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El amago del terrorismo nuclear
E

l gobierno de Estados Unidos, principal responsable de la proliferación nuclear vertical –es decir, la que se expresa mediante el perfeccionamiento técnico y operativo de los explosivos atómicos para que resulten más efectivos, más precisos, mejor calibrados; en una palabra, más fáciles de usar– es también uno de los impulsores de la no proliferación horizontal –la orientada a impedir que aumente el número de naciones dotadas de armamento nuclear. (No hace mucho examiné aquí esta particular paradoja: La proliferación amenazante, La Jornada, 28/I/2016.) La cuestión retomó actualidad con la celebración, en Washington la semana pasada, de la cuarta Cumbre de Seguridad Nuclear. Su agenda y debates estuvieron dominados, como reflejo de los imperativos de la coyuntura tras los recientes atentados en París y Bruselas, por el amago del terrorismo nuclear.

Además de considerar las múltiples dimensiones de este particular peligro, cada vez más claro y presente –como diría Tom Clancy, el mejor vendido autor que acuñó la frase–, la cumbre de Washington permitió discutir al menos un aspecto del contrasentido que supone fomentar de manera activa la no proliferación horizontal, al tiempo que, lejos de avanzar en su desmantelamiento, se persiste en la modernización y renovación de los arsenales nucleares existentes. La ausencia del presidente de la Federación Rusa fue más advertida y comentada que la asistencia de 40 de los 50 líderes que actuaron como telón de fondo. Un fantasma –el Donald, que profería sinsentidos, despropósitos y exabruptos– recorrió los corredores del centro de conferencias. Los programas nucleares más mencionados fueron los de Irán y Norcorea, cada uno en su contexto. A diferencia de otras ocasiones y de otros foros, no dejó de aludirse a la necesidad de fomentar los usos pacíficos de la tecnología nuclear, ni a la de eliminar los arsenales atómicos y reiterar el objetivo de un mundo libre de armas nucleares. A diferencia de las tres anteriores (Washington, 2010; Seúl, 2012, y La Haya, 2014), en esta cuarta cumbre no hubo comunicado final, omisión que introduce una sombra de duda sobre los consensos supuestamente alcanzados.

Tras París, Bruselas y tantas otras atrocidades, el terrorismo nuclear fue el centro de las reflexiones. La víspera de la cumbre, en un artículo en el Post, de Washington, Obama señaló que un objetivo central fue evitar que los terroristas obtengan y usen un arma nuclear. Añadió: Dada la continua amenaza representada por organizaciones del tipo de la agrupación a la que llamamos ISIL o ISIS, revisamos, con aliados y socios, nuestros esfuerzos antiterroristas para evitar que las redes más peligrosas del mundo obtengan las armas más peligrosas del planeta. Lo reiteraron otros participantes. La Casa Blanca se encargó de difundir un video con los mensajes de Cameron y Hollande. El amago del terrorismo nuclear es, desde luego, perturbador en extremo. Tanto como otras formas de uso o de amenaza de empleo de armas nucleares. El carácter terrorista del arma atómica trasciende al sujeto que la emplea o amenaza con usarla, sea un agente no estatal o un gobierno.

Una primera reseña de la reunión, publicada el primero de abril en The New York Times, señala que Obama reconoció la tensión que existe entre su insistencia en la no proliferación y los incansables esfuerzos de los militares estadunidenses para mejorar la eficiencia de sus actuales arsenales nucleares. Estas acciones de modernización –que lo mismo se orientan a producir bombas atómicas de penetración de la corteza terrestre, capaces de destruir bunkers y otras instalaciones subterráneas, que explosivos nucleares de radiación controlada, que limitan el alcance de la contaminación radiactiva, facilitando la decisión de usarlos– han sido objetadas por China y Rusia, entre las potencias nucleares, y son vistas con sospecha incluso en Estados Unidos. “Pueden conducir a una nueva guerra fría, a una nueva carrera armamentista”, según declaró William Perry, un antiguo secretario de Defensa, al Financial Times.

La ausencia del presidente de Rusia –que había participado en las tres cumbres anteriores– provocó especulaciones. Se coincidió en apreciar que constituía la más palmaria demostración del deterioro de la relación bilateral. Putin parece estar ya preparándose para tratar con quien quiera que suceda a Obama y, no sin segunda intención, se recordó su llamativo torneo de elogios mutuos con Trump, hace algunos meses.

En la conferencia de prensa de cierre, Obama reveló que algunos de sus interlocutores en la cumbre se habían mostrado preocupados por la idea de Trump en el sentido de que Japón y Corea deberían dotarse de armas nucleares para responder a la amenaza norcoreana, así como por su negativa a excluir la opción nuclear en algunos conflictos en Europa. Obama señaló que estos comentarios reflejan a una persona que no tiene muchos conocimientos de política internacional, o de política nuclear, o de la península de Corea o del mundo en general.

Para contrastar la ausencia de Putin se dio prominencia a la presencia de Xi Jinping y a la larga conversación bilateral que sostuvo con Obama. Se entiende que, además de acordar una pronta adhesión formal de ambos países al Acuerdo de París, discutieron las modalidades de implementación del renovado régimen de sanciones a Norcorea, aprobado por el Consejo de Seguridad con apoyo de China. La efectividad de muchas de las medidas previstas depende de la cooperación de Pekín, pues por territorio chino transita una muy elevada proporción de las importaciones y exportaciones de Pyonyang.

El acuerdo sobre el programa nuclear de Irán fue visto en la conferencia como un importante paso adelante en relación con todas las cuestiones ahí tratadas, en especial la no proliferación. Obama exhortó a Irán a ir más allá de la letra del acuerdo mediante la restricción de sus programas de desarrollo de proyectiles y de su apoyo a movimientos u organizaciones nacionalistas de Palestina, para acelerar su reinserción en los mercados mundiales de energía, comercio y productos financieros.

Viendo hacia el largo plazo debe justipreciarse la rei-teración del objetivo de liberar al mundo de la amenaza atómica. En palabras de Obama: “Como la única nación que ha empleado el arma nuclear, Estados Unidos tiene la obligación moral de continuar marcando el camino para su eliminación… Aun cuando debemos tratar con el mundo como es, debemos intentar hacer realidad la visión del mundo como debe ser”. Este es un aspecto de la herencia de Obama que no debería desechar quien lo suceda.