esfuerzo por conocer la verdad, están al servicio de los poderosos.

En la medida de sus posibilidades, la UACM ha procurado ofrecer a estudiantes y maestros las condiciones adecuadas para construir un proyecto académico e intelectual innovador, opuesto a la simulación que reina en muchos espacios de la vida pública, incluyendo algunas de nuestras universidades; un proyecto comprometido con el rigor científico y crítico inspirado en los valores humanos más sólidos, motivado por los valores de uso de los conocimientos, no por sus valores de cambio, opuesto al mercado disfrazado de meritocracia y, por tanto, empeñado en dar más apoyo a quien más lo necesita. Casi una utopía.

Pero este trabajo no puede asemejarse al de un laboratorio, limpísimo, sin mácula, dotado de los implementos más modernos y con las materias primas idóneas. El trabajo de los uacemitas, como el de otros muchos mexicanos comprometidos con los cambios que requiere este país, se asemeja más bien al de los marinos que en altamar deben reconstruir su barco, según la figura ideada por el filósofo alemán Otto Neurath para describir la naturaleza y retos del trabajo científico. Trabajan con lo que hay, con los viejos maderos con los que se construyó originalmente su navío, con escasas herramientas y en medio de oleajes y vientos borrascosos.

En estas condiciones, no vale quejarse, ni refunfuñar ni lanzar culpas fáciles. Es necesario trabajar con la plena conciencia de que perseguimos una utopía, y recordando la sabia advertencia de Eduardo Galeano: Si las utopías no pueden lograrse ¿para qué sirven? La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos, y el horizonte se corre 10 pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. Caminemos, abordemos el navío de Neurath, hay mucho por construir.